El agua de los ríos no se 'pierde' en el mar
El aprovechamiento del caudal 'sobrante' de un río puede tener, según el autor, importante repercusiones ambientales.
Estos días se debate en los medios de comunicación sobre el nuevo Plan Hidrológico Nacional, preparado por el Gobierno central. Entre los argumentos a favor de la propuesta se han podido oír frases como que el agua que se va a coger del Ebro (más de mil hectómetros cúbicos), se tomará cerca de la desembocadura, ya que, 'total, se va a perder en el mar'. Esto lo he oído incluso en boca de algunos ministros e ilustres tertulianos.
Como experto en el medio marino, he querido salir a la palestra para tratar de deshacer malentendidos como el anterior, que, a fuerza de repetirlos, acaban siendo asumidos por la ciudadanía como ciertos.
Así, hace un siglo se desconocía que poniendo barreras en los ríos (ferrerías, centrales hidroeléctricas) se alteraban procesos biológicos, como la migración de los salmones. Ello se tradujo en una pérdida de biodiversidad y una desaparición de salmones de la mayoría de los ríos (en parte también debido a la contaminación). Afortunadamente, esto se está corrigiendo, determinándose los caudales ecológicos necesarios para preservar el funcionamiento de los ríos.
Posteriormente se pensó que el mar era capaz de acoger todos los vertidos que fuéramos capaces de generar y, así, los ríos se convirtieron en vías de transporte de residuos, hasta que nos dimos cuenta de que esto alteraba la calidad de las playas (incluso en puntos lejanos), el disfrute de las aguas costeras y hasta la abundancia de los recursos naturales. De esta manera se pusieron en marcha procesos de saneamiento que, a medio plazo y elevado coste, podrán corregir estos efectos.
Más tarde, debido a la coincidencia en el tiempo de diversas inundaciones catastróficas, se vio la conveniencia de regular de alguna manera los caudales, canalizando nuestros ríos, a veces de manera ambientalmente dura (mucho hormigón y poca solución ecológica). Esto ha hecho que comiencen a aparecer otros problemas ambientales, como son la perdida de diversidad de nuestras riberas, la pérdida de paisaje y naturalidad, u otras menos comprendidas, como el progresivo aterramiento de las desembocaduras de algunos ríos. Antes, la naturaleza actuaba desatascando'estas desembocaduras, mediante riadas periódicas que arrastraban los sedimentos al mar. Ahora, al suprimirse éstas, nos encontramos con la necesidad de hacer dragados cada cierto tiempo, con el problema que generan algunos contaminantes que se encuentran en los sedimentos y a los cuales es preciso dar una solución. Es decir, eliminamos unos problema (las inundaciones) y generamos otros (aterramientos, residuos, etc.).
Pero volvamos al inicio de la argumentación y veamos qué es lo que ahora se propone: tomar el agua cerca de la desembocadura, en este caso del Ebro, ya que se va a perder en el mar. En principio esto podría parecer lógico, ya que a un ciudadano que observa la desembocadura de un río posiblemente le vengan a la mente aquellos versos de 'Nuestra vida son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir...', es decir, la nada. Pero en la naturaleza nada se pierde; unos procesos alimentan a otros y la energía se distribuye, de manera poco comprensible para nosotros, a través de vías que incluso hoy en día no conocemos en su totalidad.
La desembocadura de un río, y más si es uno de gran tamaño y caudal, se encuentra en equilibrio dinámico entre el caudal aportado por el río y el mar al que desemboca, con sus mareas, corrientes, oleaje, etc. Esto hace que la naturaleza dibuje una determinada morfología en este punto de encuentro entre el mar y la tierra. Si se quita un importante caudal, lo más posible es que el equilibrio se rompa y la morfología cambie. En el caso del Ebro, posiblemente a través del retroceso del delta, con lo que eso conlleva de pérdida de biodiversidad en una importante zona húmeda, intrusión de la capa salina, alterando el equilibrio que permite el desarrollo agrícola de una buena parte del delta, etc. Algo parecido a esto es lo que ocurrió en el río Nilo a partir de la construcción de la presa de Assuan, que aportaba los sedimentos necesarios para el mantenimiento de su delta.
Pero hay otros procesos que podrían verse alterados y que apunto aquí. Las desembocaduras de los ríos, por los nutrientes o alimento que aportan, constituyen importantes áreas de reproducción o criadero piscícola (lugar adonde van las larvas y juveniles de peces a comer) de muchas especies de interés comercial: anchoa, lubina, platija, etc. De esta manera, el agua que aparentemente se pierde en el mar fertiliza las aguas costeras y provee de alimento a estos peces pequeños que al cabo de un tiempo constituirán las pesquerías de áreas a veces muy grandes. Por ejemplo, la anchoa se reproduce en el Atlántico principalmente en la desembocadura de la Gironde (Burdeos) y luego los juveniles se distribuyen en las cercanías de las desembocaduras de ríos importantes (Garona, Nervión, Oria, etc.), donde se alimentan. Luego los adultos serán pescados en una gran parte del Golfo de Vizcaya.
Por tanto, volviendo al ejemplo que nos ocupa, si se quita una gran parte del caudal del Ebro que se pierde en el mar, no sería de extrañar que, a medio plazo, determinadas pesquerías de la zona de Cataluña pudieran tener importantes descensos en sus rendimientos.
Siendo el agua un bien escaso, sería conveniente que las regulaciones que se hagan tengan en cuenta todos estos factores (y estudiar otros que hoy desconocemos) cuando se haga el balance de lo que merece la pena desarrollar o no. Porque los impactos que se generan pueden darse en puntos muy alejados de donde se actúa o a través de compartimientos del sistema que no han sido tenidos en cuenta y que, finalmente, adquieren una gran importancia económica y ambiental.
Ángel Borja es jefe del Área de Medio Ambiente Marino del Instituto de Investigación y Desarrollo Agrario-AZTI.
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