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México enseña el arte del tiempo de los Austrias a través de 200 obras y objetos

La reina Sofía y el presidente Ernesto Zedillo inauguran hoy la exposición 'El mundo de Carlos V'

La excusa es el quinto centenario del nacimiento de Carlos V, pero la exposición que inauguran hoy en México DF la reina Sofía y el presidente saliente Ernesto Zedillo va bastante más allá del reinado del emperador. De hecho, cubre toda la dinastía de los Habsburgo (desde 1516 hasta 1700). Por eso se titula El mundo de Carlos V, de la España medieval al Siglo de Oro. La muestra, que trata de enseñar luces y sombras, se divide en nueve secciones que tratan de ser nueve lecciones de historia, y acoge 200 obras de, entre otros, Velázquez, Zurbarán, Murillo y El Greco.

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Homenaje español a Zedillo

Junto al Zócalo, en pleno centro histórico de la Ciudad de México, está el antiguo colegio de San Ildefonso, impresionante edificio virreinal armado en tres pisos de claustros superpuestos y con las paredes inundadas de frescos contemporáneos, de claro matiz indigenista, pintados por algunos de los mejores muralistas mexicanos del siglo XX.Allí ha montado El mundo de Carlos V Isidro Bango, catedrático de Historia del Arte en la Universidad Autónoma de Madrid. El comisario de la exposición ha reunido pinturas, esculturas, tapices, libros, códices, dibujos y joyas procedentes de 62 colecciones distintas. El 80%, de museos civiles y religiosos españoles (del Prado a la catedral de Santiago); el otro 20%, de colecciones privadas y museos mexicanos.

Un montaje claro y didáctico acerca al visitante a los distintos aspectos del tiempo de los Austrias, incluidos algunos antecedentes del "otoño de la Edad Media". La política, la vida cotidiana, el ambiente de la Corte, la evolución de la fe, la ciencia y la música...

El recorrido arranca con El Rey, nuestro señor. Es la imagen heroica de Carlos I, plasmada en el tapiz flamenco (de 9x5 metros) que narra la conquista de Túnez. Según Bango, es "la primera obra de propaganda política que encarga el emperador del cristianismo".

Allí está también la armadura de guerra de Carlos V y el retrato de Felipe II, obra de Pantoja de la Cruz, hoy en una colección mexicana. Bango no se explica cómo pudo salir de España.

La corte

La visita sigue por El ambiente regio. Primero, con una visión de los nobles y los poderosos de la corte, con atención especial al nacimiento de una nueva aristocracia: la nobleza de toga, que trepa y se mezcla con la de sangre gracias a sus estudios. Varios ejemplos: el retrato que hizo El Greco a Rodrigo Vázquez (presidente del Consejo de Castilla); la galería de miembros de la familia Uzqueta, el abogado que ganaba los pleitos territoriales del conde duque de Olivares, y el viscontiniano cuadro de Jan Van Kessel Retrato de familia en un jardín, ejemplo de familia decadente "que no se entera de nada" y se dedica al dolce far niente.También hay hueco para las familias reales, vistas a través de los niños, alguno en su taca-taca, o del patético grupo familiar de la infanta Margarita, "único grupo de la época junto a Las Meninas", pintado por Juan Bautista del Mazo a la muerte de Felipe IV.

Junto a ellos, algunos objetos reales (el reloj de Felipe II, las cajas-joyero de filigrana...), que forman parte de la iconografía dorada de un imperio en su apogeo, visto a la luz de los palacios donde viven (El Pardo, El Escorial...); los jardines donde pasean (El Retiro, la Casa de Campo, Aranjuez en el siglo XVII), la importancia de la caza en la formación bélica del rey, y la imagen suelta de algún secundario que ameniza sus vidas, como el enano bufón de Carreño.

Luces y sombras

Bango dice que ha procurado no ser hagiográfico, que ha tratado de no mitificar y de mostrar las luces y las sombras. En ese sentido, La fiesta y el espectáculo reúne verdaderos claroscuros. Por un lado, los democráticos toros en la plaza Mayor; por otro, los selectos funerales, veraneos, bodas, misas y viajes reales (como el fabuloso Paso de Felipe III por la ciudad de San Sebastián, obra anónima de Flandes fechada hacia 1615), y, en el rincón más oscuro, un auto de fe en Toledo.

La fe y la devoción, y, a su lado, La imagen para la eternidad, son otras grandes preocupaciones del periodo: la exposición explica el paso de las inocentes raíces medievales de la fe a la más compleja fe surgida con la Contrarreforma y el Barroco. Algunas de las joyas de estos dos apartados son, para Bango, el Santiago Apóstol de Murillo, el altar portátil de Carlos V (obra de Vicente Juanes), el Cenotafio de Felipe II (Pantoja de la Cruz), el busto de San Ambrosio (Gregorio Fernández), o la tabla gótica de Miguel Jiménez.

Y, junto a la creencia, la creación: el ejemplar más antiguo del Lazarillo de Tormes, retratos de Lope y Quevedo, instrumentos musicales, legajos científicos...

Así se llega a la penúltima sala, que se dedica a los Paradigmas del arte español. Allí conviven dos esculturas en piedra del Maestro Mateo (siglo XIII); dos muestras del Berruguete pintor y escultor (hacia 1500); dos zurbaranes, un luis de morales, un elegante y suave Cristo muerto sostenido por un ángel, de Alonso Cano (hacia 1650); el fantástico e inquietante retrato de Juan Rizi; La Dolorosa de Murillo, un valdés leal, otro carreño, un claudio coello y, por fin, una salita con tres obras de Velázquez: un retrato de Felipe IV, otro del conde de Benavente y la monumental Fuente de los tritones.

La sección dedicada a la Imagen de América cierra el paseo tratando de explicar cómo la incipiente producción literaria y científica americana logró que Europa dejara de ver el Nuevo Continente como un lugar exótico. Los precisos mapas de Abraham Ortelius indican cómo la tierra prometida empezó a integrarse, o a ser integrada, en la cultura occidental ya a mediados del siglo XVI.

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