La dignidad y el silencio de la miseria
Para escribir esta historia no hacen falta muchos adjetivos. Francisco Javier Cruz y Rosario López son un joven matrimonio de "obreros" sin trabajo. Él tiene 30 años y ella 23. Y dos hijos de corta edad, el pequeño aún no va a la escuela. El próximo día 20 de noviembre el piso en el que viven y que no pueden pagar sale por segunda vez a subasta: si alguien lo compra, ellos se irán a la calle.Francisco se crió en una familia de 12 hermanos huérfanos de madre. Por las mañanas estudiaba y por las tardes trabajaba de camarero. A los 16 años comenzó a beber. Pero no fue eso lo que le cerró las puertas de un trabajo digno, sino un despido improcedente cuya resolución sigue enredada en los juzgados y que le impidió cobrar por ello los 10 meses siguientes. Después la Seguridad Social se hizo cargo: 43.000 pesetas mensuales. Dejaron el piso de alquiler y pusieron al padre de avalista para comprar el que tienen ahora, que costaba cuatro millones de pesetas. Cada mañana es un interminable paseo en busca de un futuro estable que se ha atascasdo.
Pidió ayuda para dejar el alcohol y lo ha conseguido pero la psicóloga que lo atiende le ha prohibido trabajar de camarero. En una ocasión lo hizo y volvió a las copas. De puertas afuera, las familias que viven en estas casas del barrio sevillano de Santa Teresa son humildes trabajadores, pero cuando se cruza el umbral se percibe con claridad esa situación de miseria digna que se lleva con la cabeza alta hasta que el agua llega al cuello. Si es que no la han cortado antes.
Con la angustia del que sabe trabajar pero no pedir, se acercan por fin a la asociación del barrio a que les echen una mano. Y así van tirando. Cáritas les da ropa y comida. (En la asociación vecinal están hartos de repetir a los responsables municipales que la barriada de las Tres Mil viviendas no es el único foco de pobreza).
De vez en cuando sale alguna chapuza: una peonada de pintor que dio Francisco sirvió para comprar los libros escolares de la niña, que hasta entonces había usado los de la "señorita Dori". Rosario limpia casas unas horas por semana.
"He ido al cine dos veces desde que me casé", dice Rosario. Los dos han dejado de fumar y ya no tienen ni teléfono. Ni 9.000 pesetas que cuesta reponer el cristal roto de la cocina. "Bajamos la persiana y ya está". La asociación les ha pagado el recibo de la luz. Todo parecido con la ficción es pura realidad.
La comida quijotesca no pasa de un puchero sin sacramentos. "El chorizo lo subimos y lo bajamos al caldo como la bandera en la mili, para que de gusto", dice Francisco, que no ha perdido el humor a pesar de haber atravesado oscuras depresiones.
Rehabilitado por completo, quiere un trabajo de "obrero", nada de oficinas. Necesita canalizar el desorden nervioso acumulado en tantos paseos infructuosos.
La niña pedirá a los Reyes Magos una Barbie novia. Los padres, poder pasar la Navidad en el piso en el que viven, que tampoco necesita muchos adjetivos.
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