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Intentarlo una y otra vez

El esfuerzo final estadounidense para hacer que Yasir Arafat acabe con la existencia soberana de su pueblo lleva la pesada impronta no sólo del grupo de presión israelí de EE UU, sino también del estilo político de Bill Clinton. Decir de las propuestas 'para tender puentes' de Clinton, como se las ha denominado eufemísticamente, que son una especie de paz cocinada como la comida rápida es escatimar, e incluso infravalorar, su mala y malévola presentación. A lo que más se parecen, con su capciosidad de todo uso, su fanfarronería antihistórica y la urgencia egoísta de su estilo, es a Clinton sentado en su escritorio, con una mano sujetando el teléfono contra la oreja y con la otra aferrando un trozo de pizza que engulle a mordiscos, incluso mientras sus distintos empleados, recaudadores de fondos, sobornadores, compinches y amiguetes del golf revolotean a su alrededor concediendo (y recibiendo) favores, préstamos, becas, tratos, hipotecas y cotilleos.

Por consiguiente, difícilmente será éste un final adecuado para una lucha que ha costado cientos de miles de vidas y riquezas incalculables durante más de cien años. Presentándolo con un lenguaje que destila (hablo como maestro de los usos y abusos del lenguaje) una considerable cantidad de necedad desdeñosa combinada con una falta de precisión, Clinton propone lo que, a todos los efectos, es un refrito de la intención israelí de perpetuar su control sobre las vidas y la tierra de los palestinos durante todo el futuro previsible. La premisa que subyace es que Israel necesita que lo protejan de los palestinos, y no viceversa. Y hay un fallo en todo el asunto: que a Israel no sólo se le están perdonando sus 33 años de ocupación, sus 52 años de oprimir y desposeer a todo el pueblo palestino y sus innumerables brutalidades y actos inhumanos con los palestinos, como individuos y como colectivo, sino que se le premia con cosas como la anexión de la mejor tierra de Cisjordania y Gaza, un arrendamiento largo (y sin duda barato) del valle del Jordán, y la anexión de la mayor parte del Este de Jerusalén para remate, además de puestos de alarma temprana en los territorios palestinos, más control de todas las fronteras palestinas (que sólo podrán ser con Israel, no con ningún otro Estado), más todas las carreteras y el suministro de agua, más la cancelación de todos los derechos de retorno e indemnización de los refugiados, excepto si Israel lo considera oportuno. En cuanto al famoso intercambio de tierras por el que Israel renuncia magnánimamente a un trocito del desierto del Negev a cambio de los más selectos pedazos de Cisjordania y Gaza, Clinton hace la vista gorda ante el hecho de que, casualmente, esa zona en particular del desierto de Negev asignada por Israel ha sido utilizada como vertedero de residuos tóxicos. Además, teniendo en cuenta las peculiares divisiones que seccionan el este de Jerusalén -y que de todas formas son todas territorio anexionado ilegalmente- y los tres (en lugar de cuatro) cantones en los que se dividirán los territorios ocupados cedidos con condiciones por Israel, todo lo que se ha descrito como una propuesta decisiva de Estados Unidos prácticamente se evapora en el aire. Lo que les queda a los palestinos son unos sacrificios materiales que hacen que las 'concesiones' israelíes parezcan un juego de niños.

Los sacrificios exigidos por Clinton son, por supuesto, una cancelación del derecho palestino al retorno de los refugiados e, igual de estupendo, una declaración palestina del final del conflicto con Israel. Para empezar, el derecho al retorno de los refugiados (el derecho a una vida segura en el lugar que uno elija) es un derecho garantizado no sólo por las resoluciones de Naciones Unidas, sino también por la Carta de la ONU y la Declaración Universal de Derechos Humanos. La fórmula de Clinton para obviar este pequeño inconveniente revela la visión del mundo que tiene este hombre: 'Creo que tendremos que adoptar una formulación del derecho de retorno que aclare que no hay en sí un derecho específico de retorno a Israel, pero que no niegue la aspiración de los palestinos a volver a la zona'. ¿A qué zona? Irak, Jordania y Siria, por ejemplo, se podrían describir fácilmente como pertenecientes 'a la zona'. ¿A quién cree Clinton que está engañando? ¿Por qué pretender confundir a los palestinos de forma transparente e intencionada con los términos 'la zona', si lo que se quiere decir en realidad es que no se les permite el derecho a volver al país del que fueron expulsados de hecho?

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Como Clinton sabe muy bien (es abogado de profesión), no puede haber ningún tipo de negociación en lo que respecta a los derechos humanos; según las mismísimas leyes que EE UU pretende proteger cuando bombardea algún país indefenso como Sudán o el Irak de después de la guerra del Golfo, nadie puede modificar o negar ninguno de los derechos esenciales del hombre. Más aún, es imposible, por ejemplo, defender en unos casos los derechos contra la discriminación, o el derecho a trabajar, y en otros no. Los derechos humanos básicos no son elementos de un menú, que pueden ser elegidos o rechazados a voluntad; están pensados para que tengan la estabilidad que les da la aceptación universal, especialmente la de los miembros de la Carta de Naciones Unidas. Es cierto que el ponerlos en práctica siempre supone un gran problema, pero eso no tiene nada que ver con el hecho de que existen como derechos tanto si se ponen en práctica como si no, y por tanto, no pueden ser abrogados, modificados o, como Clinton parece creer, formulados de nuevo.

Del mismo modo, el derecho del refugiado a elegir el lugar de residencia también es inalienable e innegociable. Ni Arafat, ni Clinton, ni, desde luego, Barak tienen el menor derecho a trapichear con él, ni a intentar con embustes descarados 'volver a definirlo' de una manera que convenga a Israel, o repudiarlo en modo alguno. ¿Por qué siempre tiene que ser Israel una excepción y por qué se les pide siempre a los palestinos que acepten cosas que nunca antes se han pedido a ningún pueblo que aceptara? Me parece una indecencia que Clinton, que fue a la guerra arrastrando con él a toda la OTAN, y que destruyó Serbia en el proceso, en nombre del derecho al retorno de los albanokosovares, pida después a los palestinos que renuncien al suyo.

El segundo tema es recordar que Israel, que con incansable obstinación sigue negando cualquier responsabilidad por la expropiación de los palestinos, mantiene una Ley del Retorno indiscutida para cualquier judío en cualquier lugar del mundo. Cómo puede seguir haciendo esto y negarse con chulería de rufián a discutir siquiera un derecho palestino similar es algo que desafía a la lógica, por no hablar de un elemental juego limpio. También está el asunto de la indemnización, no sólo por las enormes pérdidas de 1948, sino por los 33 años de expoliación y explotación que trajo la sempiterna ocupación militar. Bill Clinton quiere que todo esto se omita, como si por no decir una palabra acerca de la reparación todo el asunto fuera a desaparecer. Suena muy condescen

Edward W. Said es ensayista palestino, autor, entre otros libros, de Orientalismo y profesor de la Universidad de Columbia. © Edward W. Said.

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