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Columna
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Descafeinado

Victoria Combalia

En nuestro país -y en la mayoría de los otros también- hace falta morirse para que le hagan caso a uno. Joan Brossa, anarquista empedernido y gran poeta visual con obras estéticamente muy radicales realizadas en plena posguerra, murió justo cuando tenía que morir, es decir, cuando ya se le acercaban no los que admiraban al hombre y al artista sino los que siempre van en pos de los verdaderos genios por ver si algo les toca con su roce. Hoy se abre una retrospectiva que siempre es merecida, pero que habríamos deseado planteada de otra manera. Me explicaré. Esta exposición ha sido organizada por la Generalitat, una institución que hizo muy poco por el poeta, pero que pasó a considerarlo como un catalán universal en 1997, a raíz de su selección para el pabellón español de la Bienal de Venecia. Un poco antes, en las retrospectivas organizadas en México (Museo Carrillo Gil y Museo de Monterrey, ambos de gran prestigio) la Generalitat puso entonces 300.000 pesetas: muy poco para tan gran hombre, calderilla para sellos. Ahora todos correrán a fotografiarse con su viuda.

Sin duda la exposición será correcta, pero un evento así habría de servir para añadir conocimiento, para estudiar aspectos poco conocidos de su obra. Pues bien, me parece triste e injusto que nadie haya sido designado para hablar del Brossa radical, del poeta blasfemo, del ácrata contrario a todas las mayúsculas -Patria (que no Cataluña), Religión, Familia-. Es decir, me temo que nos traerán un Brossa descafeinado del que pronto ya no se sabrá si se trata de un joven que hace instalaciones o de un visionario perfectamente lúcido que pasó toda su vida sin hacer ninguna concesión. Una preocupación suplementaria se añade a todo ello; ésta es la de la fundación creada tras su muerte. Si quieren la escueta verdad, a un artista se le puede encumbrar o, por el contrario, hundir muy fácilmente en los primeros 10 años que siguen a su muerte. Depende sencillamente de con qué criterios se aborda la difusión, publicación y comercialización de su obra, para lo cual se requiere una amplia experiencia en estos tres espinosos terrenos. Que Brossa se convierta en una gloria local que ilustre los carteles de la primera Asociación de Boy Scouts que aparezca o que vea en cambio su nombre codeado con el de Duchamp o el de Miró, es hoy nuestra responsabilidad. Existen varios casos de artistas fallecidos recientemente cuyas fundaciones son un ejemplo de corrección: Esteban Vicente y José Guerrero. En estos momentos, lamentablemente, Cataluña no está siendo, en arte, ejemplo de longitud de miras y profesionalidad. Esperemos que me equivoque.

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