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RELEVO EN LA CASA BLANCA

El rostro popular de la guerra

El nuevo secretario de Estado, centrista y carismático, consiguió en la guerra del Golfo borrar el trauma de Vietnam

Colin Powell podría haber sido candidato republicano a la presidencia en 1996 o candidato republicano a la vicepresidencia en el equipo presentado por George Bush este año. Podría haber sido eso o cualquier otra cosa que hubiera querido. Es uno de los personajes más populares de EE UU, un hijo de inmigrantes jamaicanos que llegó a la cúpula del mayor poder militar de todos los tiempos; un afroamericano que comparte las ideas más moderadas de los republicanos, pero les dice en voz alta que EE UU está aún lejos de haber garantizado la plenitud de derechos a las minorías; un hombre calmoso, pero de gran eficacia profesional, y un tipo de intachable historial personal.Powell respondió con una negativa a los cantos de sirena de 1996 y 2000 para ocupar el primer o segundo papel en la candidatura presidencial republicana. Argumentó que Alma, su esposa, no deseaba que se metiera en un lío semejante y que él prefería seguir trabajando en la sociedad civil con su fundación humanitaria Promesa Americana. Pero, desde el comienzo mismo de su campaña por la Casa Blanca, George W. Bush quiso tenerle a su lado. Y el pasado verano comenzó a tentarle con un puesto que podría hacerle tilín: la Secretaría de Estado, o sea, la jefatura de la diplomacia estadounidense.

A Powell le gustó la idea. La Secretaría de Estado le convierte, de hecho, en el número tres del Ejecutivo estadounidense, tras el presidente y el vicepresidente, pero sin el estrés, el riesgo y la responsabilidad permanente de los dos primeros. Es un cargo brillante, que permite viajar y reunirse con jefes de Estado y de Gobierno, promover procesos de paz y también impulsar guerras, como lo hizo su predecesora, Madeleine Albright, en Kosovo. Y que le permite a Powell sumarse a Kofi Annan, el secretario general de la ONU, en la incipiente lista de estadistas mundiales de origen africano.

También le atrajo a Powell la voluntad expresada por Bush de centrar al Partido Republicano y abrirlo a las minorías negra e hispana. Así que se subió al carro del gobernador de Tejas y fue el orador estrella en la convención republicana celebrada en Filadelfia a finales de julio. Powell no se mordió la lengua. Fue muy duro con la política ultraderechista seguida por sus correligionarios en los noventa. Censuró en particular la oposición a la enseñanza pública, la hostilidad hacia la política de discriminación positiva para las minorías y la construcción de nuevas cárceles como única solución a los problemas sociales.

"En EE UU persiste el problema de las diferencias raciales", dijo ante una audiencia de delegados mayoritariamente blancos, varones y potentados. Una audiencia a la que instó con vehemencia a recordar que su partido fue fundado en la segunda mitad del siglo XIX por Abraham Lincoln, el presidente que abolió la esclavitud. "Bush", dijo Powell, "quiere que el Partido Republicano vuelva a ser el partido de Lincoln".

Powell nació hace 63 años, hijo de inmigrantes jamaicanos. Estudió a base de becas en el City College de Nueva York y en la George Washington University y se incorporó a las Fuerzas Armadas de su país, en las que realizó la carrera más brillante de cualquier oficial desde la II Guerra Mundial. Tiene todas las medallas imaginables y entre 1989 y 1993, bajo los mandatos del primer Bush y Bill Clinton, fue jefe de la Junta de Jefes de Estado Mayor. Con ese cargo diseñó y ejecutó a la perfección, sin apenas pérdidas norteamericanas y tremendo daño humano y material para los rivales, la guerra del Golfo contra Sadam Husein. Aún más, teorizó una doctrina que lleva su nombre y que constituye la biblia actual del Pentágono.

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De la guerra de Vietnam, Powell sacó la conclusión de que EE UU no debe implicarse en guerras en el exterior en las que no estén en juego sus más directos intereses nacionales, no se ponga desde el primer momento toda la carne en el asador para asegurar una victoria rápida y poco costosa y no esté clara la estrategia de salida. La guerra del Golfo fue el primer ejemplo de la doctrina Powell. Estados Unidos intervino allí para garantizar sus intereses petroleros, no disparó un tiro hasta haber desplegado una aplastante superioridad y zanjó el asunto al haber conseguido sus objetivos -la liberación de Kuwait-. Estados Unidos sigue aplaudiendo a Powell por aquella victoria que borró los malos recuerdos de Vietnam.

Powell, casado con Alma, padre de tres hijos y abuelo de dos nietos, se retiró tras su paso por la Junta de Jefes de Estado Mayor. En los últimos años, como presidente de la Fundación Promesa Americana, se ha dedicado a promover una actividad muy estadounidense: el voluntariado social. "Vamos a conseguir materializar el sueño de que todo norteamericano, con independencia de su raza, color, credo, origen cultural o cualquier otra distinción, sea un hijo de EE UU y un hijo de Dios", dijo. En el lanzamiento de Promesa Americana, su imán logró reunir en Filadelfia, hace tres años, a Bill y Hillary Clinton, Al Gore, George Bush padre, Jimmy Carter, Gerald Ford y Nancy Reagan, que representó a su esposo. El general que lideró en la guerra del Golfo la mayor alianza militar desde la II Guerra Mundial cree que la amenaza más seria para EE UU hoy no es Rusia, China, Sadam Husein o el integrismo musulmán, sino que "cada vez más jóvenes se desenganchan del modelo de vida norteamericano, son cada vez más escépticos sobre el sueño norteamericano".

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