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EMPRESAS - Taracea Salinas Soc.Coop.

Artesanos por culpa de un arroz

Todo comenzó durante un arroz. Los hombres de Salinas, una pedanía de la localidad malagueña de Archidona, estaban quejosos porque en el pueblo no había trabajo. Las escasas peonadas en la aceituna o la almendra no daban para sacar adelante a la familia y no había otra salida laboral que no fuera el campo. Después de escuchar lamentos un buen rato, el cura tuvo una idea. Podían dedicarse a la taracea, una artesanía heredada de los árabes que se había recuperado con éxito en Granada y que reviste la madera de incrustaciones con maderas de otros colores u otros materiales.El párroco Francisco Soto conocía la técnica porque había vivido varios años en la provincia vecina y le parecía que una cooperativa podía funcionar. Los hombres no se tomaron muy en serio la propuesta, pero aquel día se fueron a casa mascullando la idea. Corría el año 1991.

Datos de interés

DirecciónCarretera de Salinas a Villanueva de Tapia km 0,5 Teléfono: 95 271 63 91 Empleos 3 Facturación 15 millones Producción Taller de taracea

El paro seguía acuciándoles, así que cada vez que se reencontraban, más se convencían de que no perdían nada con intentarlo. Animados por el cura, pusieron manos a la obra. Se tiraron varios meses en un taller de Granada. Observaron, practicaron y aprendieron.

Ahora dicen que tal vez sus maestros no se negaron a transmitirle la centenaria técnica porque nunca creyeron que prosperarían tanto como para llegar a hacerles competencia. Pero prosperaron. Hoy Taracea Salinas es la única empresa del ramo en Málaga y un atractivo más de Archidona. Después de ver la plaza ochavada y la ermita de la Virgen de Gracia, los autocares cargados de guiris enfilan hacia la cooperativa para ver cómo se engarzan las maderas hasta formar minúsculas filigranas que parecen imposibles. Algunos turistas compran, otros solamente miran.

De las manos y la creatividad de José González, Emilio González y Juan Manuel Peralta salen mesas, cajas, estuches, marcos, posavasos, tableros de ajedrez y un sin fin de objetos decorativos de un gusto exquisito. Málaga, Córdoba, Ronda, Segovia, Madrid y Estados Unidos son algunos de los mercados donde acaban estas artesanías de influencias arabescas, pero fabricadas íntegramente en la comarca de Antequera.

Tras ocho años de funcionamiento, el taller está más que consolidado. Aunque apenas da empleo a tres personas, su facturación anual roza los 15 millones de pesetas, una cantidad considerable para una modesta empresa de pueblo.

"Han sido años difíciles porque no teníamos ni un duro y tuvimos que empeñarnos para comprar las herramientas. Pedimos un crédito de tres millones y nos quedamos asfixiados. Todavía no es demasiado rentable porque después compramos una nave, pero ya se le ve algo de color", comenta José González, el presidente de la cooperativa.

Los delicados detalles de las artesanías no dejan lugar a dudas de su origen morisco. Un libro con modelos antiguos sirve de inspiración a estos taraceadores, pero después se introducen variaciones "de la cabeza".

El resultado son piezas únicas e irrepetibles; puzzles cercanos a una obra de arte. Durante los años de la dominación árabe, las incrustaciones eran de hueso de toro, pero ahora los artesanos se han modernizado y utilizan metacrilato.

La madera base suele ser nogal, aunque también la hay de árboles desconocidos para el neófito como el sicomoro y el sapeli. El sicomoro es una higuera típica de Egipto, de hojas parecidas a las del moral, cuya madera incorruptible era empleada para las cajas de las momias. El sapeli ni siquiera aparece en el diccionario.

"Este es un trabajo criminal, de chinos", confiesa Pepe. Por ejemplo, una mesa escritorio, que cuesta unas 175.000 pesetas, exige la dedicación de los tres socios durante unos 20 días. Claro que ellos van alternando con otras piezas para no aburrirse. Ya el taller les exige tanto tiempo que las labores del campo han quedado olvidadas. Aunque los ingresos son modestos, Pepe no se queja: "Hemos pagado todo, no debemos nada a nadie y comemos todos los días".

La taracea estuvo a punto de desaparecer a principios del siglo XIX, pero talleres como los de Granada o Salinas recuperaron esta antiquísima tradición. En Málaga, su permanencia ha sido posible gracias al cura, que ahora anda creando cooperativas en El Salvador y que de vez en cuando llama por teléfono para saber cómo va la empresa de la que fue socio fundador.

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