Algo huele a podrido
Algo huele a podrido en las cañerías de Alcoy. Más de cien casos de legionella son muchos casos. Cerca de una decena de defunciones también empieza a ser más de lo que la ciudadanía puede soportar. Lo curioso es que el tratamiento político que se le ha venido dando al tema es el tradicional, en este gobierno y en otros también: callar, mirar para otro lado y hacer como si no pasase nada. La cuestión es si tal reflejo de ocultismo, muy díficil de erradicar de la clase política, resulta en este caso, no ya ético (¿cuántos políticos piensan en la ética cuando toman sus decisiones?), sino simplemente inteligente.Vayamos con lo primero. No quiero hacer amarillismo informativo. La responsabilidad de los gobernantes les exige a menudo ocultar parte de la verdad a la opinión pública. Si no se hiciera así, podrían verse afectados amplios sectores de la economía, casi siempre de manera gratuita. Recuerden el hundimiento del mercado de la fresa, allá por los tiempos prehistóricos de la UCD, sólo porque alguien dijo que las intoxicaciones mortales del aceite de colza tenían su origen en un "bichito" que anidaba en las matas de aquella baya. En este sentido, los intentos del ministro de Agricultura por quitar hierro al asunto de las vacas locas me parecen, pese a todo, comprensibles, a no ser que se acepte alegremente la ruina de miles de familias que viven del ganado bovino y del ovino. Dudo que cualquier ministro de otro partido pudiese haber obrado de forma diferente. Otra cosa es que la prudencia sea la tónica habitual de las intervenciones públicas de este personaje, verdadero Pepito Grillo del Gobierno central. Pero para una vez que se modera, dejémosle estar.
Sin embargo, lo de Alcoy es más difícil de entender. ¿A quién se perjudica advirtiendo a los consumidores que la red de agua potable pudiera estar contaminada? No creo que la compañía de aguas esté preocupada porque los alcoyanos hayan dejado de ducharse preventivamente estos días (y, si está preocupada, que se aguante). ¿Qué responsable político cree que su cabeza peligra porque en las cañerías de Alcoy se ha instalado la bacteria de la legionella? Seamos razonables. No se pueden hiperclorar permanentemente las conducciones de aguas por si acaso. Lo que está sucediendo en Alcoy no es a la fuerza una consecuencia de la desidia gubernamental, sino probablemente un efecto colateral del extraño clima que padecemos, y de ahí que afecte a tirios y a troyanos, a todas las regiones (Cataluña, Extremadura, La Rioja...) y a gobiernos municipales y autonómicos de todos los colores. En otras palabras, que la epidemia de legionelosis de Alcoy es una desgracia. Una desgracia con tratamiento conocido y que no tendría por qué provocar pánico.
No obstante, los responsables de la Consejería de Sanidad disimulan. Es lo menos inteligente que pueden hacer. Por varias razones. En primer lugar, porque el que calla, otorga, y la alarma social, en vez de descender, está aumentando al tejer una maraña inextinguible de rumores. En segundo lugar, porque terminarán teniendo que responsabilizarse judicialmente de un evento que, stricto sensu, no fue culpa suya en el inicio, aunque empieza a serlo en la fase actual. Y en tercer lugar, sobre todo, porque este asunto supone una quiebra de la confianza un tanto suicida que los administrados suelen depositar en la Administración. Los ciudadanos no somos tontos y sabemos que la gestión de los asuntos públicos siempre esconde cadáveres debajo de la alfombra. Pero estos cadáveres, aparte de resultar tolerables, deben cumplir una condición esencial: que no huelan. Mas las cañerías de Alcoy huelen, ya lo creo que huelen. Con el agua no se juega. Más del 80% de nuestro cuerpo es agua, así que el que te profana el agua te está quitando la vida. Los ciudadanos hemos aceptado -y seguiremos aceptando- que se dilapide impunemente el dinero de nuestros impuestos en obras suntuarias, que se conculque la igualdad de oportunidades al otorgar plazas con criterios nepotistas, que se degraden los niveles tan duramente alcanzados en cuestión de educación o de cultura. No nos hacemos ilusiones. Precisamente la mejor muestra de la madurez de la democracia española -ahora que festejamos un cuarto de siglo- es que ya no lo esperamos todo de un partido ni lo tememos todo del contrario. Sabemos que todos cometen fechorías, que en todos anidan la miseria y la grandeza, y que cambiar cada cuatro años es nuestra oportunidad de corregir modestamente el rumbo equivocada, nunca de dar la vuelta a la tortilla, pues nos hemos vuelto escépticos respecto a los milagros. Pero el agua es diferente. Ni en las localidades más atrasadas, ni en las situaciones feudales en las que la propiedad de la tierra estaba en manos de unos pocos y los demás trabajaban para ellos, se puso nunca en cuestión el derecho a recibir gratuitamente agua pura de la fuente pública del pueblo. A cuenta de recibirla directamente en casa, hace mucho que nos resignamos a pagar por ella. Lo que no está claro es qué ventajas podrían ofrecernos para que aceptásemos pasivamente su impureza o, lo que es peor, su nocividad. Algo huele a podrido, y no sólo en Dinamarca.
Ángel López García-Molins es catedrático de Teoría de los Lenguajes de la Universidad de Valencia. angel.lopez@uv.es
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