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Viaje hacia la intimidad

El colectivo Ongarri de Elgoibar mantiene firme su compromiso con la fotografía. El tiempo ha madurado muchas de sus ideas. La falta de medios lo suplen con esfuerzo e imaginación. Cada vez son más atrevidos. Los catálogos que recojen sus exposiciones lo ponen de manifiesto. Las charlas y debates que organizan lo ratifican. Y así, estos días, hasta finales de noviembre, presentan el trabajo realizado por Nicolás López (Pamplona, 1956). Son 30 fotografías agrupadas en lo que se denomina Album de Viaje. En este caso el viajero no se ve obligado necesariamente a cambiar de lugar. El viaje es un estado de animo que puede presentarse en cualquier sitio y cualquier momento. De esta forma, las referencias palpables, los testimonios que indican su paso por las estradas de la vida, se envuelven con un velo protector que difumina lo reconocible. Son momentos y situaciones efímeras traducidos a un lenguaje icónico. Pequeños poemas visuales para expresar sentimientos desde el alma que cuando se enseñan despiertan emociones ambiguas en el espectador. Desde niño tuvo inclinación hacia la pintura. Nada especial le indicaba en su familia el camino a tomar. Bachiller, unos cursos de Marketing y luego la dichosa mili.A la vuelta le esperaba un trabajo anodino. Enfermo durante dos años por una afección pulmonar en su tiempo de reposo encuentra la fotografía de la que no se va a separar. Era 1979 y, desde entonces hasta ahora, ha desgranado un largo rosario de exposiciones colectivas e individuales. Establece diferencias muy claras entre su actividad profesional, como freelance para publicidad y diseño, y su obra personal. Lo uno sirve para subsistir, lo otro para romper con la rutina, encontrar nuevas satisfacciones espirituales en una personalidad inquieta y enredadora. En su itinerario expresivo ha indagado en el retrato y también en el desnudo. Son parcelas que ha terminado por cerrar y volcarse en su concepto fotográfico del viaje. Lejos quedan esas imágenes que descubren ciudades, monumentos y civilizaciones exóticas. Lo que descubre Nicolás López es el pulso de su corazón empujado por una revoltosa imaginación. Con su planteamiento navega hasta la abstracción pero no rompe definitivamente las amarras del realismo que procura la fotografía. En sus encuadres se vislumbran referentes claros. Incluso, cuando se observa con detenimiento la exposición o el libro publicado por Ongarri, por cierto el primer álbum individual del autor, hay algunos conceptos que se repiten con insistencia. Uno de ellos son las ventanas, incluidas las de un coche. Desde el interior y desde exterior se presentan como auténticos observatorios. En realidad son un nuevo encuadre dentro de ese marco que obliga el visor de la cámara. Combinación de lo de fuera y lo de dentro. Un mirador que resguarda la intimidad, permite proteger al pudor y la timidez del ímpetu y los riesgos de un exterior sin barreras salvadoras.

Otras imágenes buscan aislar objetos en un escenario de proporciones infinitas. De ellas surgen emociones insistentes sobre la noción de soledad. Así se entiende en el tríptico de las montañas almerienses que tomadas desde la carretera se escalonan recalcando este sentimiento. De manera similar lo hacen una avioneta que se esconde diminuta en un espacio con proporciones infinitas o la pareja de bañistas en la inmensidad del océano. El viaje lo inició en 1987 y todavía no ha terminado. La colección de situaciones sigue aumentando. Según el criterio barajado, sin salir de Pamplona podía haber llevado a cabo su experiencia fotográfica, pero viene desde Roma y ha pasado por Menorca, Granada o Calahonda, su lugar de veraneo. En ensayos de este tipo, no siempre es fácil captar las emociones. Máxime cuando escapa de espectáculos visuales y bajo los tintes en blanco y negro prima la intimidad.

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