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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

A peor en Indonesia

La reprobación del presidente indonesio, Abdurrahman Wahid, por el Parlamento es la antesala de un proceso de destitución. Se trata de un revés de enorme envergadura para el primer gobernante elegido democráticamente, hace tan sólo quince meses, por un país-archipiélago en el que viven 210 millones de personas. La realidad es que la multidimensional crisis indonesia y su amenaza de descomposición resulta excesiva para la capacidad y el talante impredecible del frágil clérigo musulmán.

El optimismo de aquella elección a la jefatura del Estado, en la que el taimado Wahid venció a su actual vicepresidenta, Megawati Sukarnoputri, hija del fundador de la nación, se ha evaporado entre escándalos financieros, militares levantiscos, disturbios callejeros y revueltas secesionistas en el país musulmán de las 17.000 islas. Yakarta es de nuevo escenario de protestas con alarmantes ecos de las que destronaron hace dos años y medio al dictador Suharto.

El Parlamento acaba de refrendar un informe que acusa a Wahid de mentir y de abuso de poder a propósito de dos casos de corrupción que sobrepasan los mil millones de pesetas. El presidente, al que se culpa de haber alumbrado un nuevo brote de colusión y nepotismo, rechaza la idea de dimitir mientras se averiguan los pormenores de su intervención en los escándalos. Tiene tres meses para demostrar su inocencia, pero la censura parlamentaria, en forma de carta de advertencia, menoscaba drásticamente la legitimidad de un dirigente que pierde terreno por días, tanto en el ámbito legal como en el político.

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Según la Constitución, Wahid, cuyo mandato expira en 2004, sólo puede ser desposeído por la Asamblea Consultiva Popular, que engloba al Parlamento y a representantes regionales y de grupos sociales. Al margen de los cargos concretos por los que se le investiga, el acosado dirigente ha venido mostrando un talante despectivo hacia el poder legislativo, en el que sólo controla el 10% de los escaños. No cabría, pues, esperar demasiada compasión de unos diputados que en gran medida se arrepienten ya de haber contribuido a su designación. La llave del futuro inmediato del país, al menos formalmente, está ahora en manos de la vicepresidenta Sukarnoputri, aliada nominal de Wahid y cuyo partido es mayoritario tanto en el Parlamento como en la Asamblea. La taciturna hija de Sukarno, que ha apoyado la censura como mal menor, es la heredera constitucional del presidente.

En la fluida Indonesia, sin embargo, la calle y los mecanismos del Estado siguen su propio camino. Y las protestas in crescendo pueden acabar, como en Manila, precipitando el abandono del mercurial presidente y desatando una situación de gravedad proporcional a la importancia estratégica del país y a sus dimensiones, a su tradición autoritaria y golpista y a su influencia regional. El cercano ejemplo filipino es elocuente del rumbo que pueden tomar los acontecimientos en regímenes en transición, con instituciones democráticas apenas probadas y donde millones de personas sufren sin esperanza los envites de las necesidades más acuciantes.

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