'Durante cuatro meses fuimos de un médico a otro'
Los primeros síntomas de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, en cualquiera de sus variantes, son muy ambiguos: depresión, ansiedad, insomnio. No es fácil encontrar un solo ciudadano que no los haya padecido alguna vez. Mirando hacia atrás, la madre de Javier Monge, María Rosa Sanz, recuerda que su hijo mostró signos de desánimo en enero del año pasado. 'Dejó a su novia, con la que había estado diez años; no sé si a eso se le puede llamar una depresión', dice la mujer.
'Pero por febrero empezó a fallarle una pierna; eso ya no parecía nada psicológico', recuerda María Rosa. Durante las semanas siguientes Javier fue notando que caminaba cada vez peor, se cayó al suelo en un par de ocasiones y empezo a necesitar ayuda para andar.
'Durante cuatro meses fuimos de un médico a otro, con una angustia que era cada vez mayor', prosigue la madre. 'Uno le hacía una resonancia y no salía nada, otro un electroencefalograma y no le aparecía nada, otro un electromiograma, nada. La doctora del seguro, que la verdad es que se portó muy bien todo el rato, le mandó a un psicólogo o a un psiquiatra, nunca me aclaro con eso'.
Hacia el mes de abril, Javier empezó a padecer trastornos de memoria cada vez más frecuentes, y su lenguaje fue perdiendo fluidez poco a poco. Ese mismo mes, sus andares dificultosos se agravaron con unos saltos o espasmos musculares irregulares. Por entonces no perdió nunca el conocimiento. Un psiquiatra le recetó Prozac. A primeros de mayo, el neurólogo del ambulatorio sospechó que podía tratarse de un trastorno neurológico y recomendó su ingreso en un hospital. El 15 de mayo entró en el Doce de Octubre.
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