Corceles y jinetes a la espera de peanas
Año y medio llevan dos estatuas ecuestres, modeladas para la plaza de Oriente, en una nave de Ajalvir
"Caballo grande, ande o no ande", reza el decir popular. Hay en Madrid dos caballos muy especiales. Y grandes, como sus jinetes. Poseen tres veces el tamaño natural. Pero de andar, lo que se dice andar, nada. No marchan. Madrid no puede lucirlos. Además, uno de ellos debe ser rociado con agua cada día porque, si no recibe ese riego, materialmente fenece. Los dos équidos y sus egregios cabalgantes, Felipe V y Fernando VI de Borbón, se encuentran uno en piezas, ya fundidas, de bronce y el otro en barro a la espera de su modelado, en el interior de una nave de la localidad de Ajalvir mientras se les asigna una peana en la ciudad. El Ayuntamiento, su dueño, calla desde que decidiera su emplazamiento en la plaza de Oriente y presupuestara su construcción, el 31 de julio y el 17 de diciembre de 1998, respectivamente.Son sendas estatuas ecuestres de los dos monarcas, de hasta 3,75 metros de alzado, sin peana, y languidecen a la espera de que la mecánica municipal salga respecto a ellos de su fase durmiente. Y ello pese a que ya han sido abonados 26 millones de pesetas de los 57 millones largos presupuestados.
Se trata de una historia real y es como sigue: en 1997, durante las obras de la Plaza de Oriente y bajo el impulso del arquitecto Miguel de Oriol, se colocaron sobre las dos embocaduras del túnel Plaza de España-Mayor, que surca de norte a sur este enclave, dos losas de hormigón armado, de trece metros de longitud por diez de anchura cada una, calculadas para soportar pesos de hasta cuatro toneladas. Con el propósito de decorar la entrada y la salida del túnel, se previó construir dos peanas de ladrillo de unos cuatro metros de altura, revestidas de mármol o bien de granito, para las calgaduras y sus jinetes, los dos reyes que alentaron la construcción del contiguo Palacio Real. El diseño escultórico sería delicadamente elegido. Así se hizo.
Para ello, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, sin cobrar al Ayuntamiento una peseta, puso a disposición del proyecto dos modelos de efigies regias ecuestres de pequeño tamaño, algo más de un metro de altura. Los dos correspondían a Felipe V. El primer modelo, con arreos de metal y pedestal de madera, procedía de un concurso convocado en 1778 por Carlos III para honrar la memoria de su padre, Felipe V. Fue elegido uno de los cinco presentados, tallado por Manuel Francisco Álvarez de la Peña (Salamanca, 1727-Madrid, 1797), sobre el caballo Aceitunero. Era el más bello de la cuadra real y, en posición de corveta, alzaba sus manos y colocaba erguida toda su pesadumbre en homenaje al primer monarca de la dinastía de Borbón. En la otra pequeña escultura, de inspiración neoclásica, obra de Roberto Michel (Puy de Velay, 1720-Madrid, 1786, autor entre otras obras de los leones de la fuente de Cibeles), Felipe V montaba blandamente sobre otro caballo en actitud de paseo, a imitación de una antigua escultura del rey romano Marco Aurelio.
El Ayuntamiento de Madrid, por su parte, aprobó una partida municipal específica, por valor de 57.278.131 pesetas para tal efecto. Por no exceder el monto de cien millones, tal partida no cruzó por la correspondiente comisión informativa municipal. Enrique Villoria regía entonces la Concejalía de Obras.
Dicho y hecho. Con ambos modelos, los artistas Miguel Ángel Rodríguez y Eduardo Zancada, del Taller de Vaciado de la Real Academia de Bellas Artes, crearon los bastidores de dos caballos y de sus jinetes, que ampliaron hasta los 3,75 metros de altura desde las pezuñas hasta el último rizo de la peluca regia. Con Felipe V sobre Aceitunero, crearon su reproducción, primero, sobre una estructura de alambre, luego en barro y más tarde en molde de escayola; fue vaciado a la cera y sobre el hueco dejado tras la fusión de ésta en una gran mufla a 700 grados, vertieron a 1.800 grados el bronce necesario para esculpir la estatua.
En la otra efigie, tomaron el torso de Felipe V y cambiaron su cabeza por la de Fernando VI, que tallaron según el modelo de uno de los numerosos medallones que pueblan la Academia de Bellas Artes de San Fernando, que el esposo de Bárbara de Braganza fundara y que hoy ocupa el palacio de Alcalá, 13.
Pues bien. Desde hace más de año y medio las esculturas languidecen en la localidad madrileña de Ajalvir, mientras el Ayuntamiento silencia lo que que se propone hacer con ellas, pese a haber desmbolsado por ambas hasta 26.521.821 pesetas.
Por medio hubo un intercambio de pareceres -seguido de otro de interjecciones- entre el ex concejal de Cultura, Juan Antonio Gómez-Angulo, y el arquitecto Miguel Oriol, al respecto de la ubicación de corceles y jinetes. El primero se negaba a que las estatuas llegaran a la plaza y el alarife adujo que los basamentos se construyeron allí, en su día, para acogerlas. Para evitar fricciones, se dice, el alcalde congeló el asunto. Y hasta que no se reúna la Comisión de Paisaje Urbano, quizás en enero, según la concejal de Obras, Elena Utrilla, no habrá caballos ni caballeros.
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