_
_
_
_
VISTO / OÍDO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Alarma

Un compañero, muy estimado por mí, advierte contra las alarmas. Tiene razón: él practica un periodismo ponderado y medido, irreprochable. Yo estoy en la otra esquina: en la de quienes creen que estamos para advertir riesgos y, sobre todo, contra la tendencia de ocultar la información por la autoridad a la que fastidia personal o patrióticamente.

Hay un cuento que a veces cito, y siempre atribuyo a un autor diferente -hoy creo que es de Saki-: en un teatro lleno sale algo de humo, olor a quemado, alguna chispa; alguien grita '¡Fuego!'; se inician los movimientos de pánico. Pero un ciudadano consciente se alza, ahueca su voz y pide calma: '¡Somos ciudadanos británicos! Serenos, civilizados. Nadie se mueva, nadie trate de arrollar. Salgamos en orden!'. Se inmovilizan, se disciplinan, ceden el paso: y perecen todos en el incendio. El ministro de Defensa: no hay posibilidad de que las leucemias militares vengan de Kosovo. Pero cuando yo era niño hubo una guerra, y el ministro de Defensa (de la Guerra, se llamaba) mentía para no sembrar la alarma, y el del enemigo también: y con ellos los generales, coroneles... Desde entonces no he creído en ellos, ni siquiera en estos tiempos en que la guerra se llama paz.

Parece que lo que preocupa es que desciendan aún más los alistamientos de voluntarios: chicos y chicas que creían que la profesión militar está exenta de peligros y que ahora pueden empezar a temer. Mucho mejor, pensarán, ser civiles: nadie dice una palabra de serbios o albaneses atacados por las radiaciones, ni siquiera por los proyectiles, puesto que se les estaba llevando la democracia Más tarde, durante el régimen de Franco, vi que mentía todo aquel que tenía un atisbo de poder, desde el propio Franco hasta Poli, el camisa vieja del periódico, y que nosotros los periodistas asumíamos las mentiras de todos por un módico salario. Pero era algo normal: todos lo sabíamos, el lector también, y Franco: como con las novelas, esas mentiras dejan de serlo para convertirse en ficción. Un genero. Entonces adquirí una fe profesional en la primera noticia: la que saltaba de pronto. La segunda ya estaba amañada desde la misma fuente y sufría sucesivos retoques y desmentidos hasta hacerla irreconocible. Por eso soy partidario de sembrar una alarma prudente y sana. No querría nunca que nadie muriese de locura de vaca porque mi periódico o mi radio le dijese que no había riesgo. Ni que alguien se pegase el tiro del burgués arruinado porque se le ocultara que la Bolsa puede ir mal.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_