La Biblioteca Nacional, lista para el nuevo milenio
La Biblioteca Nacional ha culminado la cuarta y última fase de su reforma, emprendida hace ahora trece años, que será inaugurada por los Reyes el próximo 11 de diciembre. El edificio del paseo de Recoletos ha pasado un largo proceso de rehabilitación "para adaptar la biblioteca al siglo XXI", al decir del arquitecto Jerónimo Junquera. Junto con Estanislao Pérez Pita, fallecido el pasado año, Junquera ha dirigido los trabajos de centenares de técnicos y operarios comprometidos en la restauración.La Biblioteca Nacional fue ideada por Francisco Jareño a partir de 1860 y su construcción, iniciada seis años después y culminada por Antonio Ruiz de Falces, duró 26 años. Su esquema consistía en un anillo perimetral destinado a museos, cuyo corazón estaba ocupado por la sala de lecturas y los depósitos bibliográficos. Un tercio del edificio pertenece desde el comienzo del siglo XX al Museo Arqueológico Nacional, al que se accede por la calle de Serrano.
Las reformas de la Biblioteca Nacional han abarcado desde la cimentación y los recalces de sus sótanos y galerías hasta la construcción de dos núcleos de patios y de oficinas, más la creación de un salón de actos, del que el centro carecía. En el último tramo de la rehabilitación ha sido completado el remozamiento del eje que conectaba la entrada de la biblioteca y la sala central de lectura.
La transformación interna del gran edificio cultural ha afectado a la mayor parte de los 64.000 metros cuadrados de su superficie, cubiertas incluidas. "En ningún momento la biblioteca ha dejado de funcionar a lo largo de todos estos años", subraya Junquera. El presupuesto de la reforma ha sido de 10.000 millones de pesetas, según un portavoz de la Biblioteca Nacional.
Para encarar adecuadamente el siglo XXI, explica el arquitecto Junquera, la Dirección General del Libro decidió en 1983 emprender un estudio para la reforma de la Biblioteca. El estudio fue encomendado a arquitectos y también a bibliotecarios. "Una comisión mixta se enfrascó en la indagación minuciosa del edificio, así como en el diseño de las nuevas necesidades que había que satisfacer y las funciones que el futuro exigía", señala el arquitecto.
Los objetivos del Plan Director, redactado en 1987, fueron mantener la sede de la biblioteca en el edificio del paseo de Recoletos; impulsar un centro de trabajo bibliotecario en permanente actividad, con sus funciones de conservación, catalogación, registro de todos los títulos impresos en España y con depósito legal, ya sean libros, documentos, discos o cartelería.
Asimismo, el plan ordenaba mantener los fondos de mayor valor en la sede madrileña de la biblioteca y desplazaba hacia depósitos auxiliares y periféricos los secundarios, mientras ordenaba el despliegue de un proyecto de reproducción e informatización que ahora se ha visto culminado, con un cableado completo de todas las instalaciones, fibra óptica incluida. "Hasta los atriles y pupitres de la Sala General llegan ya los cables", dice la arquitecto Clara Santana, una canaria de 39 años que lleva doce a pie de obra. En el plano arquitectónico, agrega Junquera, "el desafío consistía en corregir las distorsiones que la estructura y las funciones del edificio sufrieron cuando fue seccionado en dos, transversalmente, con la inclusión en su seno del Museo Arqueológico". "Con nuestra actuación hemos restablecido la circulación interior, que había quedado rota. Además", añade, "las transformaciones introducidas son todas recuperables: rozan el edificio, pero no lo rompen", explica. Con ello se refiere al cableado capilar en el que el edificio ahora se ve envuelto. Entre los materiales empleados abundan los paneles prefabricados con yeso, que albergan los haces de cables, así como las maderas tropicales, jatoba, bengue y roble americano, más el mármol de Carrara igual al original que decoraba muros y suelos del edificio de Recoletos.
Adiós a las puertas de Recoletos
Basamento almohadillado en granito, cuerpo central con escalinata de dos tramos, pórtico con tres puertas, columnario corintio de ocho fustes y frontón de treinta musas dibujan una de las fachadas monumentales de mayor empaque de Madrid. Dos grandes estatuas de Alfonso X y de San Isidoro de Sevilla, obras de Alcoverro, flanquean el primer rellano de la colosal escalera por la que se accede al edificio de la Biblioteca Nacional. Su fachada mide 134 metros de longitud por 126 de anchura. El segundo tramo va a topar con cuatro estatuas de Cervantes, Lope, Vives y Nebrija. Encima, el pórtico y un frontón esculpido por Querol.En esta fachada, sus tres ingresos se cerraban mediante tres grandes puertas en hierro fundido, de hojas plegables, tan pesadas que ocho hombres fornidos difícilmente eran capaces de cargar a pulso con una sola hoja.
Ahora, las puertas se han desmontado y enviado a un depósito de Alcalá. El hecho ha levantado críticas. Y ello porque los escalones que conducían hacia el enorme vestíbulo presidido por una estatua de Menéndez Pelayo han sido sustituidos por otra escalera, más abrupta, también en mármol. Conduce hasta un cortavientos que exige una meseta. La meseta rompe la pauta de la escalera histórica, que queda conservada debajo, pero sin uso. Según los arquitectos, no había otra solución: "Sólo un cortavientos, que demanda una meseta, permite la calefacción del gran vestíbulo, impedida por las puertas". Además, dicen que se atiene a las oquedades dibujadas por Ruiz de Salces.
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