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Tribuna:AULA LIBRE
Tribuna
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La misión de la Universidad

Cuando la velocidad del cambio exterior es superior a la velocidad del cambio interior, el fin está a la vista'. Jack Welch, presidente de General Electrics.

El pasado mes de noviembre se celebró en Madrid un congreso internacional sobre la figura de Ortega y Gasset. El encuentro permitió reconfirmar la vigencia del pensamiento de Ortega, su influencia y su contribución al 'humanismo hispánico', concepto que desarrolló Eugenio Trías en la clausura del encuentro cuando afirmó que 'pensar la condición humana y hacerlo en lengua española es, hoy, la labor principal de la filosofía y, al tiempo, el gran mérito de Ortega'.

La razón y la oportunidad del congreso se fraguó alrededor del 70º aniversario de la publicación de algunas de las obras más célebres de Ortega. Entre ellas, La rebelión de las masas es quizá la más conocida por citada, y también La deshumanización del arte y Misión de la Universidad, títulos todos ellos que reflejan la habilidad de Ortega para 'articular palabras bellas y de máxima carga conceptual en nuestra lengua con una prosa sencilla y seductora'.

Debemos buscar la promoción de la excelencia y la innovación, valores a veces ausentes en la universidad

No pude resistir la tentación de releer otra vez Misión de la Universidad. Fue fácil encontrar en la red varios sitios sobre el pensamiento de Ortega y acceder a una versión electrónica de su trabajo inmediatamente. Pensé que Ortega hubiera sentido una inmensa satisfacción al comprobar que, con Internet, se confirmaba la tesis que defendió en Meditación sobre la técnica, según la cual la caracterización del hombre no es la de un ser de necesidades, sino la de un ser inteligente que le lleva a la invención técnica constante. Ésta es una de las innovaciones tecnológicas que han cambiado ya, y seguirán cambiando, nuestra manera de adquirir bienes y valores, de acceder a la información y la comunicación, de relacionarnos, pero sobre todo de transmitir conocimientos. La fuente de riqueza del siglo XXI.

Todavía sentía reciente el eco distorsionado de las opiniones que había provocado el Informe Bricall sobre la universidad española cuando el texto de Ortega me sacudió de nuevo, con una emoción intensa al descubrir la vigencia de un pensamiento tan vigoroso y lúcido setenta años después: 'La reforma universitaria no puede reducirse, ni siquiera consistir principalmente, a la corrección de abusos. Reforma es siempre creación de usos nuevos. Lo importante son los usos. Todo movimiento de reforma reducido a corregir los chabacanos abusos que se cometen en nuestra Universidad llevará indefectiblemente a una reforma también chabacana'.

Dice también Ortega:

'Una institución es una máquina, y toda su estructura y funcionamiento han de ir prefijados por el servicio que de ella se espera. En otras palabras: la raíz de la reforma universitaria está en acertar plenamente con su misión. Todo cambio, adobo, retoque de esta nuestra casa que no parta de haber revisado previamente con enérgica claridad, con decisión y veracidad, el problema de su misión, serán penas de amor perdidas'.

No sería la primera vez que, a lo largo de la historia, el pensamiento inmovilista, es decir, el contrario al cambio, a la libertad y a la innovación, se refugia en los claustros de las universidades. Y el miedo se apodera de algunos propietarios del conocimiento cuando, superados por la realidad, se atrincheran en la norma, en las tradiciones o, simplemente, en el patrimonio histórico. Pero la sociedad española nos pide otra actitud. Los datos son abrumadores y reflejan un desajuste entre instrumentos y necesidades, porque nuestra incapacidad para detectar las últimas a tiempo nos ha llevado a la protección de los instrumentos a costa de nuestra misión y del sentido común. Por ejemplo, seguir programando estudios que no tienen salida ni cultural, ni profesional sin ofrecer respuestas a las demandas de la sociedad nos puede alejar definitivamente de las pulsiones de cambio cultural y social. Aunque, afortunadamente, y frente al escepticismo de muchos, la libertad y la iniciativa reconducirán el desequilibrio actual con nuevos actores y nuevos servicios.

No es ajeno a la situación actual el recelo a la sociedad de la información y a sus tecnologías. La enseñanza universitaria basada en la presencialidad como distintivo garante del conocimiento y la calidad ha tocado techo. Un método que ha sacralizado la figura del profesor y ha permitido que la retórica sustituya al debate y al aprendizaje individual y permanente, y que ha vaciado demasiadas aulas del espíritu universitario para convertirlas, en el mejor de los casos, en simples conferencias. Hemos olvidado que nuestra misión es enseñar a aprender más que transmitir lo que sabemos -tan caduco y fácilmente obsoleto-, que nuestra misión es cultivar el espíritu crítico y es, en definitiva, estimular el interés de las personas en el conocimiento como base de su propia conciencia individual y social.

El reto al que nos enfrentamos para adaptar nuestra universidad al tiempo real es enorme. La tentación de hacerlo a medias para conservar antes que para cambiar es cierta. No quiero ser ingenuo y reconozco las dificultades de todo tipo a las que nos enfrentamos. Por eso creo que algunas actitudes corporativas y gremiales pueden retrasar lo inevitable y dañar considerablemente la institución universitaria si consolidan el recelo y la desconfianza hacia los que, ante la gravedad de la situación, buscan -legítimamente- nuevos caminos para su misión de servicio a la sociedad. La búsqueda del común denominador no debe de ser nuestra única preocupación ni nuestra vara de medir, porque casi siempre deriva en la inevitable mediocridad. Debemos buscar la promoción de la excelencia y la innovación, que son valores universitarios universales, a veces ausentes en nuestra universidad. Poner puertas al campo es inútil. Ya no hay fronteras. Tampoco las hay para el deseo y la necesidad de adquirir conocimientos para la propia satisfacción o para la promoción profesional. Un renovado estímulo por la mejora personal a través del aprendizaje sacude ya, irresistiblemente, a nuestra sociedad. ¡Abramos nuestras puertas!

Tenemos una gran oportunidad de que, en este nuevo siglo de la economía y la sociedad del conocimiento, el pensamiento y la cultura en español ocupen un protagonismo dinámico y emergente que creíamos perdido definitivamente en las páginas de la historia. Aprovechar las oportunidades es vital si queremos progresar en un mundo acelerado. Y una de ellas es, sin duda, incentivar la universidad de calidad en Internet y en español, porque es posible y hoy es ya una realidad reconocida en todo el mundo. Bienvenidas sean todas las iniciativas de los que, todavía inquietos y curiosos ante el futuro, quieren sumar energías para transformar nuestra universidad.

Vuelvo a Ortega, ya que es imprescindible ante tanto despiste interesado y tanto recelo disimulado: 'Hay, pues, que sacudir bien de ciencia el árbol de las profesiones, a fin de que quede de ella lo estrictamente necesario y pueda atenderse a las profesiones mismas, cuya enseñanza se halla hoy completamente silvestre. En este punto está todo por iniciar. Una ingeniosa racionalización pedagógica de nuestra universidad permitiría enseñar mucho más eficaz y redondeadamente las profesiones, en menos tiempo y con menos esfuerzo'.

No puedo creer que hayan pasado ya setenta años.

Gabriel Ferraté es rector de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).

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