_
_
_
_

El Ecuador pasa por Lorca

Las familias de Gilberth, Narcisa y Víctor Hugo sufren en el país suramericano por los problemas de sus seres queridos en España

En el preciso instante en que el delegado para la Extranjería, Enrique Fernández-Miranda, cerraba en Quito el acuerdo de inmigración entre los Gobiernos de España y Ecuador, 5.000 ciudadanos de este último país, sin regularizar, amenazados de expulsión, encerrados en señal de protesta, lamentaban en Lorca el repudio de la 'madre patria'. Al otro lado del charco les esperaban los chulqueros (usureros que prestan dinero con intereses anuales del 120%) y las hipotecas impagadas que arruinarán a sus familias. En los suburbios de Quito que se extienden por las faldas de la cordillera, por encima de los 3.000 metros de altura, sus amigos y parientes están pendientes de lo que sucede en España. Las noticias llegan a unos pequeños locales en los que es posible alquilar una conexión a Internet y telefonear. La tecnología punta les mantiene al tanto en barrios como San Fernando de Guamaní, a 20 minutos del centro de la capital, donde no hay agua potable y las calles están sin asfaltar. San Fernando es un barrio marginal, pero tiene a la vez un aire rural, pues las gallinas se pasean libremente por los lodazales.

Gilberth tiene una deuda

Hace cuatro meses, Gilberth Hidalgo Aguilar, de 26 años, abandonó su empleo de chófer de autobús, por el que le pagaban 100 dólares al mes (unas 18.000 pesetas), dejó su casa en San Fernando de Guanamí y se marchó a Murcia: Eldorado. Hoy baja la voz, avergonzado, cuando confiesa que acudirá a Cáritas a pedir ropa. 'Volver después de unos meses sería como haber venido a darse un lujo nomás', musita. 'No tuve a nadie que me dijera la verdad de cómo es la vida aquí. Vine así, emocionado, creyendo que la gente ganaba 1.000 dólares al mes'.

En Madrid subsistió repartiendo publicidad en el metro, a razón de 2.600 pesetas diarias. Un día vio un anuncio en un locutorio telefónico que reclamaba trabajadores para Lorca y llamó. Durante un mes se desplazó a las plantaciones de Pulpí hasta que una plaga se cebó con los tomates y arrasó con su jornal de 680 pesetas la hora.

Luego comenzó a trabajar con Prestoempleo, una empresa de trabajo temporal que utilizó irregulares hasta que el accidente del 3 de enero, en el que perdieron la vida 12 compatriotas en un paso a nivel, convirtió en escándalo lo que todos conocían de sobra: 'El encargado dijo que ya no podían trabajar más sin papeles'. Hace más de 20 días que no gana un duro y aún le restan 1.400 dólares (252.000 pesetas) del préstamo que suscribió con un banco (36% de interés anual). 'Mi familia tampoco tiene dinero, nos encontramos desesperados. En vez de ayudarles, ahora tendrán que ayudarme ellos a mí', se lamenta. Casi en un susurro desliza: 'Es dura y triste la vida del emigrante'.

Gilbert no conoce al más pequeño de sus dos sobrinos, hijo de su hermano Gustavo. El bebé tiene un mes. En su humilde casa de Quito, Gustavo relata que los primeros días en España fueron muy difíciles para Gilberth. 'Estaba triste y desesperado', dice.

Los dos hermanos saben bien lo que es la emigración. Llegaron a la capital hace diez años desde Guaranda, una pequeña ciudad al suroeste de Quito, ignorada desde hace décadas en los planes de desarrollo de los Gobiernos. Atrás quedaron sus padres y otros dos hermanos.

Gustavo teme que la Ley de Extranjería coloque a su hermano en peligro de deportación. 'Quisiéramos que se quedara un tiempo más para que, al menos, pueda pagar la deuda del pasaje', dice.

Casado y con dos hijos, y chófer de una empresa farmacéutica, Gustavo dice que no ha pensado emigrar. Gilberth le ha contado que en España los indocumentados no pueden moverse libremente. Advierte de que en el Ecuador cada vez es más difícil conseguir un trabajo. 'Con la dolarización [el Gobierno del presidente Gustavo Noboa decidió adoptar el dólar como moneda nacional hace un año] han aumentado el desempleo y la delincuencia', comenta.

Desde la terraza de la casa de la familia Hidalgo se puede ver el sur de la ciudad y las calles irregulares del barrio. En Ecuador, el 69% de la población vive bajo la línea de pobreza. Evelyn, la primera hija de Gustavo Hidalgo, corre en dirección a una tienda, a esperar la llamada telefónica desde Lorca de su tío, como todos los domingos.

Narcisa y el futuro de Evelyn

Evelyn, la hija de Narcisa Cuasquén Almeida, necesitó ayuda psicológica en Quito para afrontar la separación de su madre, que abandonó el país hace cinco meses. Dejó de rendir en la escuela, incapaz de superar el vuelco que acababa de experimentar su vida a los 9 años. 'Se oponía a quedarse sin mamá. Le expliqué que yo no ganaba lo suficiente para pagar sus estudios, y una intenta que los hijos salgan adelante', rememora Narcisa en Lorca.

El psicólogo y las primeras remesas de dinero procedentes de España suavizaron, sin embargo, la separación. Evelyn se compró ropa de moda y ya soñaba con 'una computadora'. Un regalo, hoy por hoy, fuera del alcance de Narcisa, angustiada por los 1.500 dólares (270.000 pesetas) que aún debe en Ecuador y la falta de jornales, que la obligan a subsistir con una comida al día: 'Uno se lo deja todo por venir a prosperar un poco. Mi deseo era traerla a ella cuando terminase de pagar y hacerme una casita allá. Si no tuviera la deuda no me importaría irme'. Ni siquiera la desesperación resta ternura y candidez a las palabras de Narcisa, que habla a veces como pidiendo perdón por haber soñado con progresar una pizca.

Quien cuida de Evelyn es Nelly Álvarez, prima de Narcisa y como ella madre soltera. Ambas nacieron en un pueblo próximo a la frontera con Colombia y emigraron a Quito hace ocho años. Las únicas puertas que se abrieron para ellas en la capital fueron las de los pisos que debían limpiar cada día para juntar unos ingresos de apenas 50 dólares al mes (9.000 pesetas).

'Hemos tenido una vida dura', dice Nelly. Una vida que sus hijas parecían condenadas a heredar. 'La pobreza se arrastra', sostiene. En Ecuador, la miseria se traslada de madres a hijas en un círculo vicioso, que sólo la emigración parece capaz de romper. 'Veía como Narcisa sufría. Sabía que le esperaba una vida igual a la mía'. Nelly pensó que era el momento de darle una oportunidad. Se comprometió a cuidar de la pequeña Evelyn y la animó a irse.

Evelyn y Nelly se ven sólo por las noches. La niña llega a casa, se calienta la comida, hace la tarea de la escuela y la espera. Pero los fines de semana están siempre juntas. Evelyn va a quinto curso de educación básica y cuenta que una de sus compañeras le ha dicho que su 'mamá también tiene que trabajar en España'.

Víctor Hugo, por desesperación

Acurrucado junto al portal de un edificio municipal, Víctor Hugo pasó la noche del jueves 18 a la intemperie. A pocos metros, en la iglesia de San Mateo, dormían cerca de un centenar de inmigrantes, que protagonizaron el primer encierro contra la Ley de Extranjería. Víctor Hugo, el más lacónico de los cinco suramericanos que han dormido al raso, ya no puede afrontar el alquiler del piso, después de varias semanas sin acudir al tajo. Comienza a escasearle el dinero para comer, pero ya no se molesta en madrugar para tentar fortuna en alguno de los puntos donde antes las empresas recogían mano de obra sin mayores miramientos legales. Casi nadie quiere irregulares desde el fatídico día del accidente del tren.

Envuelto entre mantas y cartones, que apenas atenúan el frío de las madrugadas de Lorca, donde la temperatura puede descender hasta los dos grados, Maldonado muestra una mezcla de timidez y recelo a la hora de hablar de sí mismo, que se suma al sopor propio de quien está desperezándose. Sobre el sueño y la parquedad prevalece un aire de resentimiento hacia España, que no esconde. 'La madre patria nos pide papeles', recalca. Y cuando uno de sus compañeros dice que los papeles ya se pagaron cuando Colón descubrió América, Víctor Hugo remacha: 'Por esta vida y la otra'.

Los Maldonado son una familia de izquierdas. La mayoría de los nueve hermanos ha trabajado en sindicatos y cooperativas campesinas y de vivienda. Tres son emigrantes. Uno de ellos vive en Chile desde hace dos décadas, y tiene allí una tahona, tan próspera que planea abrir una sucursal en Miami. Otro de los hermanos vive en Orlando (EE UU), donde trabaja para una cadena de hoteles. Pero al menor de la familia, Víctor Hugo, de 30 años, que ahora vive en España, le persiguen las crisis. Estuvo unos años en Chile, hasta que los problemas económicos de mediados de 1999, que provocaron la pérdida de miles de puestos de trabajo, le obligaron a dejar el país. A su regreso a Ecuador se encontró con otro descalabro, el más grave de la región en los últimos dos años: la banca quebró, el Gobierno del ex presidente Jamil Mahuad ordenó la incautación de los depósitos bancarios de todos los clientes y la moneda, el sucre, se devaluó en un 400%. Víctor Hugo decidió entonces marcharse a España.

'Se fue con ganas de conocer el país y de viajar a Italia y Francia. Pero al parecer se encontró con la crisis de los inmigrantes ecuatorianos en Murcia, tras el accidente de Lorca', dice Fernando, el mayor de los Maldonado, profesor universitario y sindicalista. 'Oí la noticia del accidente en la radio, cuando iba en el coche. Me detuve para escuchar la lista de las víctimas. Respiré aliviado. Más tarde, Víctor Hugo llamó por teléfono a casa para tranquilizarnos', dice.

Fernando vive con su familia en un barrio de clase media en el centro de Quito. Su esposa trabaja para el Ministerio de Bienestar Social. Cree que su hermano decidió marcharse porque, como muchos jóvenes, ha perdido la confianza en el país: 'La corrupción destruye la fe. Los jóvenes no tienen ninguna certeza de lo que les deparará el futuro', dice, ajeno a que su hermano intenta dormir al raso en Lorca, 9.000 kilómetros al este.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_