Una exposición arroja nueva luz sobre la técnica de los impresionistas
La National Gallery de Londres reúne obras poco conocidas de Monet, Renoir y Manet
La imagen de Edouard Manet paseando por París en busca de la luz adecuada para plasmar un atardecer recorre la exposición dedicada por la National Gallery de Londres a él y a sus contemporáneos impresionistas. Pioneros de la pintura al aire libre, se supone que Monet, Sisley, Pissarro, Renoir y Berthe Morisot ejecutaban sus obras a gran velocidad. ¿O tal vez no? En la audaz exposición recién inaugurada, la sala británica asegura que la verdadera revolución artística iniciada por estos pintores consiste en haber puesto el pincel al servicio de las emociones hasta conseguir la "impresión" de una tela pintada a toda prisa.
Popularizada hasta la saciedad a través de carteles y tarjetas postales, la obra de los impresionistas parece haber perdido el carácter innovador -revolucionario para la sociedad de finales del siglo XIX- que la caracteriza. A estas alturas se ha dicho casi todo del impresionismo. Quedaba por revisar algo considerado evidente: la urgencia con que debieron ser ejecutadas unas obras captadas del natural.En una muestra titulada Impresionismo, pintando deprisa en Francia, la National Gallery londinense sostiene, con ayuda de 60 cuadros poco vistos, que la sensación misma de premura para plasmar lo efímero que caracteriza el movimiento no se logró sólo dando pinceladas a un ritmo frenético. Estos pintores dominaban su oficio y por eso fueron capaces de arriesgarse a crear obras plenas de frescura e inmediatez.
Tres lienzos evidencian que la enorme divulgación de la obra de los impresionistas "le ha robado casi su afán de riesgo", en palabras de Richard R. Brettell, conservador de la muestra. El primero de ellos es Carreras de caballos en Longchamps, pintado por Manet en 1864. El artista parece haber plantado su caballete en plena pista resuelto a no levantarse hasta que los animales, cada vez más cerca, le pisoteen. A ambos lados, los espectadores, los árboles y el resto de paisaje permanecen inmóviles dando al cuadro una doble sensación de quietud y peligro. Como si estuviéramos viendo el reportaje de la carrera encerrado en una sola imagen.
Es posible que Manet pintara parte de la obra en el propio hipódromo, porque la tela no es muy grande y hay pinceladas improvisadas. El resto, en especial la valla y la dama del parasol que contempla el espectáculo equino, está perfilado con la tranquilidad propia del estudio. Según señala el conservador Brettell, lo mágico es que fuera capaz de transmitir la emoción de la carrera a un espectador que no hubiera estado allí.
Las otras dos obras son de Claude Monet y Pierre-Auguste Renoir, respectivamente, y exploran la capacidad del artista de condensar en pocas pinceladas lo que ocurría en el momento de pintar. Tituladas Bañistas en La Grenouillère y La Grenouillère muestran unos baños muy populares del Sena. Ejecutadas en el verano de 1869 codo con codo a la orilla del río, son presentadas juntas por vez primera y dan la sensación de que los artistas compitieron a ver quién lo hacía mejor. Renoir llevaba ventaja porque había pintado ya grupos de gente del natural. Monet, por el contrario, dominaba la pintura rápida. El resultado es complementario y fluctúa entre la ensoñación de Renoir al evocar a los bañistas con finas pinceladas, y el trazo grueso pero luminoso de Monet. El resto de la exhibición fuerza igualmente al espectador a replantearse unas obras emocionantes y, sobre todo, contrarias a las escenas de la Antigüedad tan en boga en la pintura cuando irrumpieron en escena los impresionistas.
Babelia
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