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Agua

JUANJO GARCÍA DEL MORALLa naturaleza, tozuda ella, gasta a veces malas pasadas. Lo pudo comprobar el miércoles pasado el consejero de Medio Ambiente, Fernando Modrego, quien tuvo la mala suerte de que su comparecencia ante el pleno de las Cortes para explicar el catálogo de zonas húmedas se produjera horas después de la gota fría que provocó un auténtico diluvio en buena parte de la geografía valenciana. Un diluvio que vino a dar la razón a quienes han criticado que determinadas áreas hayan sido excluidas de ese inventario de humedales. Mientras, Modrego defendía las bondades de su propuesta, el agua se enseñoreaba de su territorio en varios marjales valencianos que han quedado fuera del catálogo. La Marjalería de Castellón recobraba su paisaje más natural, que nada tiene que ver con la proliferación de chalés que, de manera un tanto irresponsable, la han invadido durante los últimos lustros, de manera que muchos de los humanos que han osado ocuparla quedaron aislados. Otro tanto sucedía con la antigua albufera de Oropesa, que se encontraba "más honda que el nivel del mar" cuando la describió Cavanilles, y que ahora, pese a los constantes aterramientos que ha sufrido los últimos decenios, recuperaba en parte su ancestral condición de marjal. Y es que el agua tiene una especie de obstinación, la de volver siempre a su cauce, como se pudo comprobar la semana pasada en muchos otros lugares. Ríos, barrancos y marjales recobraban, merced a las extraordinarias precipitaciones propiciadas por la gota fría, su más original razón de ser: el agua volvía a ellos sin respetar construcciones, muros de contención, ni aterramientos, superaba cualquier obstáculo que le impidiera reconquistar su territorio y desautorizaba así toda invasión. El catálogo que tramitan las Cortes incluye muchos de esos sistemas hídricos típicos de nuestra franja costera, pero se olvida de muchos otros humedales que, si bien pueden haber perdido sus valores ecológicos, mantienen intacta su vocación y lo demuestran cada vez que llueve copiosamente, como para castigar la osadía de los humanos, que pagan con campos, industrias y casas anegadas, enseres estropeados y arduas tareas para desalojar el agua y el barro.

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