_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Talante

Una de las características que ha definido a la derecha preconstitucional es que la acción de gobierno la ha ejercido sin oposición. La toma de decisiones no podía ser contestada. La contestación, si se producía, era corregida. Sanciones gubernativas y judiciales se encargaban de poner coto a quienes se manifestaban de forma opuesta. Eran tiempos de orden, autocomplacencia y engaños.

Sin embargo, la entrada en juego de los valores democráticos y el establecimiento del Estado social y de derecho, incorporaron modos de gobierno diferentes. Pluralidad, oposición y discrepancias conforman la salud de la nueva forma de entender la acción de gobierno. Unas maneras que asumió la derecha, aunque con reticencias, mientras permaneció en la oposición, y que mantuvo en su primer gobierno. Ahí quedan sus pactos con los partidos nacionalistas, PNV y Convergència i Unió. No obstante, ha bastado alcanzar la mayoría absoluta para que se inicie una forma de gobernar que recuerda la etapa preconstitucional. Ejemplos no faltan. El alejamiento de CiU y la satanización del PNV fueron sus primeros pasos. El rechazo de los derechos humanos de los inmigrantes, el siguiente. Pero, no es suficiente. Necesita más. Ahora niega las competencias del TS, en la interpretación de las normas (caso del juez prevaricador), y de la Audiencia Nacional (incremento del salario los funcionarios). Necesita, como en los peores tiempos, acaparar los distintos poderes y gobernar sin oposición. A solas.

Esta forma de ejercer la acción de gobierno además de negar el pluralismo, perjudica los intereses de Andalucía. No quiere que se oiga su voz en el tema de la inmigración, en la ampliación militar de la base de Rota, o en su intento de lograr que el submarino nuclear se repare lejos de la costa.

Tal vez, si el PP andaluz, además de preocuparse de los autobuses, intentara recuperar el antiguo talante, el Gobierno central podría conseguir que los inmigrantes pasearan por Andalucía con la misma libertad que los marines americanos por la base de Rota. En cualquier caso, debería convencer al ministro Piqué de que no monte la farsa de solicitar la soberanía del Peñón cuando no es capaz de conseguir que Tony Blair le deje ver el submarino de cerca.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_