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Ahora o nunca en Euskadi

El 13 de mayo supone para todos los comprometidos contra ETA una oportunidad única para cambiar el destino de la vida vasca

'Ahora o nunca', es la idea fija que circula estos días en las sedes de los partidos vascos no nacionalistas, en los colectivos más comprometidos en la movilización contra ETA, en las charlas y conversaciones de todos aquellos que percibieron el pacto de Lizarra como una amenaza, como la deriva nacionalista que conduce al abismo de la fractura y el enfrentamiento civil. No es, pues, una consigna de ocasión, ni un mensaje recurrente, es más bien la expresión de un sentimiento agónico de revuelta que ve en las próximas elecciones autonómicas una oportunidad única para cambiar el derrotero de la vida vasca. Para algunas de estas personas, el 'ahora o nunca' significa que si el nacionalismo vuelve a imponerse electoralmente habrá llegado el momento de bajar los brazos, hacer las maletas y buscar una salida personal fuera de la atmósfera de miedo y opresión que envuelve sus vidas. Tal es su grado de hartazgo después de dos décadas de hegemonía nacionalista, de desconfianza en el partido que ha guiado la marcha del país, de hastío infinito ante la negación de la pluralidad identitaria vasca, de temor a verse engullidos definitivamente por el remolino de la división ideológica y social, atrapados en la fórmula según la cual para que ETA deje de matar sólo cabe dialogar y negociar con ellos las estaciones y apeaderos del tren de la secesión.

La centralidad que reclaman estos días el PNV y el 'lehendakari' se remite a un centro imaginario que sólo existe en el nacionalismo
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El lehendakari Ibarretxe ha llamado a la urnas al electorado vasco cuando los fantasmas domésticos de la división interna tantas veces invocados estos años atrás adquieren perfiles cada vez más nítidos, cuando miles de ciudadanos portan sobre ellos la condena de muerte de ETA, cuando la limpieza ideológica descubre su rostro criminal, cuando las relaciones políticas han llegado al punto de putrefacción. Pese a la ruptura de la tregua, que teóricamente debería haber desanudado los compromisos suscritos en Lizarra, el PNV ha seguido instalado en la orilla soberanista, reproduciendo la escisión de facto del mundo político vasco, ratificando tácitamente su decisión de hace dos años de romper amarras con el Estado. Las urnas del 13 de mayo abren así dos caminos divergentes: el que discurre por los terrenos estatutario y constitucional y el que se adentra en la senda soberanista del nuevo marco político y el ejercicio de la autodeterminación, con una ETA campando por sus respetos.

'Lo que nos jugamos es lisa y llanamente la libertad y la vida, un proyecto de país integrado en una España plural, un Gobierno, una Ertzaintza, unas instituciones que luchen verdaderamente contra el terrorismo y reconquisten la libertad de los vascos, que hagan posible una sociedad de ciudadanos que vivan y dejen vivir', dice María San Gil, presidenta del PP de Guipúzcoa y concejala donostiarra, estrecha colaboradora del asesinado Gregorio Ordóñez. 'Lo que nos jugamos', indica el portavoz de Eusko Alkartasuna, Rafael Larraina, 'es un nuevo marco político, porque la Constitucion y el Estatuto ya no son un espacio de encuentro. Las elecciones pueden servir para salvar la desconfianza existente, para que los partidos negociemos sobre los distintos proyectos existentes y lleguemos a un nuevo consenso, independientemente', subraya, 'de lo que haga ETA. Los nacionalistas tenemos que lograr el máximo espacio social posible para que la violencia no tenga terreno'.

Políticamente, a expensas tan sólo de si fructifica la alianza electoral PNV-EA -acuerdo que acentuaría más el tono soberanista del programa del partido de Arzalluz-, la campaña electoral va ser un tiempo perfectamente inútil, un tiempo basura como lo ha sido el último año de la legislatura de Ibarretxe. Las orillas están claramente delimitadas y no cabe esperar que el PNV, el único que podría haber intentado recuperar la centralidad perdida, vaya ahora, en plena confrontación electoral, a desandar el camino de Lizarra. De la misma manera, parece ilusorio pensar que la defensa de su terreno electoral, la acentuación de su propio perfil ante el PP, pueda llevar al PSE-PSOE a aproximarse a un PNV soberanista aunque los socialistas aspiren a ocupar la centralidad perdida por el partido de Arzalluz. La centralidad que reclaman estos días el PNV y el lehendakari Ibarretxe -'Estamos entre los dos extremos, ETA y el PP'- se remite a un centro imaginario que únicamente existe en el nacionalismo. Y las posibilidades de un Gobierno transversal nacionalistas-no nacionalistas parecen, por lo demás, sumamente escasas, aunque cuentan con partidarios dentro del PNV y también del propio PSE.

Más allá de la gestión provechosa de las respectivas campañas electorales, el momento político actual es ya el de la hora de la matemática de las urnas. Si el PP y el PSE suman más de 34 escaños (ahora con Unidad Alavesa tienen 32), parece claro que serán ellos los que tendrán la iniciativa de tratar de formar Gobierno, puesto que la ausencia de HB no les exigiría alcanzar la mayoría absoluta (38 escaños). En las actuales circunstancias, la pugna por la mayoría entre nacionalistas PNV-EA y no nacionalistas PP-PSE adquiere obviamente un carácter trascendental. El PNV fía sus escaños a un desastre de EH, posible, a tenor de las encuestas, y al concurso de los tres escaños con que cuenta IU. Tampoco puede confiar demasiado en los votos de los 65.000 jóvenes que se incorporan por primera vez a las urnas, ya que, según las encuestas, se trata de un voto mayoritariamente autonomista.

Las negociaciones entre el PNV y EA para formalizar una alianza electoral tropiezan con el empeño de este último de incorporar el compromiso soberanista al programa electoral de la futura coalición. EA quiere atar en corto al PNV, porque recela de su comportamiento futuro y quiere descartar la posibilidad de que, en función de los resultados, el partido de Arzalluz llegue a decantarse de forma oportunista por una alianza con el PSE y abandone el terreno de Lizarra. No puede decirse en este caso que los dirigentes de EA pequen de falta de coherencia, puesto que su propuesta de soberanía ya establece expresamente que los planteamientos y calendarios de autodeterminación deben ser incorporados a los programas electorales. 'Efectivamente', apunta el portavoz de EA, Rafael Larraina, 'un triunfo nacionalista no podría ser presentado en clave de respaldo popular a las tesis soberanistas si éstas no se han incluido en el programa electoral. De ahí nuestra insistencia en el asunto'.

El 'proceso soberanista pacífico' adoptado por EA establece que, 'si como resultado de la negociación política, los Estados español y francés no aceptaran una reforma o bien una reinterpretación de sus textos constitucionales en lo tocante a los derechos nacionales del pueblo vasco, nos veríamos abocados a crear un conflicto institucional, mediante una declaración de soberanía desde las propias instituciones vascas, al amparo del derecho internacional'.

El problema ahora para el PNV es que la incorporación del proyecto soberanista a su programa puede precipitar la fuga de votos, preferentemente en dirección al PP. Joseba Egibar, su portavoz, ya ha anunciado que su partido asumirá abiertamente el ejercicio de la autodeterminación, pero, de momento al menos, este compromiso resulta insuficiente para EA. El PNV necesita la coalición para asegurarse de que su lista se impondrá a la del PP, para optimizar los resultados y para canalizar mejor los votos de los desengañados de HB.

Xabier Arzalluz y Joseba Egibar, ayer en la asamblea del PNV celebrada en Bilbao.
Xabier Arzalluz y Joseba Egibar, ayer en la asamblea del PNV celebrada en Bilbao.TXETXU BERRUEZO

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