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LUIS PEÑA GANCHEGUI

La memoria del último medio siglo

Luis Peña Ganchegui recibió el pasado martes el primer premio Munibe de Arquitectura que reconoce la trayectoria de un arquitecto vasco. La elección del autor de obras emblemáticas como la plaza de los Fueros de Vitoria, viviendas repartidas por todo el País Vasco o la casa de Cultura de Andoain ha obtenido el respaldo unánime de una comunidad de arquitectos para la que ha sido referente durante 50 años.El autor de la plaza del Tenis de San Sebastián, en colaboración con Eduardo Chillida, estudió en Madrid en los peores años de la posguerra. Sin embargo, tuvo la fortuna de disfrutar de los escasos espacios abiertos a la inteligencia de aquellos tiempos, algo que le marcaría en su carrera. "Cuando fui a Madrid, iba muy despistado, con mi maletita desde Mutriku, como a la mili. A pesar del ambiente cerrado de la época, y gracias a un amigo de San Sebastián, empecé a tomar contacto con el pequeño círculo de artistas, escritores y filósofos de la época: los hermanos Caro Baroja y su tío Pío, y la tertulia que tenía éste. Allí estuve con Marañón y Ortega y Gasset".

También visitó la otra tertulia "que llevaba Chueca Goitia, en la que estaba Juan Benet, con quien mantuve una intensa amistad, y también los hermanos Dominguín y Lucía Bosé".

De aquellas reuniones surgiría un espíritu casi renacentista y un interés por todas las manifestaciones artísticas. Pero no sólo la formación intelectual influye. Peña Ganchegui se refiere con frecuencia al poso de la infancia. Y de aquellos años en Mutriku, la impronta fundamental es el paisaje. "No es lo mismo un paisaje amable, en el que se buscan líneas serenas, que una naturaleza abrupta; entonces se hace una arquitectura más mimética con este entorno, como lo que hizo, salvando las distancias, Frank Lloyd Wright con la Casa de la Cascada".

Insiste: "Hay que sentir el paisaje, como he tratado de hacer en la plaza del Tenis donde se ubicó el Peine de los Vientos de Chillida. Había dos paisajes casi opuestos: por un lado las rocas del acantilado; por otro, el colector, donde la naturaleza artificial se convierte en poética con los chorros de agua".

Sus relaciones con el escultor guipuzcoano son extraordinarias. "Con Chillida me he llevado muy bien desde el principio porque le conozco humanamente y como artista. Sobre todo en estos tiempos: había una vanguardia que proclamaba la integración de todas las artes, algo que ya se vivió en el Renacimiento. Pero hoy estamos en un mundo especializado; de ahí lo excepcional de la relación con Eduardo".

Este espíritu de compenetración con el paisaje, sin olvidar las referencias de la arquitectura de su tiempo, le llevó a discrepar con la ortodoxia arquitectónica franquista, ya desde su primera obra, la Torre Vista Alegre de Zarautz, de 1958. "Me parece de mal gusto explotar la respuesta a la línea del régimen como un heroísmo. Mi oposición se debía a que el panorama en general de la arquitectura era un desastre", comenta Peña, para quien aquel choque resultaba atractivo para los jóvenes arquitectos. "A partir de ahí surgieron reuniones y tertulias en las que hablábamos de cómo tenía que concebirse la vivienda en el País Vasco, qué papel jugaba el paisaje, etcétera", señala quien ocupará de este modo un lugar de referencia para los jóvenes autores de las décadas de los 60 y 70.

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Ello no quita para que sus comentarios sobre el panorama arquitectónico vasco sean rigurosos: "Aquí todavía no hay ninguno que tenga la posibilidad (en este momento y que yo sepa) de llegar a ser una estrella mundial. Y no es por tamaño del proyecto, sino porque aún no han despuntado claramente. Es cierto que hay gente que apunta, de la Escuela de San Sebastián y de la de Pamplona".

Confía en la cantera, en lo que sigue las reflexiones de su amigo Oriol Bohigas: "No está mal que vengan arquitectos de fuera, pero a largo plazo no es un buen método para la configuración de una ciudad".

Sobre las aportaciones foráneas en el País Vasco, cree que no es titanio todo lo que reluce. "El Guggenheim me gustó mucho al principio, por impacto más que por emoción. Es admirable el manejo que tiene Gehry de los espacios y los volúmenes y en su interior, hay trozos fantásticos y otros que no valen tanto, pero cada vez que lo vuelvo a ver me entusiasma menos. Y veo que coincido con mi amigo Antonio López que ha dichoque el Guggenheim no le gusta absolutamente nada".

Para quien no tiene dudas es para su predilecto Rafael Moneo y su Kursaal. "Moneo es un hombre fuera de serie, de una inteligencia fabulosa, como ha mostrado en su ampliación del Prado", concluye.

Perfil

Nacido en Oñati en 1926, Luis Peña Ganchegui se crió en Mutriku en una familia muy vinculada al escaso ambiente artístico del momento. Ha compaginado sus proyectos con la enseñanza, primero en la Escuela de Barcelona y luego, en la de San Sebastián, de la que es fundador.

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