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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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Lejos del mundanal ruido ENRIQUE VILA-MATAS

Enrique Vila-Matas

He dejado La Rambla y ando por la calle de Canuda, voy al Ateneo Barcelonés a escuchar una lectura de poemas de La amplitud del límite (DVD Ediciones), el último libro de Ramón Andrés. Y mientras camino por esa calle de infinitas sombras recuerdo a John Donne, que es uno de los poetas favoritos de Ramón Andrés. Recuerdo un poema de Donne en el que éste trata al sol de pobre diablo pedante y descarado y le increpa así: "¿Por qué juzgas tus rayos tan sagrados y fuertes?/ Yo podría eclipsarlos y nublarlos / con sólo un parpadeo".Pienso en parpadeos de escritores de gran valía -Ramón Andrés, por ejemplo- silenciados por nuestros limitados y poco osados suplementos culturales. Con amenaza de lluvia ando entre las sombras de la calle de Canuda y me acuerdo de Eduard Márquez, que, al igual que Ramón Andrés, escribe alejado del mundanal ruido. Es un escándalo: hay suplementos culturales que abren a todo color con el best-seller norteamericano de turno, como si su consagrado éxito hortera necesitara abrirse paso. Eduard Márquez acaba de publicar Cinc nits de febrer (Quaderns Crema), una bellísima novela breve en la que se desprende de influencias de Sophie Calle y se adentra en territorio propio. Cuenta cómo la muerte de Sela Huber desencadena en Lars Belden la pasión nostálgica de unos extraños recuerdos puntuados por unos versos de Joan Vinyoli, El silenci dels morts. A veces Márquez parece un escritor austriaco que publicara en la editorial francesa Minuit. Impresiona su prosa helada y elegante, y el frío y las sombras de la Barcelona fantasmal que recorre de principio a fin esta novela, que parece escrita por un extranjero en un museo de las frases sin horas de visita.

Entro en el Ateneo y subo al cuarto piso y cuando llego a éste me doy cuenta de que aún debo enfilar un extraño pasillo para alcanzar el aula de Josep Maria de Sagarra, que tiene un techo bajo y está abarrotada de gente que me da la impresión -furtiva, pero no puedo olvidarla- de estar dedicada en cuerpo y alma a la saludable tarea de olvidar a los escritores famosos.

Joan Margarit, que debía presentar el acto, no ha podido asistir, y le sustituye José Luis Giménez Frontín, que califica de rigurosa y difícil la obra de Ramón Andrés y habla de la angustia y la belleza que se entrechocan en los versos de éste. Creo detectar en el ambiente de la sala un aire de catacumba. Tal vez contribuya el techo bajo a esta impresión, pero lo cierto es que el escenario en el que Ramón Andrés está alabando la pulcritud y eficacia de sus editores ilustra a la perfección la atmósfera de resistencia en la que sobrevive cierta literatura rigurosa y difícil. El acto del Ateneo, con su aire de catacumba, presenta la otra cara de la realidad literaria de hoy. Toda la ceremonia de lectura está alejada de la pompa banal de tantas presentaciones de libros escritos por los cuñados del autor. Lo más llamativo es la gran concentración de personas dispuestas a escuchar poemas, como si escucharlos, en los analfabetos tiempos de ahora, fuera una necesidad. En realidad sólo es una vieja y noble costumbre. "La necesidad es un mal, pero no hay necesidad alguna de vivir con necesidad", dice Ramón Andrés, citando a Epicuro. Hay una serenidad extrema en el ambiente angustiado y bello de catacumba que acoge la lectura de los versos de Ramón Andrés, un poeta de altos vuelos, moderno pero clásico. "No seré recordado./ Bienhallado el olvido. Se juntará la estrella / con el rincón del liquen, así crecieron frondas, / en todo habrá cimiento, y yo tendré los rasgos / de otra raza, la edad jamás dada a los hombres".

Ramón Andrés lee con voz afónica y se diría que el tiempo es su discípulo cuando Brodsky duerme. Alguno de los asistentes miran por las ventanas que encuadran lo que fueron. Cuando todo termina regreso a casa y pienso en las sabias y sensatas arañas, de las que Joseph Roth (Las ciudades blancas, Editorial Minúscula) decía que son admirables porque juzgan inútil la caza desesperada y sólo consideran fructífera la espera. Evoco la caza desesperada de tanto falso talento literario y me digo que la vida, como la literatura rigurosa, está en otra parte. Como escribe Ramón Andrés, "cada giro del mundo es un olvido, / una piedra arrojada hasta alcanzarnos".

Carles Ribas

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