La urgencia de Greenspan
Una de las interpretaciones más complacientes con el resultado de la reunión del Federal Open Market Committee (FOMC) de la Reserva Federal del pasado 19 de diciembre, en la que se advirtió de próximos descensos en el precio del dinero, destacaba la anteposición de la prudencia a la alarma que habría suscitado una reducción de los tipos de interés. Los mercados, se dijo, podrían haber interpretado ese primer descenso en más de dos años como la reacción ante un diagnóstico de la situación económica más adverso que el asumido por la mayoría de los operadores. En apoyo de esa valoración estaban los comunicados precedentes de ese órgano, en los que las preocupaciones por las amenazas inflacionistas se presentaban todavía como más vinculantes para ese banco central que las asociadas a una brusca desaceleración del ritmo de crecimiento de la economía.
La decisión adoptada ayer nos muestra a un Alan Greenspan sacrificando los modales, en aras de asumir la iniciativa en el tratamiento terapéutico de la discontinuidad cíclica en que está inmersa aquella economía. Por primera vez desde aquella otra reacción de emergencia, en octubre de 1998, ante la extensión del contagio de la crisis financiera asiática a las propias entrañas del sistema financiero estadounidense, una modificación de los tipos de interés se hace al margen de la reunión formal del FOMC (tras una conferencia telefónica con sus miembros) y, lo que quizá sea más importante, en una cuantía desconocida desde 1992. Para que no haya lugar a cuestionar la contundencia de esa decisión, en el escueto comunicado que la divulga se advierte de la disposición a llevar a cabo reducciones similares sin necesidad de que pase mucho tiempo.
En ausencia de amenazas inflacionistas, la consistencia expresiva de la generalidad de los indicadores económicos conocidos desde la última reunión del FOMC confirmando la desaceleración de la economía (incluidos los más contemporáneos expresivos de la confianza de los agentes económicos), y la evolución de los mercados financieros, en particular los de renta variable, han debido determinar, en mayor medida que otras consideraciones, la urgencia de esta decisión relajadora. Pero aunque hayan sido ésos los principales determinantes de esa decisión, de la misma se deducen implicaciones que pueden condicionar significativamente otras reacciones de política económica dentro y fuera de los Estados Unidos.
En primer lugar, la instrumentación del empeño del presidente electo en concretar la reducción impositiva prometida durante la campaña, renovado horas antes de que la FED anunciara el descenso en los tipos de interés. La cuantía y ritmo de esa devolución a los contribuyentes del superávit presupuestario acumulado en estos años, en lugar de la alternativa más prudente, defendida por el propio Alan Greenspan, de amortización de la deuda pública, debería adecuarse a la estrategia de la Reserva Federal, más decididamente orientada a primar el saneamiento financiero del conjunto del sector privado que a la intensificación del con-sumo.
Incluso en aras de conseguir el estímulo pretendido, o al menos la restauración de la confianza, es preferible que sea el banco central el que marque las prioridades y los ritmos.
La urgencia con la que ha procedido el estadounidense obliga también a los otros dos grandes bancos centrales, el de Japón y el BCE, a reformular el ritmo de sus decisiones. El primero a deshacer el error del pasado verano, cuando cantando victoria antes de tiempo sobre las amenazas deflacionistas elevó sus tipos de interés. El segundo, a olvidar definitivamente la posibilidad de elevar ese cuarto de punto de elevación que dejaba entrever es sus últimos comunicados. El descenso en el precio del crudo y la apreciación del euro han contribuido a sentar las bases de esa reconducción de las tensiones inflacionistas hacia niveles más próximos al limite del 2% fijado por Francfort. La reacción del tipo de cambio al abaratamiento de la FED deja poco lugar a dudas sobre esa engañosa relación entre el valor de la moneda y el nivel de los tipos de interés que en el pasado inspiró algunas decisiones del BCE. Uno y otro, aunque con economías en posiciones cíclicas distintas, han de asumir que la urgencia con que su colega americano ha actuado, y la cuantía con que lo ha hecho, no deja lugar a otra posibilidad que descensos, mejor antes que después, restauradores del diferencial con el que iniciaban el año.
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