Actos fallidos
ÁLVARO DELGADO-GAL"¡Hablad!", dijo Gemma Nierga el otro día, y todos nos hemos puesto a darle al pico. Se habla sobre la conveniencia o no de hablar. Y, de paso, se oyen o leen cosas un tanto intrigantes. El martes pasado, en este mismo diario, Narcís Serra publicó un artículo -El diálogo como arma- que no logré entender bien. Volví a repasarlo, y continué sin entenderlo bien. No siempre, sin embargo, las cosas interesantes son las que se entienden.
A veces, las cosas son interesantes precisamente porque no se entienen. Representan el equivalente de lo que Freud denominó "actos fallidos": ausencias o fugas de la lógica que sólo cabe explicarse, o reconstruir racionalmente, como la resultante de una interferencia entre intenciones cruzadas. Les transcribo un párrafo notable del artículo: "Y cuando, después de la manifestación del pasado día 23, José María Aznar declara que no participará en ningún diálogo que quiera quebrar el marco constitucional comete, entre otras equivocaciones, la de enfocar este tema como un comflicto entre España y el País Vasco". ¿Y bien?
Probemos a introducir un poco de orden en el galimatías. La Constitución regula las relaciones entre todos los ciudadanos españoles, de los que los vascos forman una parte. No parece, por tanto, que se esté suscitando un enfrentamiento entre el País Vasco y España al proclamar la intangibilidad de la Constitución. Parece más bien que se esté haciendo lo contrario: incluir a los vascos en el mismo espacio jurídico y político que ocupan el resto de los españoles. Esto podrá ser luego acertado o desacertado, inteligente o necio. Pero no es excluyente: es integrador. ¿A qué se está refiriendo entonces Serra?
Para hacerse cargo de lo que dice Serra hay que añadir otras premisas. Conviene, en primer lugar, identificar la Constitución con España. Y en segundo lugar, identificar a los vascos con los nacionalistas vascos en su acepción escuetamente antiespañola. Si se completan estas dos operaciones, nos encontramos, sí, con que la defensa aznarista de la Constitución se convierte en una reivindicación de España... contra el País Vasco.
Pero hay que hacer estas dos cosas para que el párrafo tenga sentido. O lo que es lo mismo, hay que colocarse en la posición de los nacionalistas irreductibles a fin de que cuadren las cuentas. Cubierta esta etapa surge una pregunta crucial. A santo de qué se coloca Serra en el pellejo de los nacionalistas: ¿porque piensa como ellos, o porque observa con preocupación las respuestas que a Aznar darían quienes pensaran como ellos?
Si lo primero, la cosa está clara, y no hay más que hablar, o mejor, habría que hablar desde esta posición clarificada. Si lo segundo, el razonamiento sería una pura tautología. A los nacionalistas, desde luego, no les gusta la Constitución. Si les gustara, no habrían armado la que han armado. Pero la cuestión reside, precisamente, en que no es dable salvar los muebles sin descontentar a los nacionalistas. Ésta es la gran cuestión. Sin esta cuestión no habría tampoco otras cuestiones, y todos nos iríamos de copas a celebrar el acontecimiento deleitoso.
Vuelvo al principio. El embrollo de Narcís, concordante en tantos aspectos con los embrollos que tienen su fuente en Maragall, revela la interferencia de dos intenciones cruzadas. Maragall & Narcís Serra propugnan el diálogo porque quieren que esto se acabe; pero lo propugnan porque también quieren que la Constitución se abra. La Constitución no es el Santo Grial, y puede abrirse. Ahora bien, sería imperdonable abrirla en vano. Ponerse a dialogar con Ibaretxe, el cual, en el mejor de los casos, no representa a nadie, sería lo mismo que sacar la Constitución a subasta pública sin más logros garantizados que el aumento del caos y la deslegitimación de un Estado que comienza a estar tocado del ala.
No es momento de bromas, ni de hacerse un lío regateando a la propia defensa a dos palmos de la portería. ¿Se pretende reinventar el asunto? Pues declárese sin ambages: a nadie se le van a poner los pelos de punta. Lo que no me parece feliz es aprovechar el drama vasco para reinventar el asunto. Y empleo la fórmula "feliz", que es equívoca, porque sigo prefiriendo, como hipótesis oracular, a Freud sobre Maquiavelo.
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