Bromas con el dolor
Las ediciones de poesía Olifante de Zaragoza acaban de publicar el libro Dirección de la derrota, de Iñigo García Ureta, conocido últimamente por haber traducido Días de humo, de Guillermo Cabrera Infante. Esta doble vertiente del autor, traductor y escritor en una sola pieza, parece prevalecer a la hora de crear su escritura y su estilo. Dirección de la derrota es ante todo una fulgurante creación verbal, donde el juego de palabras y de ingenio brilla antes que cualquier otra consideración.
Pero se equivocan quienes piensan que el libro es sólo un brillante espejo de ingenio y de broma.
El título con el que abrimos el artículo, que el autor cita tomándolo de De Quince , muestra en su contradicción algunas de la bases en las que se mueve la poesía de este autor. En el prólogo, que suena en sonsonete como una autopoética, el escritor juega con la idea de la inutilidad de su propia poesía. "Sospecho con mayor convencimiento que mis poemas son triviales, innecesarios, caprichosos" escribe, señalando el sentido de autocrítica que yace en la frase.
Pero si el juego verbal es la primera columna sobre la que se establece el edificio, todos los títulos de los poemas comienzan por la letra d (el delicado, el dictaminador, el deprimido, el descomedido y así en todos los casos), la brillantez verbal no oculta el resabio de amargura que subyace en todo el texto. "Estos sí son tiempos de chantaje emocional" dirá el poeta, y esos títulos dan en el fondo el retrato infiel de una personalidad compleja que nunca está contenta con la realidad que le ha tocado en suerte. Y porque es inconformista esa torrentera verbal sólo es el síntoma del nervio con el que se vive una época desquiciada.
La poesía de García Ureta es profundamente irónica. Juega con el clasicismo del soneto, con la palabra rimada, pero también con el gusto del tono que rompe con la frase -y fase- establecida. A veces recuerda a Blas de Otero, otras, como señala certeramente Fernández de la Sota en una pequeña y esclarecedora nota en la solapa, a Ramón Irigoyen.
"Llamar rutina a lo propio" parece ser el signo de esta poesía, si no fuera porque la palabra poética, esa palabra culpable, desnuda la inocencia que existe en la sociedad establecida, por eso el poeta juega, y hace bromas, pero debajo, amigo, duele.
Iñigo García Ureta. Dirección de la derrota. Olifante, Zaragoza, 2000.
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