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Reportaje:

Los tesoros de Popoy

Miles de niños filipinos escarban entre toneladas de basura en busca de plásticos, cartones y latas para vender

Ramón Lobo

Popoy tiene nueve años; hace meses que no ve a sus padres; nunca acude al colegio y gana 50 pesos (200 pesetas) al día, que entrega a una tía para que él y toda su familia de cuatro hermanos dejen de hambrear de vez en cuando. Viste una camiseta a rayas un tanto excesiva, la única entera que posee, y despide un tufo penetrante de suciedad. Se despierta a las seis de la mañana para trabajar hasta la puesta de sol, 12 horas después. Es uno de los miles de niños y jóvenes que se afanan cada día entre toneladas de basura en Payatas, un estercolero de Quezón City al que van a parar los desperdicios de Metro-Manila, una ciudad sin lindes, en movimiento perpetuo, de 10 millones de habitantes.

Popoy no conoce el miedo a morir, pues apenas disfruta de una vida que defender. Él y sus amigos Chris y Lito (21 años), Pochoy (13) y John John (14) escrutan la carretera -un camino de tierra, embarrado y sucio-, en espera de una oportunidad. Y cuando por él asoma uno de los miles de camiones herrumbrosos y desvencijados que cada día vierten la inmundicia sobre Payatas, todos se lanzan a la carrera sobre su trasera encaramándose en marcha, bamboleándose como peleles hasta que se detiene. Jamás trabajan en equipo, pues la lucha de la supervivencia es individual. Cada uno revuelve frenéticamente con las manos desnudas entre una masa pestilente en busca de tesoros de hojalata, cartón o plástico, que después guardan en unas bolsas enormes para su venta.

Algunos de estos niños presentan cortes abiertos y sangrantes en las extremidades. Conviven con la enfermedad y la muerte, pues en Payatas no hay hospital ni médico que cure las heridas.

No lejos, otros pobres menos pobres progresan gracias al negocio del intermediario: son los que adquieren los bienes que las manos de Popoy y otros separan durante 10 horas al día, siete días por semana. Un kilo de plástico, por ejemplo, se paga bien, a cinco pesos filipinos (20 pesetas); uno de cartón o metal, a tan sólo un peso. Los más mayores, como Chris y Lito, se embolsan 100 pesos cada 12 horas, el doble que Popoy. No resulta gran cosa, pues un kilo de plátanos se vende a 100 pesos o a 70 un paquete de tabaco.

'No tengo tiempo para ir al colegio', confiesa Popoy en un descanso. 'Mi tía necesita el dinero para comer', se excusa. Lito, que le observa desde la atalaya de una sonrisa algo paternal, no en vano es de los más viejos, dice: 'Me gustaría mucho', musita apoyado en el hombro de Chris, 'reunir dinero suficiente para encontrar otro trabajo en Manila' ¿Qué quieres hacer? Lito se agita nervioso como si revelar un deseo tan íntimo tuviera la fuerza de un abracadabra capaz de ningunear a la realidad. 'A mí me gustaría tener una moto', dice tras pensarlo unos segundos.

Más abajo, en las profundidades del infierno de Payatas, los camiones desaparecen con los restos que han sido limpiados de despojos reciclables. Lo que transportan ahora es la basura de la basura, que vacían sobre unas montañas gigantescas de desechos. El hedor resulta tan penetrante que muchos de los chicos se protegen la nariz con pañuelos o toallas sucias. En esas montañas de humo, como aquí las llaman, se quema parte de los restos en medio de pequeñas explosiones de los aerosoles.

En Tondó, un barrio paupérrimo de Manila, las chabolas se alinean decrépitas en la calle Radial-10, enfrente del puerto de Manila. No pueden ver ni oler el mar, pues un muro de cemento separa su vida de todo horizonte. Allí, entre maderas, hojalatas y neumáticos que planchan las techumbres, se yerguen casitas pandeadas en cuatro hileras de calles infectas. Los más optimistas cuelgan carteles en sus chapados: 'Se alquila habitación', 'se reparan todo tipo de vehículos' o ''videoke' a 600 pesos por 12 horas'.

Tondó es el lumpen de Manila, ese que votó en masa en las elecciones de 1998 a Joseph Erap Estrada, el antiguo actor del prolijo cine filipino y que alcanzó la presidencia con un mensaje populista y redentor. Detrás de esas chabolas crecen algunas viviendas de piedra, casi tan pobres como las barracas. Cerca del muro que aleja la pobreza del mar, el régimen consorte de Ferdinand e Imelda Marcos edificó unos albergues de dos alturas para desalojar a los chabolistas. Esas infraviviendas de lujo tienen las ventanas tachonadas con maderas, y por sus balcones asoman restos de hojalata y ropas tendidas al humo de la circulación de la Radial-10. También se distinguen edificios sociales, más modernos, financiados por el Gobierno de de la presidenta Cory Aquino, y otros levantados por el de Fidel Ramos. En éstas se ven incluso plantas colgadas de las balconeras que toman el sol de la tarde.

La montaña de humo de Tondó, donde años antes había un vertedero, está cubierta de vegetación; parece una colina inofensiva y verde. El Gobierno de Ramos la clausuró hace tiempo. Anthony trabajó en esa cantera de mugre. Como Popoy en Payatas, también se inició muy joven en el arte de desenterrar plásticos, cartones y metales; en ello le iba el hambre y la subsistencia. 'Yo voté por Erap [Joseph Estrada], como todo Tondó', asegura con el torso brillante y un pitillo colgado de los labios. A su vera atiende Violeta, de 45 años, quien se afana por acomodar la mercancía de su puestecillo: tomates, chiles y varios sacos de arroz blanco. 'No me creo lo que dicen de él [Estrada]; estoy segura de que no robó esos millones'. Anthony, inquieto, interviene sin que nadie se lo pida: 'Erap es el amigo de los pobres, por eso no le quieren los ricos'. Algo alejada de la locuacidad de Anthony, Lolita, de 54 años, dice: 'Estrada hizo mucho por los pobres'. Al señalarle las viviendas construidas por los Gobiernos de Marcos y Aquino y preguntarle dónde están las de Estrada, Lolita mira a derecha e izquierda, mesándose el cabello, ya ralo y muy despeinado. Tras un silencio prolongado, concede. 'No hay casas, pero es que a él no le ha dado tiempo'. Violeta, que ha abandonado la influencia de Anthony, se acerca y apunta: 'El [ex] presidente ha hecho muchísimo por nosotros'. Pese a ello, ni Violenta ni Lolita pueden explicar en qué mejoró su vida en los 30 meses de Gobierno de Estrada.

Mineros de la basura

Miles de niños agujerean sin descanso las colinas formadas por la basura para introducirse en ellas como mineros y rastrear entre los restos en pos de un objeto de valor, un anillo, algo de posible venta. El 10 de julio de 2000, una de esas montañas de humo, horadada durante meses sin ciencia por una legión hormiguera de chiquillos, se derrumbó, cobrándose la vida de cientos de personas. Algunos de esos cadáveres fueron recuperados y enterrados con cristiandad; otros, en cambio, quedaron sepultados para siempre. El nuevo Gobierno de Gloria Macapagal Arroyo ha prometido ahora soluciones urgentes para Payatas: trasladar, por ejemplo, el vertedero a otro lugar, como si mover el problema y la pobreza de sitio fuera un remedio. En la puerta de Payatas crece un zoco en medio de restos caídos de los camiones y de plásticos voladores. Allí, los menos pobres miman sus negocios de venta de naranjas, o periódicos, o de compra de relojes y baratijas de quinta mano. Una barbería se asoma entre los puestecillos con un nombre imposible, Lucky (suerte). Niños y niñas, que vienen del colegio, se pasean en uniforme a 500 metros de los que buscan basura. Son dos mundos dentro de un mismo universo de miseria.

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