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ELECCIONES 2000

Las heridas de una nación dividida

El duro pulso por la presidencia ha abierto una crisis de confianza en la justicia y el sistema electoral

Para designar al ciudadano ordinario los estadounidenses emplean la fórmula Main Street, la calle Mayor de tantas de sus pequeñas y medianas ciudades. Pues bien, desde Main Street hasta Wall Street, la sede neoyorquina del mercado de valores, un sentimiento de alivio acogió ayer la noticia del final de la batalla por la Casa Blanca. El país, eso sí, queda perplejo, dividido y herido. Con enormes dudas sobre la legitimidad de su nuevo presidente, la fiabilidad de su sistema electoral, la exactitud de las cadenas de televisión de información permanente y la independencia de los jueces."No voté por ninguno de esos caballeros, pero estaba deseando que terminaran su querella", declaró en Washington John Burns, jefe de ventas de la empresa Glen Cove. Burns contó que, en los interminables comicios de este año, apoyó primero al demócrata Bill Bradley y luego al republicano John McCain, para terminar optando por el ecologista Ralph Nader. Como él, más de la mitad de los 200 millones de norteamericanos adultos no votaron el 7 de noviembre ni por Gore ni por Bush. La mayoría de ese contingente se abstuvo.

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Así que sólo un cuarto de los electores potenciales respaldó a Bush en las urnas y otro cuarto hizo lo mismo con Gore. Son dos grupos difícilmente reconciliables, como demostró el caso Lewinsky, y han confirmado las últimas cinco semanas de batalla poselectoral. Con una duda sobre su legitimidad, Bush tendrá que hacer milagros para encontrar un terreno de entendimiento entre demócratas y republicanos.

La euforia republicana era ayer contenida, como lo era la indignación demócrata. Sobre ambos grupos pesaba un tremendo cansancio. "Bush sólo ha ganado porque tenía el reloj a su favor", declaró Gina Spade, una abogada de Washington que votó por el demócrata. "Ahora el país debe reunificarse", dijo Paul Berke, un informático de Virginia que votó por Bush. El patriotismo con el que los norteamericanos ven a su presidente favorece ahora a Bush.

EE UU es un país de extremos, capaz de grandes maravillas tecnológicas y de chapuzas tan increíbles como bombardear por error la Embajada china en Belgrado o enviar a Marte un cohete con una confusión entre sistemas de medidas. Por no hablar de problemas cotidianos como los cortes de luz, los dobles y triples cargos en las tarjetas de crédito, los abusos policiales y los errores médicos.

Las elecciones de 1996 sacaron a la luz la corrupción subyacente tras su sistema de financiación de las campañas electorales. El republicano McCain y algunos otros intentaron arreglarlo en la última legislatura, sin el menor éxito. Para asombro del planeta, los últimos comicios han revelado, como declaró Charles Wells, presidente del Supremo de Florida, que el margen de error del mecanismo electoral es superior al margen de victoria de un candidato en casos de virtual empate.

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Desde las confusas papeletas mariposa de Palm Beach a las máquinas que no cuentan bien los sufragios mal perforados, pasando por la increíble variedad de criterios de las juntas electorales y los jueces, la batalla de Florida ha evidenciado la chapucería del sistema norteamericano. Y el hecho de que Gore, ganador en voto popular, pierda frente a Bush, ganador en el Colegio Electoral, ha abierto la polémica sobre la validez de este arcaico mecanismo de elección del presidente. Se multiplicaban ayer los llamamientos a remediar ambas cosas, pero es probable que nada ocurra en los próximos cuatro años. También son muy improbables soluciones a los disparates que la feroz competencia obliga a cometer a los medios de información permanente. Según las cadenas de televisión y las páginas de Internet, Bush ya era presidente en la madrugada del 8 de noviembre.

La politización de los jueces, nombrados por los políticos o elegidos popularmente, es otra de las amargas lecciones de esta crisis. Los republicanos siempre pensarán que el Supremo de Florida le daba la razón a Gore porque sus miembros habían sido designados por demócratas; los demócratas denostaban ayer a la mayoría conservadora del Supremo de EE UU que dio jaque mate a su candidato.

Pero el conflicto también ha mostrado que EE UU no es una república bananera. La transparencia informativa ha sido total; los candidatos han tenido a su disposició multitud de recursos judiciales; Wall Street no se ha desplomado; la gente no se ha liado a bofetadas en las calles, y el ganador y el perdedor se aprestaban esta madrugada a elogiar a su rival y hacer llamamientos a la reconciliación.

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