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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dos norteamericanos

Al viajar el viernes, en su primera salida al extranjero como presidente, al rancho que tiene Vicente Fox en Guanajuato, George W. Bush ha demostrado que México le importa. La realidad está cambiando en profundidad, no sólo por el proceso de transición democrática y modernización económica de México. Este país y EE UU han mantenido unas relaciones turbulentas, pero hoy el país del sur de Norteamérica se ha convertido en el segundo socio comercial, detrás de Canadá y por delante de Japón, de la hiperpotencia, que cuenta con una población crecientemente bilingüe en español.

Ahora se entrecruzan sus intereses. México se compromete a luchar mejor contra la corrupción y el narcotráfico, y a controlar la emigración de ilegales, y Estados Unidos, a mejorar las condiciones de los trabajadores mexicanos, legales e ilegales. Además, Bush promete revisar el humillante proceso anual de certificación por el Congreso de EE UU de buena conducta mexicana en la lucha contra el tráfico de drogas. Fruto de tales acuerdos, EE UU se asegura suministros energéticos en un momento crucial, como refleja la crisis de la electricidad californiana.

Pero, a pesar de las buenas palabras, no es tan seguro que Bush y Fox coincidan en su visión de esa gran América que proclama el presidente estadounidense como un 'hemisferio unido por las mismas ideas y el libre comercio, desde el Ártico a los Andes', en el que se promueva la democracia y los derechos humanos. Estos planes, que se han de concretar en la próxima Cumbre de las Américas, pueden restringir el margen de maniobra de México, que desea también ampliar sus relaciones con la UE. Desde luego, la política de sanciones de Washington contra Cuba les separa, y tampoco parece que Bush haya acertado al haber nombrado como embajador en la ONU a John Negroponte, que en los años ochenta organizó desde Honduras la guerrilla antisandinista.

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Estados Unidos, que mira cada vez más al sur del río Grande, necesita por su lado que México se convierta en una plataforma de estabilidad, ante el reguero de crisis que se generan en Perú, Colombia y Venezuela. Además de la buena relación personal entre dos políticos a los que gusta calzar botas vaqueras, eso es lo que ha cambiado: hoy, EE UU necesita a México.

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