Ermua
Este municipio vizcaíno de algo más de 17.000 almas, de poco más de seis kilómetros cuadrados, de los más pequeños del país en superficie, pero entre los 15 más densamente poblados con casi 3.000 habitantes por kilómetro cuadrado, se ha convertido en un punto de referencia histórico, un símbolo, un movimiento cívico y hasta una metáfora de la sociedad y la política vasca. Todo comenzó con la reacción cívica, primero, por el secuestro de Miguel Ángel Blanco, aquel joven concejal del PP hijo de inmigrantes gallegos, y por la explosión social posterior a su vil asesinato por el matonismo totalitario del etnicismo nacionalista de ETA.
Ermua es el espejo de esa otra Euskadi industrial, de clase trabajadora, en la que los inmigrantes y sus hijos son mayoría social, con un alcalde socialista de familia vasca que gana por mayoría absoluta, donde el nacionalismo es minoritario y con un tercio de sus habitantes euskaldunes o bilingües pasivos a partir de un 20 % que han tenido al euskera como lengua materna en solitario o con el castellano, en un claro proceso de recuperación lingüística. No es extraño que una gran parte de la sociedad vasca se sintiese profundamente herida por aquella agresión terrorista.
El linchamiento del edil popular fue rápidamente percibido como un intento de voladura del modelo de convivencia plural que comenzaba a apuntalarse con la consolidación del autogobierno de la segunda mitad de los ochenta y primera de los noventa. El estallido emocional de aquellos días, con auténticos caracteres de rebelión cívica, desencadenó una marea social que amenazaba con llevarse por delante la hegemonía nacionalista que se había apropiado de todas las instituciones en las dos últimas décadas. Lo más importante, es que este espíritu difuso, que tanto irritaba al siempre irascible Arzalluz (cuestión de carácter), sirvió de catalizador para un movimiento intelectual, que, con aciertos y errores, ha tenido el innegable valor histórico de levantar y mantener erguida la bandera del compromiso ético y el coraje cívico contra el fascismo soberanista, aún a costa de tener que pagarlo con la vida, con la pérdida de su libertad de movimientos y con la descalificación personal.
La gran paradoja fue que las instituciones, que este movimiento legitimaba con su reacción intelectual y crítica al reclamar la recuperación de su auténtica función integradora y representativa, es decir democrática, fueron utilizadas por sus administradores, convertidos en okupas, como trincheras para ahogar y linchar ese espíritu y sus intérpretes, facilitándole el trabajo a los que apalean el nogal. Y es que el miedo a quedar sin nueces llevó a los okupas institucionales a cobijarse y apiñarse bajo ese nogal de una forma vergonzante e indigna, sin percatarse de que la lluvia ácida que desprendía contaminaba su proyecto y arruinaba, moral y políticamente, a nuestra sociedad.
El acto final de esta ceremonia macabra lo hemos vivido hace muy pocos días en Bilbao, en la recepción por el Foro Ermua del premio a la memoria de Carmen Tagle. Tratados como peligrosos sociales, casi no encuentran cobijo institucional para poder celebrar y reconocer, precisamente, su función legitimadora de las instituciones y de los auténticos valores democráticos. La razón es muy simple y refleja el drama de nuestra sociedad. Y es que su función legitimadora la vienen ejerciendo de una forma crítica, al denunciar la falta de libertad, la inseguridad y la intolerancia imperantes en nuestra sociedad, sin que los responsables institucionales parezcan darse por enterados. Además, defienden con rabia que sólo partiendo de honrar la memoria y restaurar la justicia para con las víctimas del terrorismo se puede andar un camino, ética y políticamente, recto. Por si fuera poco, proclaman con firmeza que no se puede hablar y, mucho menos, hacer concesiones políticas a quien utiliza la extorsión, la pistola, el coche bomba, el líquido inflamable o la intimidación como forma de acción. Y, para rematar su pecado, tienen la osadía democrática de insinuarle a la sociedad que es preferible una mayoría política distinta, es decir una simple alternancia, si lo que se quiere es recuperar la normalidad democrática y legitimar nuestras instituciones poniéndolas al servicio de toda la ciudadanía democrática y sacando al zorro del gallinero.
Ermua es un punto de inflexión en nuestra historia reciente, es un referente simbólico y es nuestro futuro más seguro.
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