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Columna
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Dos naciones

Arzalluz reconoce que ETA engañó al PNV, pero se muestra dispuesto a volver a intentarlo: a 'hablar y ceder en lo que podamos'. El lehendakari Ibarretxe, tras ver derrotadas una tras otra las iniciativas con las que trata de retrasar las elecciones, apela directamente a la sociedad -la mayoría silenciosa, imagina- buscando apoyos para su propuesta de foro de diálogo 'sin exclusiones ni condiciones'. El grupo Elkarri convoca una nueva conferencia de paz en favor de una salida negociada. PNV y EA negocian la posibilidad de acudir en coalición a las autonómicas, pero dudan si hacerlo con un programa abiertamente soberanista.

Cada tres años, desde hace 20, el PNV intenta acercarse a ETA / HB, y en todas las ocasiones, tras el fracaso, Arzalluz dice que rompe toda relación con ese mundo y que nunca volverá a creer en su palabra. Si el desenlace es siempre el mismo tal vez sea porque el planteamiento es erróneo; que ETA no es lo que el PNV cree, y que es ilusorio hacerla desistir mediante concesiones políticas. Sin embargo, Arzalluz persevera: hablar y ceder en lo que podamos. Ese añadido podría interpretarse así: en lo que podamos hacer que cedan los no nacionalistas. Porque ellos no ceden nada. Pasar de un marco autonómico a otro soberanista no es hacer concesiones sino que las hagan los otros.

¿Cómo? Mediante el foro de diálogo sin condiciones ni exclusiones que propone Ibarretxe. Se supone que un foro convocado al margen del Parlamento vasco no será para dejar las cosas como están, sino para modificar el marco y las reglas de juego. ¿En qué sentido? Lo aclara el programa de EA: en una primera fase, conseguir 'el reconocimiento fáctico de nuestros derechos' mediante 'la negociación política'. Con ese aval, los nacionalistas crearían otras instituciones que prefigurasen la futura Euskal Herria independiente, y en su momento, hacia 2008, se aprobaría una 'declaración de soberanía' que forzaría la 'intervención de los organismos internacionales'.

La cosa está bastante clara: se trata de jugar al ajedrez con las blancas y con las negras simultáneamente. Los no nacionalistas, convenientemente identificados por ETA como aquellos que pueden ser asesinados sin necesidad de justificación específica, son convocados para que (si quieren salvar el pellejo) avalen con su presencia en un foro lo que los nacionalistas consideran necesario conseguir en esta fase del contencioso. Cambian los modales, pero se mantiene la lógica excluyente del compromiso firmado en 1998 entre ETA y los nacionalistas.

Euskadi no es una nación (sino dos, como mínimo). Pudo haberlo sido (una nación plural que se construye desde el autogobierno con el que se identifica el 80% de la ciudadanía) pero los partidos nacionalistas, condicionados por la presencia del terrorismo, han escindido la sociedad vasca en dos mitades crecientemente separadas, y quienes lo han propiciado ni siquiera son conscientes de ello.

Hay un hilo que va de Lizarra a la propuesta del lehendakari: la idea de que existe un problema político no resuelto que explica la pervivencia de la violencia, y que requiere soluciones políticas: concretamente, que los no nacionalistas renuncien a sus ideas e intereses. Es un planteamiento perverso. A la mujer de un diputado del PP que acudió a la Ertzaintza ante la aparición de amenazas le respondieron mostrándole la Alternativa Democrática -la propuesta de negociación presentada por ETA en 1995- y preguntándole por qué no podía aprobarse lo que decía en aquel papel. Hace seis años se reunía en Bilbao la conferencia en favor de una paz negociada organizada por Elkarri. En ella, el PNV equiparaba la negativa de ETA a dejar de matar con la del Estado español a reconocer la autodeterminación y propugnaba 'repartir la razón entre las partes'. 'ETA debe dejar las armas, pero no por la vía de la rendición', decía por entonces Egibar.

El resultado está a la vista. El discurso que vincula la retirada de ETA con concesiones como las ofrecidas -a costa de otros- por el PNV con ocasión de la tregua no hace desaparecer el problema de la violencia y en cambio agrava el problema político, fragmentando a la sociedad y deslegitimando las instituciones. Lo cual dificulta la respuesta unitaria frente a ETA y favorece la eterna repetición del ciclo a través del cual el nacionalismo violento va sometiendo al PNV.

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