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Los parias de Oriente Próximo

Miles de palestinos se hacinan en los campamentos de refugiados de Líbano, listos para luchar contra Israel

Ángeles Espinosa

Cientos de miles de palestinos se hacinan en los campamentos de refugiados de Líbano, listos para luchar contra Israel

ENVIADA ESPECIAL. La guerra de 1948 les echó de sus casas en San Juan de Acre, Beityala o Haifa. La comunidad internacional les prometió ayuda para volver. Medio siglo después, los refugiados palestinos en Líbano sólo confían en las armas y en Dios para hacerlo. "Son los que peor viven de toda la región", asegura un cooperante extranjero que conoce de cerca su situación. Entre 200.000 y 500.000 personas, según las fuentes, que no tienen derecho a la nacionalidad, trabajo o asistencia médica y viven hacinados en una docena de campamentos. Incluso ven peligrar el permiso de residencia. En los campos de Ain el Helue, El Bas o Mar Elías, se repite una denuncia: "Los libaneses nos presionan para que nos vayamos".

Ain el Helue no hace honor a su nombre, en árabe, fuente hermosa. El mayor campamento de refugiados palestinos en Líbano es en realidad un villorrio miserable donde se apiñan 60.000 almas. Contra lo que pueda sugerir la palabra campamento, ni hay tiendas ni tiene aspecto de que vaya a desmantelarse mañana. Las infraviviendas de bloques de cemento y tejados de uralita han visto nacer ya a varias generaciones. Cincuenta y dos años de provisionalidad han generado pequeños comercios, puestos de refrescos y tabaco y, más recientemente, de la mano de una ONG australiana, un local con Internet.

Entrar en el recinto es como cruzar una frontera. Varias tanquetas del Ejército libanés vigilan los alrededores. Pocos metros después, un miliciano palestino, armado, ve pasar el coche con la misma indiferencia que el anterior. Arafat sonríe desde un póster.

"En 1991 entregaron armamento pesado al Ejército libanés, pero a diferencia de lo que sucede en Gaza o Cisjordania, aquí [los palestinos] siguen teniendo armas", comenta un residente de la cercana ciudad de Sidón, a 40 kilómetros al sur de Beirut. El propio campamento de Ain el Helue es un depósito. "Hay otro en Naameh, a 12 kilómetros de Beirut, pero ambos están controlados", añade un observador extranjero. Muchos analistas en Líbano ven ese potencial como una fuerza de reserva de Arafat, un comodín por si la situación llega a ser desesperada. En Siria y Jordania, donde el número de refugiados palestinos es mucho mayor, se hallan integrados y carecen de recursos militares.

Munir Makdah, máximo jefe militar de Al Fatah en Líbano, ha asegurado que sus hombres están listos para lanzar una guerra de guerrillas desde el sur de Líbano si continúa el estancamiento con Israel. "Todas las opciones están abiertas", declara a EL PAÍS en su casa de Ain el Helue, rodeado de teléfonos móviles y Kaláshnikov. "Tras el acuerdo de 1982 , la ONU y Estados Unidos nos dieron garantías de que protegerían a nuestra gente y nada más que los milicianos salieron de Beirut, se produjeron Sabra y Chatila", añade. "Nuestra garantía es coger las armas en nuestras manos y unirnos a la resistencia; es la mejor forma de proteger nuestros derechos".

Aunque con la nueva Intifada ha vuelto a acercarse a Arafat, Makdah conserva sin embargo la barba y los modales de los islamistas (no da la mano a la reportera). "Han fracasado [los Acuerdos de Oslo]; la mayoría de nuestra gente creyó que Israel nos daría algo, pero no ha sido así y me gustaría poder unirme a la lucha por nuestra tierra", subraya haciéndose eco de un sentir generalizado en todos los campamentos a pesar de la división geográfica y política. Menos unanimidad suscita la alianza táctica con Hezbolá. Al Maktab reconoce mantener contactos con esa organización y agradece el regalo de la captura de los cuatro militares israelíes.

A la una de la tarde, las callejuelas embarradas y llenas de socavones bullen con centenares de chavales que salen de la escuela. Una media de 60 alumnos por clase, en aulas pequeñas y con materiales didácticos prehistóricos. Allí estudian las causas de su destierro y cantan canciones patrióticas en las que se rinde homenaje a los mártires. El 55% de la población de los campamentos tiene menos de 18 años y sigue creciendo con una tasa de natalidad que ronda el 4%.

Ésa es una de las causas de que nadie sepa exactamente cuántos son. Los registros de la oficina de la ONU para los Refugiados (UNRWA) contabilizan a 370.000 palestinos distribuidos en los 12 campamentos oficiales, pero entre Sidón y Tiro, 45 kilómetros más al Sur, las ONG tienen detectados otros nueve asentamientos. Suheil el Natur, un abogado palestino que ha estudiado la situación de los refugiados en Líbano, estima que sólo unos 200.000 viven ya en los campamentos. "Casi cien mil han sido nacionalizados y otros tantos se han visto obligados a emigrar", explica.

El Natur, que está afiliado al Frente Democrático para la Liberación de Palestina (un grupo que forma parte de la OLP, pero contrario a los Acuerdos de Oslo), denuncia en su oficina de Mar Elías que "desde 1982 el Gobierno libanés ha adoptado numerosas medidas para expulsar a los refugiados". "Es el único país en el que no tenemos derecho al trabajo y, sin embargo, ha absorbido a 100.000 srilankeses, 60.000 egipcios, 40.000 indios y más de medio millón de sirios", se queja. "Intentan echarnos de Líbano".

"Existe una presión económica sobre los palestinos en Líbano", coincide en señalar Makdah. "Después de los Acuerdos de Oslo, la UNRWA ha reducido en un 70% su asistencia", añade este jefe militar. Fuentes occidentales confirman la disminución de la ayuda, aunque no pueden precisar en qué porcentaje ha descendido.

Un paseo por Ain el Helue confirma las dificultades. "Hace siete años nos cortaron el agua", cuenta Ibrahim Hamid, de 36 años. Ahora la sacan de un pozo. "Tenemos electricidad seis horas al día, lo que nos obliga a recurrir a generadores y eso sale muy caro", se duele sin perder la sonrisa. Hamid tiene cuatro hijos, es mecánico y antes de casarse trabajó en Nueva York. Gana algún dinero arreglando los viejos coches que circulan por el campamento, pero la mayoría de los hombres están desocupados. Marwan es uno de esos jóvenes que pasan el día sentados con los amigos, hablando y fumando, a falta de otra cosa mejor que hacer. "Van a pagar con sangre cada lágrima que nos han causado", asegura tras expresar su disposición a ir a combatir al ocupante israelí. Marwan, como Hamid o el propio Makdah ha nacido en Ain el Helue y no ha conocido mucho más. "No somos asesinos, sólo tratamos de lograr nuestros derechos y haremos lo que podamos para ello", afirma.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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