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Columna
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A propósito del SAS

El pasado 11 de enero tuvo lugar en Sevilla uno de esos sucesos que conmueven y remueven las raíces mismas del sistema. Un hombre recibió el zarpazo de la muerte en las proximidades de un centro de salud, dependiente del SAS, sin que los servicios sanitarios de dicho centro acudieran a socorrerle, pese a ser requeridos para ello. ¿Razón? Una supuesta norma les prohibía abandonar el edificio. Ni juramento hipocrático ni gaitas celestiales. Pura y terrible inercia funcionarial. Ha hecho bien la Consejería de Salud, cargada de buenos propósitos -eso sí-, en destituir a unos delegados de Kafka que en seguida avalaron la actitud de los funcionarios, y en abrir expedientes a estos últimos. Ya veremos en qué queda todo. Pero me temo que ahora empiece la segunda parte de la tragedia: puesta en marcha, silenciosa pero implacable, de todos los mecanismos de autoprotección del sistema, a lo que algunos llaman Destino. Ese espeso conglomerado de intereses corporativos, confusas normas, falta de medios, jueces lentos..., auténtica hidra de siete cabezas.

No todos los días acaecen desastres como éste, o la divinidad de turno impide que nos enteremos, por el bien de nuestras neuronas. Pero sí que se acumulan una muchedumbre de pequeños despropósitos, cuya acción corrosiva sobre el sistema acaso sea peor. De mi propia cosecha, como haría cualquier ciudadano medianamente herido por la información, les podría referir ejemplos mil. Basten algunos: mes de abril, un hombre de unos 50 años acude a urgencias del hospital Virgen del Rocío, aquejado de fuerte e inoportuno dolor abdominal. Tras casi cinco horas en la antesala del infierno (puro Dante), un joven médico, ya en el tramo final del laberinto, se arriesga: 'Dolor abdominal inespecífico'. Un par de meses más tarde, el especialista diagnostica: 'Múltiples cálculos biliares'. Tampoco era una enfermedad exótica. Por la misma época, una joven precisa intervención en la muela del juicio, que molesta seriamente. Desde el diagnóstico a la cirujía, cinco meses, tres centros distintos, dos de ellos repetidos. El asunto era de quirófano, dice el propio dentista. Pero se resolvió en la consulta. (Por cierto, situada en Alcosa, una barriada del extrarradio de Creta, que diga, de Sevilla). Casi un año después, un trozo de muela salió solo. Días pasados, otra joven caía en cama con un cuadro nada ocurrente: inflamación de garganta, fiebre con altibajos, sudoración intensa. La médica de cabecera le dice que tiene que ir a consulta porque la edad y la fiebre (sólo 38,5º en ese momento) se lo permiten. Pues claro.

El resumen de situación lo expuso días pasados el sindicato CC OO. La media de espera en ocho especialidades de uso frecuente (ginecología, oftalmología, digestivo, urología...) ronda los cinco meses, también en Sevilla capital. Una delicia. Y todavía anda interrogándose el PSOE por qué pierde en las grandes ciudades andaluzas, tras 20 años de autonomía. Será que la población tiene la manía de enfermarse. La consecuencia inmediata es bien simple: todo el que puede, o casi sin poder, se anda haciendo un seguro privado, que es lo bueno. La sanidad pública, como antaño, para los pobres. Que además no protestan, gracias a la televisión basura y a otras drogas inespecíficas. El consejero de Salud, Francisco Vallejo, acaba de presentar un plan de calidad para la sanidad. No le faltará tarea.

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