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Columna
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Granada

Resulta frecuente en las negociaciones políticas y sociales pregonar el patriotismo, los méritos y los derechos adquiridos para exigir algunas concesiones. La importancia de cada ciudad entra en juego cuando necesitamos decidir sobre el trazado institucional de los mapas culturales, económicos y políticos. Pero la verdad es que se puede emplear una lógica distinta a la hora de pedir y de conceder. Pedir porque no se tiene, conceder para remediar las carencias. José Moratalla, alcalde de Granada, ha planteado la posibilidad de que su ciudad se convierta en sede de la futura caja única de Andalucía. Es una de las nueve reivindicaciones puestas sobre la mesa para intentar que Granada rompa su letargo y abandone la inercia decadente de un porvenir más bien opaco. Pero antes que exponer sus méritos, las autoridades granadinas pueden basar sus exigencias en nuestros defectos, en la situación actual de abandono y en el carácter autodestructivo de siempre. Si empezamos a competir con Málaga o Sevilla por la sede de la caja única, los méritos de las otras ciudades van a ser superiores y mucho más sonoros, porque malagueños y sevillanos defenderán las mejores ciudades del mundo, los enclaves económicos más útiles y las gallinas particulares de los huevos de oro. Según la tradición, es posible que los granadinos abran entonces una discusión sobre las uvas antes de conseguir el racimo, sacando a la luz más problemas que ventajas. Por eso es doblemente bueno utilizar los argumentos de la carencia al exigir (o suplicar, o defender) una atención seria a nuestras reivindicaciones: la ciudad tiene muchas necesidades y resulta imprescindible que nos ayuden a pensar en el futuro los demás andaluces, los españoles, el mundo y la humanidad, porque nosotros formamos parte de las aguas subterráneas y de los sueños turbios. El río Darro y el optimismo se esconden bajo el asfalto al cruzar la ciudad.

La intervención granadinista y combativa de José Moratalla es también, en este sentido, doblemente oportuna. Ha levantado la voz para exigir unas infraestructuras que son indispensables en el desarrollo de la ciudad y ha roto la inclinación al adormecimiento que durante años caracterizó la actitud de los ciudadanos y, lo que es mucho más grave, de sus representantes políticos. Los nueve puntos tal vez sean un canto al sol y no lleguen jamás a cumplirse, pero apuntan a los problemas concretos de una ciudad que necesita organizar su Área Metropolitana y solucionar gravísimas carencias en sus vías de comunicación. La voz del alcalde quizá llegue con retraso, pero no a destiempo, porque algunas ciudades están a punto de comenzar un segundo ciclo de inversiones, cuando aquí nos queda todavía por cumplir el primero. Y, sobre todo, la apuesta pública del Ayuntamiento puede animar, dar coherencia, organizar, reunir, los diferentes esfuerzos que poco a poco van surgiendo en las cafeterías y en los despachos de la ciudad. Granada debe empezar por tomarse a sí misma en serio, por abandonar esa mezcla extraña de desconfianza, dejadez, orgullo y autodestrucción que la mantiene paralizada. Este grito de guerra será importante si se convierte también en un examen de conciencia.

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