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El primer examen JOAN B. CULLA I CLARÀ

Es curioso el síndrome del extrañamiento que afecta a los grandes partidos políticos catalanes a la hora de escoger escenario para sus asambleas. Los socialistas celebraron la última en el flamante, lujoso y carísimo palacio de congresos levantado por capital saudí en lo alto de la Diagonal, en un enclave barcelonés donde no han ganado ni ganarán nunca, y gracias si alcanzan el segundo puesto en apretada pugna con el PP. Convergència, por su parte, ha querido reunirse en pleno cinturón rojo, en un inhóspito polígono industrial de Cornellà de Llobregat, el feudo de Pepe Montilla, donde en las últimas municipales CiU perdió frente al PSC por el tanteo de 16 concejales a 1; en un austero recinto ferial pensado más bien para cobijar máquinas-herramientas y en comparación con el cual La Farga de L'Hospitalet parece obra de Domènech i Montaner. ¿Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces?Más allá de esta paradójica ubicación física, el congreso del pasado fin de semana constituía para CDC el primero de los muchos y sucesivos exámenes que tendrá que aprobar si quiere trascender a la era Pujol y persistir como una fuerza decisiva en la política catalana. Desde luego, no era la prueba más difícil, si pensamos que le aguardan la clarificación de las relaciones con Unió, y hacer de Artur Mas el líder social y electoral que todavía no es, y... Pero incluso los exámenes fáciles se pueden suspender, y el 11º congreso convergente pudiera haber sido un desastre si Pere Esteve hubiese dejado la secretaría general arrostrando un fuerte voto de castigo, o si prosperaba alguna enmienda incendiaria o lesiva para la dirección, o si los moderados de Catalanisme i Progrés se sentían acosados hasta el punto de dar el portazo.

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No ha sido así, a pesar de los temores y las amenazas que flotaban en el ambiente precongresual. El ánimo combativo de la inmensa mayoría de los delegados se desahogó en los debates de ponencia a puerta cerrada, se disipó en aclamaciones entusiastas a los representantes del nacionalismo democrático vasco, se desbravó en el voto selectivo a los 10 nombres propuestos para la ejecutiva. Sí, es cierto que Jordi Pujol tuvo que hacer, en la sesión de clausura, encaje de bolillos para agradecer la presencia de los demás partidos catalanes sin citar nominalmente más que a Unió, evitando con ello la bronca que hubiese desencadenado cualquier mención del PP. Pero, en lo sustancial, los casi 1.900 congresistas se ajustaron al guión redactado por la cúpula, y Artur Mas fue ungido en un clima de unidad, integración y consenso.

Ungido, ¿sobre qué plataforma? Se diría que, tras una etapa de experimentos y tanteos ideológico-programáticos que vino a coincidir con un ciclo electoral bajista -y aunque no exista entre ambos fenómenos relación de causa a efecto-, Convergència Democràtica ha resuelto apostar por lo seguro, volver a su fórmula clásica, promover el pujolismo después de Pujol. Desde luego, el discurso dominical del recién investido Artur Mas no sólo tuvo un fuerte acento legitimista ("vengo a continuar una trayectoria", "estoy orgulloso de cuanto hemos hecho y lo defenderé", "defenderé y seré fiel a nuestros orígenes y a nuestros principios"), no sólo recurrió a un vasto arsenal de giros, sobreentendidos y metáforas genuinamente pujolianas.

Además, y sobre todo, la primera declaración solemne del nuevo secretario general expresó de manera modélica la ambigüedad intrínseca, la mezcla de firmeza teórica y ductilidad práctica, la vocación mayoritaria, la lógica movimientista y acumulativa que han sido claves en el éxito de las dos últimas décadas. Véanse, para corroborarlo, algunas de sus afirmaciones más significativas: "Necesitamos unidad interna; os pido que todos tiremos de la cuerda por el mismo lado"; "somos nacionalistas catalanes. No lo escondemos ni tenemos mala conciencia"; "[queremos] llevar Cataluña tan lejos como sea posible", pero "nuestro proyecto no es sólo el de la gente de CDC o de CiU, es también el de quienes nos votan, e incluso aspiramos a que sea el de aquellos que aún no nos votan". Por tanto, "no debemos conceder un lugar preeminente a la impaciencia, sino a la perseverancia y la constancia". "Hay que ser ambiciosos y no conformistas, pero con los pies en el suelo, partiendo de la realidad, del país tal como es". "Superar la relación limitadora entre Cataluña y España, pero no desentendernos de España; queremos tener una presencia activa en la política española". "No existen proyecto ni objetivo alguno que puedan llevarse a cabo sin el apoyo mayoritario de la gente".

Se trata, sin duda, de una receta poco innovadora, lo cual no quiere decir forzosamente que sea mala. Al modo de esas "especialidades de la casa" que poseen los restaurantes tradicionales, el guiso tiene renombre y un público fiel desde varias generaciones atrás (¿recuerdan aquel eslogan de a la Lliga hi cap tothom?); pero los gustos también evolucionan, y habrá que ver si el nuevo chef de cuisine sabe encontrarle el punto de sabor apropiado a los paladares del siglo XXI y presentarlo con tanto estilo como sus precedesores. Y queda otra incógnita crucial: ¿querrá el todavía titular del establecimiento iniciar desde ahora un repliegue gradual que permita al hereu adquirir confianza en sí mismo y ganar credibilidad ante la clientela? De momento, el Pujol pletórico de forma que abrió y cerró el 11º congreso con sendos discursos de más de una hora de duración no parecía ni un telonero ni el prejubilado que suspira ya por las pantuflas, sino alguien que se siente capaz de dar aún mucha guerra.AB.

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Joan B. Culla es profesor de Historia Contemporánea de la U

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