CRÓNICAS: Criaturas abominables
Dijo en Madrid el otro día Abel Prieto, ministro de Cultura de Cuba y escritor, que Gastón Baquero y Guillermo Cabrera Infante eran "criaturas abominables", pero grandes escritores. Esto lo dijo en EL PAÍS pero dijo más en otros diarios. He aquí una antología:* "Cabrera Infante es un gran novelista. Tiene dos grandes libros, Tres tristes tigres y La Habana para un infante difunto. Su odio no le ha permitido hacer más literatura. Es un loco. Su esquizofrenia le impide volver a la cultura cubana" (El Mundo).
* "Gastón Baquero es 'ignominioso' por su apoyo a Batista, aunque 'ya estamos preparados para leerlo' (La Razón).
* "Hoy Padilla no está en ninguna lista negra... Padilla era un bufón que buscó notoriedad jugando a ser un Evtuchenko aún no tolerado" (Abc).
* "Las razones para no publicar a Zoe Valdés en Cuba no son políticas, son literarias. Publicarla, con los problemas de papel que tenemos en Cuba, sería sencillamente un pecado imperdonable. Yo, a eso no lo llamo censura" (EL PAÍS).
* "Yo no podría promocionar panfletos hechos fuera de Cuba, cosas sin valor". Entonces, ¿apoya a la censura? "Creo en una selección elemental sobre principios éticos y estéticos. Ninguna censura que se haya ejercido en Cuba ha llegado a los niveles de la que se ejerce en un país capitalista como EE UU, donde el mercado ejerce una censura brutal" (Abc).
Y he aquí algunos comentarios a la antología. Sobre las criaturas abominables: a quienes conocemos (o hemos conocido) a Gastón Baquero y a Guillermo Cabrera Infante nos tiene que parecer exactamente abominable la descripción que hace el ministro, a quien parece llevar el sectarismo que afirma superado a despreciar lo que ignora: ni les conoció ni les conoce: es una criatura, él mismo, que parece ausente de cualquier capacidad para entender el sacrificio vital que el exilio impuso sobre el gran poeta Baquero, que vivió en Madrid de su trabajo y de su pobreza, y el vigor literario, constante y reconocido, del penúltimo premio Cervantes de Literatura, exiliado asimismo, primero en Madrid (de donde lo expulsó Franco, precisamente) y después en Londres. Prieto puede no quererles, pero la vida no le autoriza a tachar esas vidas. No conocer el exilio no justifica ignorar su dolor.
Sobre Padilla: da escalofríos imaginar peor epitafio para un hombre muerto, atribuirle de ese modo el carácter de sus últimas voluntades, hacerse partícipe, ya post mortem, de lo que quiso hacer, como para regenerarlo, después de haberle puesto en el patio de los bufones.
Y sobre la censura: su teoría coincide, en gran parte, con lo que nosotros escuchábamos en los años del franquismo, cuya decadencia celebramos ahora. Esa selección natural cuya práctica comparte se hizo en este mismo país y produjo una fractura intelectual de la que aún no se recupera la estatura intelectual (y moral) de España. La sutileza brutal con la que quiere elegir para los suyos parece una intervención de entonces, se denuncia en Informe contra mí mismo de Eliseo Alberto, y siempre pensamos, los que apreciamos el carácter volcánico y poético del hijo de Eliseo Diego (que vive en México), que eran exageraciones poéticas ante el rumor del Malecón.
Una última anécdota: este cronista invitó hace diez años a Lisandro Otero, a Reynaldo González y a Pablo Armando Fernández, importantes escritores de Cuba, a un apartamento turístico de la Marina Hemingway de La Habana para tomar unas cervezas. Durante horas fueron retenidos: no estaban autorizados a visitar a extranjeros, y luego llegaron, como si ya hubieran pasado la censura. Ha pasado el tiempo, y creímos, también, que habían pasado los modales. Abel Prieto ha venido a decir que no.
Babelia
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