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El derecho de los palestinos a ser una nación

La esperanza de alcanzar un compromiso entre palestinos e israelíes elaborado por Clinton va y viene. Pero no es posible limitarse a este nivel del análisis, seguramente decisivo pero completamente insuficiente. Hay que recordar lo que está en juego en el conflicto, lo que obliga a abandonar los esfuerzos de simetría realizados por los diplomáticos que solicitan a las dos partes concesiones que se equilibren.

La apuesta real es la existencia nacional de los palestinos. Ahora bien, durante todo el periodo que se inició en Oslo, esta existencia no ha tomado forma. Los israelíes han devuelto una parte de los territorios, pero han creado colonias que fragmentan un posible territorio palestino. No es imposible entenderse sobre el límite que hay que respetar entre la Explanada de las Mezquitas y las ruinas del Templo y en particular el Muro de las Lamentaciones. Pero parece imposible convencer a los palestinos de la realidad del seudo-Estado al que se refieren los negociadores. Lo que mejor lo muestra es el retroceso de Arafat en el espíritu de los palestinos. Hamás, considerado hasta hace poco un grupo radical, les parece ahora a muchos el defensor de la conciencia nacional, igual que el Hezbolá libanés parece un ejército nacional de liberación, puesto que el Ejército libanés está a las órdenes del poder de ocupación sirio.

Hay que partir de esta observación: una violencia básica se ha impuesto y se impone cada día a un pueblo palestino que quiere convertirse en una nación. Historiadores israelíes han demostrado que el éxodo de los palestinos de 1948 no fue una partida, sino más bien una expulsión. Actualmente, a un joven palestino le resulta difícil -de hecho, imposible- reconocerse como ciudadano de un Estado palestino, porque éste está fragmentado y sometido al control de las autoridades israelíes.

Esto no quiere decir que sólo una guerra de liberación nacional pueda resolver el problema. Sobre todo, Israel también tiene derecho a la existencia nacional y a los medios para hacer que se respete este derecho. Pero en esta tierra no hay más solución que la coexistencia organizada de los dos Estados. Ya no es posible considerar a los palestinos trabajadores extranjeros que realizan migraciones diarias. Y lo es aún menos imaginar a medio plazo una solución puramente económica en la que los palestinos pobres no sean más que trabajadores y renuncien a toda existencia nacional compartiendo al menos un poco de la riqueza de Israel. La Intifada fue un largo motín, una protesta violenta. Los enfrentamientos actuales son de otra naturaleza, porque los palestinos luchan por que se reconozca su existencia nacional.

Ni una palabra de lo dicho anteriormente debe ser considerada hostil hacia Israel. Precisamente porque de ningún modo pongo en entredicho la existencia de Israel, porque creo en los grandes éxitos tanto sociales como económicos de este país y porque admiro la libertad viva y exigente que proclaman tantos intelectuales y políticos israelíes, puedo decir: el futuro de Israel depende ahora sobre todo de su capacidad de reconocer la existencia nacional de los palestinos. Si no lo hace, la violencia devorará toda la región.

Semejante actitud es posible porque hoy Israel ya no es un país de colonos para los que la posesión de la tierra era la condición para la existencia nacional. Israel forma parte de los pequeños países como Irlanda o Finlandia, y hasta cierto punto Islandia y también Taiwan, que han entrado masivamente en la sociedad de la información, de forma que una parte en rápido aumento del producto nacional israelí se ha creado en una zona con gran densidad de empresas modernas. Este hecho económico no disminuye en nada la importancia simbólica de Jerusalén para los judíos, pero garantiza sólidamente la existencia del país y le permite así depender en menor medida del territorio para asegurarse su existencia.

No existe pues una situación paralela entre israelíes y palestinos. Éstos son las víctimas, y, por tanto, se ven arrastrados por la lógica de la humillación, del rechazo y de la violencia.

Por parte de los israelíes, las posibilidades de iniciativa son mucho mayores, precisamente porque la existencia nacional ya no está directamente amenazada. Lo está sólo por las pasiones ejercidas por unos partidos cuya fuerza se reduce a su capacidad de chantaje político sobre un Gobierno de coalición.

En semejante situación, la idea de una mediación extranjera viene naturalmente a la cabeza, y Bill Clinton se ha implicado con todas sus fuerzas en la búsqueda de una solución. Sería absurdo reprochárselo cuando todos esperan aún que el presidente norteamericano pueda crear las condiciones para una negociación antes del cercano fin de su mandato.

De ninguna manera es necesario comparar un método para salir de la crisis con otro. Al contrario, es ilusorio en cualquier caso creer que un simple compromiso territorial -en particular en Jerusalén- pueda resolver los problemas de forma duradera. Actualmente, la prioridad es la cuestión nacional. Hay que decír-

selo bien claro a aquellos que, casi siempre de buena fe, dan prioridad a los problemas económicos y subrayan la inmensa distancia que separa en particular la franja de Gaza de la región de Tel Aviv.

Sí; semejante desigualdad de condiciones hace muy difícil la coexistencia, pero ya no es un obstáculo infranqueable si a la nación pobre se le reconoce en primer lugar y realmente como una nación, es decir, como un actor político soberano. ¿Puede Europa desempeñar aquí algún papel? Se sabe que su apoyo económico al Estado palestino es importante. También surge la idea de que la ampliación de Europa hacia su mitad oriental podría estar acompañada de una iniciativa más eficaz en la cuestión palestina. Pero necesitamos sobre todo un cambio de representación.

Del mismo modo que vemos demasiado a menudo en los barrios desfavorecidos únicamente los efectos de la descomposición social y nos negamos a percibir los esfuerzos que se realizan para la construcción de una identidad personal y colectiva, asimismo es también tentador reducir la cuestión nacional palestina a unos actos de violencia y a la aparición de enfrentamientos cada vez más mortíferos.

Para ser útiles, debemos afirmar primero el derecho de los palestinos a constituirse en Estado nacional y a ejercer un control real en sus fronteras. Para ser útiles, no debemos ser neutrales, en particular aquellos que entre nosotros han manifestado públicamente su solidaridad con Israel. Debemos defender a la vez la seguridad de Israel y la existencia de la nación palestina. Hoy día sólo se puede hacer reconociendo que la situación de los dos pueblos no es la misma, y que toda solución pasa por el reconocimiento prioritario del derecho del pueblo palestino a ser una nación.

selo bien claro a aquellos que, casi siempre de buena fe, dan prioridad a los problemas económicos y subrayan la inmensa distancia que separa en particular la franja de Gaza de la región de Tel Aviv.

Sí; semejante desigualdad de condiciones hace muy difícil la coexistencia, pero ya no es un obstáculo infranqueable si a la nación pobre se le reconoce en primer lugar y realmente como una nación, es decir, como un actor político soberano. ¿Puede Europa desempeñar aquí algún papel? Se sabe que su apoyo económico al Estado palestino es importante. También surge la idea de que la ampliación de Europa hacia su mitad oriental podría estar acompañada de una iniciativa más eficaz en la cuestión palestina. Pero necesitamos sobre todo un cambio de representación.

Del mismo modo que vemos demasiado a menudo en los barrios desfavorecidos únicamente los efectos de la descomposición social y nos negamos a percibir los esfuerzos que se realizan para la construcción de una identidad personal y colectiva, asimismo es también tentador reducir la cuestión nacional palestina a unos actos de violencia y a la aparición de enfrentamientos cada vez más mortíferos.

Para ser útiles, debemos afirmar primero el derecho de los palestinos a constituirse en Estado nacional y a ejercer un control real en sus fronteras. Para ser útiles, no debemos ser neutrales, en particular aquellos que entre nosotros han manifestado públicamente su solidaridad con Israel. Debemos defender a la vez la seguridad de Israel y la existencia de la nación palestina. Hoy día sólo se puede hacer reconociendo que la situación de los dos pueblos no es la misma, y que toda solución pasa por el reconocimiento prioritario del derecho del pueblo palestino a ser una nación.

Alain Touraine es sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París.

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