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Lo peor

JOSÉ F. DE LA SOTAEs lo peor de todo, no lo duden. Peor que pertenecer al maltratado club de cualquier minoría racial, religiosa o sexual. Peor que ser africano, travesti, cojo, manco o mormón. Aún peor que la peor enfermedad, es decir, peor aún que ser pobre: un hombre pobre o una pobre mujer sin dinero o un negro sin un duro, uno de esos zaireños o angoleños que dentro de muy poco darán color a nuestras cabalgatas navideñas.

Hablo de la vejez, de lo terrible que es pertenecer a cualquiera de las categorías que acabo de citar y haber cumplido los sesenta y cinco, año más o año menos, porque hay modos de vivir que acortan la existencia y aceleran la llegada del viejo que todos llevamos dentro, agazapado junto al niño o la niña que fuimos y no termina nunca de largarse.

En verdad corren muy malos tiempos para los veteranos, jubiletas y ancianos de ambos sexos. "Nuestros mayores", dicen con un cinismo insuperable en los programas matutinos de televisión unos presentadores con sensibilidad de ameba. Sólo vende lo joven, desde la joven narrativa a esas gimnastas, o tenistas impúberes que arrasan el medallero olímpico. Los viejos venden poco y, además, su poder adquisitivo suele venirse abajo al mismo tiempo que su capacidad visual y muscular. Hace tiempo que la veteranía dejó de ser un grado. Se ha perdido el respeto a los mayores, aseguran unos acoquinados profesores que, según un informe presentado por la Federación Española de Enseñanza de CC OO, se sienten maltratados y sufren problemas psicológicos. Hay centros de enseñanza en donde los alumnos, encima de no dar un palo al agua, golpean a sus maestros.

En la UPV, la juventud alegre y combativa quema de vez en cuando el automóvil de algún docente incómodo. Dice Carlos Castilla del Pino que el poder de los adolescentes es omnímodo. Algo pasa en las aulas y en las salas de estar de nuestras casas. Mientras tanto, pasa lo que tenía que pasar: pasa el tiempo. Antes de lo que imaginamos nos haremos viejos. Que Dios nos coja confesados. O jóvenes.

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