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Señor 'lehendakari'

Quisiera creerle, señor Ibarretxe, cuando habla usted en una entrevista en un medio vasco de la necesidad de construir un suelo compartido y de articularlo en torno al Estatuto. Y quisiera creerle porque necesito vivir.No sé si usted es consciente de lo poco estimulante que resulta la vida para muchos ciudadanos de este país cuyo Gobierno preside. La vida, señor Ibarretxe, se nos ha convertido en una quimera. Pasear tranquilamente por la calle, no tener que preocuparnos por la regularidad o irregularidad de nuestros actos, optar con libertad entre las diversas ofertas que ofrece la vida ciudadana, opinar sin tener que escrutar las caras de quienes nos rodean..., mantener unas relaciones afectivas normales. Sí, señor Ibarretxe, hasta ahí llega la dificultad de vivir, hasta los afectos. He perdido amigos por un matiz, aunque compartiéramos lo esencial, y el horizonte de la libertad es hoy aquí, señor Ibarretxe, el horizonte de la soledad. Sé que le costará creerme y que pensará que exagero, pero su recelo sólo será indicativo, y convénzase de ello, de que en este país se vive a dos velocidades y que a usted le han regalado la buena.

Pero, a pesar de todo, sigo aquí. Eso puede servirle a usted de contraargumento, y tal vez quiera conocer las razones por las que persevero aunque la vida esté tan empinada. De verdad que no sabría darle un motivo convincente. Quizá por pura resistencia a que nadie me dicte mi destino, o tal vez por fidelidad a una opción previa, puesto que en mi caso el quedarme a vivir en mi tierra respondió a una elección. No lo sé, aunque me gustaría poder decirle que sigo aquí porque albergo alguna esperanza. Tendría que hacer, sin embargo, un esfuerzo de buena voluntad para manifestarle algo así. Cuando escucho las declaraciones de algunos dirigentes de su partido, el cielo se me ensombrece. O cuando veo que el partido que cogobierna con el suyo participa en una manifestación a favor de la desobediencia civil. O cuando constato que la mayor ilusión de nuestros jóvenes se centra en rellenar el impreso para el nuevo DNI vasco, esa tontería si no encubriera las intenciones que todos conocemos. Y le recuerdo que esa tontería tan peligrosa, que puede ser el instrumento para la elaboración del censo de los justos, está auspiciada por Udalbiltza, una organización presidida por un miembro de su partido y financiada por su Gobierno. Y hay más cosas que me ensombrecen el cielo. Como esa niña que a la hora de contarle un cuento a su primito más joven no se le ocurre otra cosa que hablarle de ikurriñas. O ese otro niño, de apenas diez años, capaz de preguntarle a uno quién cree que tiene más culpa, si ETA o el Gobierno. Toda esta apología de la ilegalidad y de la mansedumbre, este combinado de ñoñería y crueldad, de inocencia y crimen, que no revela en sus paradojas sino la entrega inerme de un país a un Estado en la sombra, no me hace albergar ninguna esperanza. Y si la entrega es inerme, la mayor responsabilidad de ello le corresponde a su Gobierno. Y no sólo al suyo, sino también a los de sus antecesores, pues lamento tener que reconocer que la historia viene de lejos.

Hoy reconoce usted que fue un error ligar la paz al proyecto propio que cada uno defiende. Y se atribuye además el mérito de estar planteando con ello una novedad. Tiene usted escasa memoria. Porque ese error lo han señalado muchísimos antes de usted, incluso en su partido -michelines como los Guevara, Joseba Arregui o su predecesor, Ardanza-, sólo que ellos recurrieron al léxico en curso en aquel momento y hablaban de separar paz y resolución del conflicto, o paz y problema político. La novedad que usted introduce es fundamentalmente léxica, ya que donde los otros hablaban de conflicto o de problema político habla usted del "proyecto propio de cada uno". No obstante, no le quiero restar importancia a la novedad, pues puede suponer el paso de un planteamiento mítico a un planteamiento político, de un enfrentamiento entre naciones a una confrontación entre partidos políticos. Sin embargo, vuelve usted a caer de inmediato en el error. Le cito: "Ligar la paz a la autodeterminación o a la Constitución no es justo". Ésos deben de ser los proyectos propios a los que se refería, pero quiero recordarle que está usted poniendo en el mismo plano cosas que no son equiparables. La autodeterminación puede ser un proyecto político, la Constitución no lo es. Ésta no es otra cosa que el acuerdo en el que se fundamenta nuestra legalidad. A partir de ella empiezan los proyectos políticos, incluso el de suprimirla sin más. Y esto es algo que jamás ha sabido comprender su partido. A pesar de haber estado gobernando Euskadi gracias a un poder que emanaba de ella.

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Tamaña y concienzuda ignorancia no podía saldarse sin consecuencias. Y a usted le ha tocado lidiar las peores, aquellas que se derivan de su desarrollo coherente y extremo: un Gobierno que gobierna contra su propia legitimidad; es decir, contra sí mismo. Cuando un Gobierno recela de la legalidad que lo hace posible, y además lo manifiesta continuamente, como lo ha hecho el suyo y, con mayor o menor intensidad, todos los que le precedieron, está incubando una sociedad para la que la ley no puede ser un principio rector. Un Gobierno así, además, nunca sabremos qué sentido otorga a las instituciones de que se hace cargo: si meramente las ocupa con un sentido instrumental de las mismas -como se nos ha hecho casi evidente durante su gestión- o si es capaz de considerarlas como lo que son: la columna vertebral de una sociedad, columna a la que está obligado a servir y a hacer respetar. Y a la que podrá plantear las modificaciones pertinentes, pero siempre partiendo de su reconocimiento y no de su rechazo, rechazo que se hará efectivo o no como un Guadiana a conveniencia.

Y usted, señor Ibarretxe, no consigue salir de esa confusión que es, en mi opinión, uno de los principales nutrientes de la violencia que padecemos. Es en esa fractura de la legalidad constituyente donde ésta ceba a sus sirenas. Y es por eso por lo que me cuesta creerle, a pesar de que no dudo de la sinceridad con que pretende rectificar su rumbo. Si me atengo a la exposición que hace usted en esa entrevista de su proyecto político, le puedo conceder algún crédito. La cito: "El segundo compromiso democrático debería respetar lo que somos, la legitimidad del Estatuto y las opciones de cambio que se puedan plantear en desarrollo de los derechos históricos y la actualización de los mismos". Si me remonto ahora a los proyectos de cada uno a que hacía usted referencia -Constitución, autodeterminación, etcétera-, le pregunto por cuál de ellos se posiciona usted, porque el proyecto que nos acaba de exponer sólo tiene un nombre: Constitución. No es que ésta lo haga posible, sino que está en ella, nace de ella. Y bien, ¿por qué no lo dice usted?

Concedámosle que no puede hacerlo, que eso exigiría una declaración previa de su partido. Pero ese abismo entre lo que usted piense o haga y lo que piense o haga su partido lo podemos extender también a otros ámbitos. A sus buenas intenciones, por ejemplo: ¿ese proyecto que usted nos acaba de exponer es también el de su partido? Si no es así, ¿qué garantías nos ofrece de poder sacarlo adelante? Y si lo es, ¿viene dado de una vez y entero o es un maximum revisable en un acuerdo con otros partidos? Porque con quienes usted podrá acordarlo será con los partidos constitucionalistas, pero puede ser que éstos no estén de acuerdo con el desarrollo de la disposición adicional que usted plantea. ¿Acordará con ellos ese suelo compartido en caso de que no lo estén y hará de su demanda un proyecto político al que atraer a la ciudadanía, o romperá la baraja si no se atiende globalmente a su propuesta y hará del rechazo un argumento favorable a la deriva actual? ¿Paz y proyecto juntos de nuevo? El cielo no abandona sus nubes, señor Ibarretxe, porque si esta segunda posibilidad es real -y su propuesta no la excluye- habrá quemado usted por mucho tiempo el único puente que puede hacer viable la concordia. Si no sale lo mío, sea el caos; no la ley, que es lo que le podrán contraponer sus oponentes. De ahí que, aun confiando en su sinceridad, siga sin tener demasiadas esperanzas.

Luis Daniel Izpizua es profesor de Literatura y escritor.

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