En memoria de Juantxu Rodríguez
Días atrás se ha inaugurado en el antiguo convento Santa Clara de Portugalete, hoy centro cultural, una muestra-concurso de fotografías. Año tras año, se quiere mantener vivo el recuerdo del reportero local Juantxu Rodríguez (Cáceres, 1957), que murió en 1989 por las balas de un marine cuando cubría para este periódico la invasión de Panamá por EE UU. Un vídeo con fotos de guerra del prestigioso Donalld McCullin abrió el acto. El resto de las obras presentadas están lejos de seguir esta trayectoria bélica, son más bien retratos y escenas de la vida cotidiana que se reparten en dos frentes. Uno libre, de donde ha salido premiado Vicente Peiró, de Logroño, y otro periodístico, declarado desierto, con muy pocos trabajos presentados. Mayormente las imágenes son en blanco y negro y, sin excesivas exigencias estilísticas ni de pensamiento, son dignas de contemplarse. Son fotografías donde la sencillez es valor primordial. Una cualidad de la que hizo gala el homenajeado, cuya sombra, a modo de recuerdo inevitable, envuelve la atmósfera de la sala y su recorrido.
Efectivamente, Juantxu era un personaje afable. Portugalete y la Margen Izquierda fueron su segunda cuna y allí, con la mirada puesta en las chimeneas de Altos Hornos -una constante temática sin concluir por su trágica desaparición-, aprendió el oficio trabajando, como otros muchos aprendices en las fábricas cercanas. Se forjó en el esfuerzo de las mal pagadas colaboraciones de prensa, primero en el vespertino Hierro y luego en otros periódicos del País Vasco. Buscando empleo más estable, marchó a Madrid. El gabinete de prensa de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo le contrató en 1982. No se pueden olvidar los retratos de conferenciantes realizados en las aulas de verano del Palacio la Magdalena de Santander. Allí fue donde Néstor Almendros, el afamado director de fotografía, le dijo bromeando que para triunfar en Hollywood tendría que abreviar su nombre. Le sugirió Jon Rodri, pero su destino no estaba en el cine; su trayectoria estuvo marcada por la búsqueda pertinaz de la mejor instantánea, la composición más novedosa o el momento más deslumbrante de un acontecimiento. Así, desde la agencia Cover recorrió distintos países con su cámara a cuestas y, llegado a Centroamérica junto a Maruja Torres, haciendo un reportaje para EL PAÍS, acabó su vida.
Volviendo al memorial, llama la atención la poca participación de fotoperiodistas en el mismo. Aquellos que más destacan en los medios parecen haber olvidado a su compañero; tal vez no les quede tiempo libre para estos menesteres o quizás les sepa a poco aportar su granito de arena a un acontecimiento sin demasiada alharaca, aunque evoque a quien un día llamaron amigo. Sea por la razón que sea, no están. Han venido los que todavía están a prueba, los que se pelean por llevar sus fotos a la mesa del editor gráfico, para que las examine y les dé su visto bueno, al igual que lo hizo el homenajeado que nunca llegó a tener una nómina fija. El inicio en esta profesión es duro, equiparable al de los músicos, que siempre tienen delante de ellos alguien más consagrado, aunque toque peor.
En la muestra hay fotos interesantes. Además de la Intifada palestina u otros momentos noticiables, hay paisajes bien construidos. Así son con las tomas de la Cala del Moral, en Málaga, donde la espuma de las olas se convierte, con un tratamiento a baja velocidad, en suave algodón que acaricia la arena de la playa en contraste con oscuros y puntiagudos peñascos. También son de apreciar algunos retratos o la obra premiada que representa un hombre postrado con un bebé a su espalda y evoca metafóricamente la sucesión o el relevo generacional. El homenaje es un acierto, pero deben proponerse metas más relevantes. Honra para el personaje, orgullo y prestigio para la localidad que le acogió desde niño, sería encontrar un lugar estable donde exponer su obra: conformarlo como el primer Museo del Fotoperiodismo en España, referencia para una profesión difícil, cargada de humanismo, solidaridad y sensibilidad creadora.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.