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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Carne de sentina

La epopeya de casi un millar de refugiados kurdos, embarrancados deliberadamente en la Costa Azul por unos transportistas que se han dado a la fuga, ha conmocionado a Francia y se ha convertido en un aldabonazo que pone de nuevo la cuestión de la inmigración ilegal en lo más alto de la agenda política europea. Las informaciones van componiendo el rompecabezas de la odisea: un viaje comenzado hace dos meses en Irak, casi 500 niños como parte del cargamento, hasta 400.000 pesetas pagadas por persona a los negreros para navegar hasta algún paraíso europeo en peores condiciones que el ganado.

Lo más parecido a un barco de esclavos surcando en el año 2001 las aguas más mundanas de Europa revela la magnitud del reto al que se enfrenta la UE. Los kurdos que ahora reciben los primeros cuidados en Francia podrán solicitar asilo político y evitar la extradición inmediata, pero eso no les garantiza que vayan a ser acogidos. Con casi 400.000 personas pidiendo asilo en la UE el año pasado, algunos de sus Gobiernos, encabezados por el británico, comienzan a plantearse algunos aspectos de la Convención sobre Refugiados, que cumple su 50º aniversario y a la que consideran demasiado fácil de burlar por inmigrantes económicos.

Los ministros de Justicia e Interior de la UE discutieron el año pasado en Marsella, y no era la primera vez, cómo reaccionar a medio plazo ante una avalancha imparable. Uno de los elementos centrales de la situación, ilustrado por los kurdos arribados a Francia, es que el tráfico de seres humanos se ha convertido para los grupos criminales en algo tan lucrativo como las drogas o las armas. Según estimaciones conservadoras, casi medio millón de personas son introducidas clandestinamente cada año en las fronteras de la UE. Refugiados genuinos se mezclan con inmigrantes sin visado en las sentinas de los barcos o en las cajas de los camiones.

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Europa se ha convertido ineluctablemente en tierra de inmigración, pero la velocidad y la intensidad del fenómeno -acorde con la bonanza económica y las desigualdades abismales entre países ricos y pobres- están desbordando a unos dirigentes políticos demasiado enfrascados en sus hechos nacionales, que siguen debatiendo sobre la gran frontera y se han dado hasta 2005 para definir una política común. A la luz de los acontecimientos, parece demasiado tiempo.

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