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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Suspenso en Panamá

Habría sido deseable que el Gobierno de Cuba se sumara a la resolución contra ETA que suscribieron los otros 20 países participantes en la cumbre Iberoamericana de Panamá, pero es poco deseable que ese asunto se convierta en el eje de la reunión, al menos en su proyección en los medios, y especialmente lamentable que transmita la idea de que ETA cuenta con apoyos al otro lado del Atlántico. El frente diplomático ha demostrado ser importante en la lucha contra el terrorismo, pero requiere una sutileza que es incompatible con la improvisación. Que el terrorismo de ETA sea la primera preocupación actual de los españoles no significa que deba serlo también de los otros países.Era poco realista esperar un comportamiento diferente de Castro, que quiso derivar la cuestión hacia una condena de lo que considera acciones terroristas del exilio cubano contra su país. De todas formas, nunca antes el régimen castrista -cuya embajada en Madrid expulsó hace poco a dos etarras que habían solicitado asilo- había llegado tan lejos a la hora de tomar distancias con ETA: el canciller Pérez Roque condenó las acciones terroristas contra la población civil y negó que Cuba sea santuario o aliada de ETA.

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Castro se queda solo al negarse a condenar a ETA

Las repercusiones de la crisis económica argentina, las derivaciones del Plan Colombia en su doble dimensión -narcotráfico y guerrilla-, la inestabilidad de Perú, la posibilidad de una transición en Cuba, son preocupaciones compartidas, y también la situación de los niños en la zona -el trabajo infantil, los niños de la calle, la explotación sexual-, que era el tema central de esta cumbre. Cabe, sin embargo, dudar de que los resultados alcanzados justifiquen una convocatoria que, necesariamente, mueve a tanta gente. Las cumbres iberoamericanas, en las que participan 23 países, y a las que asiste el rey de España, junto con el presidente del Gobierno, constituyen un foro original más para los contactos personales y los análisis en común que para la resolución de problemas. Han sido una iniciativa española, pero es la propia falta de impulso de la diplomacia española la que está provocando un languidecimiento de este proceso.

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Lo ocurrido en Panamá revela una preocupante desidia por parte del Gobierno español. El retraso de Aznar en su llegada a Panamá, no explicado salvo por unas misteriosas "causas de fuerza mayor", ha sido un despropósito protocolario que se ha expresado en la ausencia del presidente en la recepción de los Reyes al pie del avión. Ha obligado al ministro Piqué a salir a toda prisa de la reunión euromediterránea de Marsella y se han suspendido contactos bilaterales, generalmente más interesantes que los plenarios y las declaraciones. La ausencia de Fujimori, que ha preferido permanecer en Japón, ha impedido que esos contactos bilaterales sirvan para presionar al presidente peruano en favor de su prometida retirada, condición para una vuelta a la normalidad democrática en su país.

Las fuertes inversiones españolas en Iberoamérica aumentan el interés del Gobierno en estas reuniones, pero la de Panamá muestra que quizás no tenga sentido la obligatoriedad autoimpuesta de convocar una reunión de líderes una vez al año, además de los eventuales y más irregulares encuentros sectoriales de ministros. La actual programación llega hasta Santo Domingo en el año 2002. Sería bueno que se empezara a pensar en celebrar estas reuniones con una periodicidad más larga y, en cambio, con más contenido real.

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