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Tribuna:Las críticas al plan de secundaria
Tribuna
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La ministra desafina GUILLERMO GONZÁLEZ SARO

Hace tiempo que venimos escuchando los ensayos de una obra titulada El decreto de humanidades. Es posible que la ministra de Educación, Pilar del Castillo, quiera versionear la difícil y compleja sinfonía de La calidad de enseñanza. Pero no ha tenido en cuenta que ésa es una obra para orquesta y no para cantante solista. Sin duda es consciente de que su cargo la dota de una potencia de voz excepcional, pero ésta nunca podrá competir con la riqueza tímbrica y de matices de todos los instrumentos que integran la orquesta (profesores, padres, alumnos, psicólogos, pedagogos, especialistas en las distintas áreas de conocimiento). Así, la obra se hace irreconocible. Y lo más grave es que hay pasajes que ha sido incapaz de ejecutar y que son los que quizá definan su auténtico carácter:- La pérdida de autoridad del profesorado. Los alumnos tienen derecho a la educación y obligación de asistencia hasta los 16 años. Pero cuando su motivación e interés por el estudio son nulos ese derecho y esa obligación no deberían ejercerse a costa de pisotear los derechos de los demás compañeros. Estamos convencidos de que ese tipo de alumnado debe ser atendido. Difícilmente podrá el profesor atender a la diversidad en el aula cuando hay alumnos que se niegan a realizar incluso las actividades adaptadas a sus carencias; cuando no traen ni el material imprescindible para la realización de las mismas; cuando comprueban que pueden interferir constantemente en la marcha de las clases sin que llegue a pasar nada que les inquiete. Ese alumno está llegando día a día y curso tras curso a la terrible conclusión de que sus actos no tienen consecuencias. Peor aún, durante esa constatación ha entorpecido el ejercicio del derecho a la educación de los demás compañeros e incluso es posible que haya conseguido reclutar a alguno de ellos.

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- La pérdida del reconocimiento social del profesorado. La tarea del profesorado se ha ido convirtiendo en una auténtica prueba de titanes. La sociedad y las familias cada vez delegan más sus responsabilidades y sus funciones en la labor de los centros educativos. Al profesorado que se entrega a esta labor, sin embargo, se le echan en cara las vacaciones y se le prejuzga quizás con demasiada frecuencia encasillándolo como "vago", "incompetente" o "maniático". De su formación, de su labor diaria, de sus problemas laborales, se desconoce casi todo.

- La "burocratización" de la labor docente. Tal vez sea necesario que el profesorado aprenda a explicitar y reflexionar mejor su labor en las programaciones y en los múltiples informes, actas y memorias que debe cubrir a lo largo del curso. Pero tampoco se le escapa a nadie que algunos de esos documentos acaban convirtiéndose en un "castigo" para el profesor que suspende. Sobre todo al someterse a la cada vez más extendida cultura de la reclamación (unas veces justificada pero otras dentro de un claro "probar suerte" a ver si un error formal en algún documento del profesor transforma el suspenso del alumno en un "aprobado por la Administración").

- La evaluación del sistema educativo. Las administraciones educativas evalúan el fracaso escolar poniendo demasiado énfasis en los porcentajes de suspensos y de titulados sin prestar igual atención a la "calidad" de ese aprobado y de esa titulación. Hay obsesión por incrementar el porcentaje de aprobados y titulados como si eso hiciese a todos los alumnos igual de capaces. Un enfermo no se cura con un alta médica y un alumno no se capacita con un título. Los problemas socioeconómicos, de retraso escolar, de conflicto familiar, de aptitud y actitud personal de un alumno frente al estudio deben abordarse, pero no se corrigen titulándolo.

- La mitificación de la motivación. Con excesiva facilidad se achaca al profesorado la falta absoluta de interés y de trabajo del alumnado bajo la acusación de que no le motiva. Aprender cosas nuevas requiere esfuerzo, dedicación y paciencia. Y hay alumnos que no muestran ninguna de esas aptitudes y, lo que es peor, son capaces de "imponerse" al resto de compañeros y al propio profesor porque el sistema educativo les hace aparecer como "víctimas" (alumnos no motivados). El profesorado acaba teniendo que "adaptar" sus programaciones y su materia a alumnos que no están demostrando ningún interés por la misma. Las consecuencias son lógicas: para muchos alumnos lo más cómodo es esperar a que los profesores les retiren el plato con el alimento que deberían tomar y les terminen dando las "chucherías" que les apetecen (no alimentan ni nutren, pero "motivan" mucho más).

Como hemos visto, esta obra sinfónica contiene elementos imprescindibles que no han sido tenidos en cuenta en la versión de la ministra. Más aún, algunas de sus melodías están totalmente desafinadas y alejadas del tono principal de la obra. Centrándonos sobre todo en los aspectos musicales, destacaríamos:

- La reducción horaria de la Música (y la Educación Plástica y Visual) en el primer ciclo de la ESO. ¿Cómo se puede asociar con calidad de enseñanza el reducir a dos áreas obligatorias a un horario irrisorio (con suerte una hora a la semana) que es incluso inferior al del área optativa?

La "poda" realizada en los contenidos mínimos del Área de Música transforma a esta materia en algo esencialmente teórico al reducirla al lenguaje musical y a la historia de la música.

Antes de estrenar este Decreto de Humanidades (y para futuras actuaciones previstas para la primavera), la ministra debería tener en cuenta estas críticas y tratar de corregir los pasajes que hacen que califiquemos su interpretación como desafinada.

Guillermo González Saro es profesor de Música de enseñanza secundaria y miembro de APEMA (Asociación de Profesores y Estudiantes de Música de Asturias).

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