Recta final con un bello drama chino y una comedia neoyorquina perfecta
La Seminci rinde homenaje a la eminente cineasta Josefina Molina
Yi Yi y sus casi tres horas de hermoso celuloide escrito y dirigido por el chino taiwanés Edward Yang, y Fast food, fast women, comedia insólita y vivísima, de las que rozan el asombro de la perfección, de Amos Kollek, cineasta judío afincado en Nueva York, elevaron ayer el concurso a su punto más alto. Ambas obras maestras escoltaron como se merece al homenaje a la directora cordobesa Josefina Molina, que ha dado al cine español largometrajes de gran calidad y series televisivas indispensables.
Asumimos, en la primera de las crónicas dedicadas a esta edición de la Semana de Valladolid, que este excelente festival podría resentirse este año de los huecos creados en su programación por la decisión del Festival de San Sebastián de dedicar una sección a la recuperación de películas ya estrenadas en otros festivales europeos de primera magnitud, que es lo que nutría una parte básica de la programación de este festival.El presagio ha resultado certero, pues ayer se proyectaron aquí dos películas procedentes del Festival de Cannes que resultaron magistrales, las mejores con mucho vistas aquí durante estos días y que, al mismo tiempo que disparaban hacia arriba la calidad del concurso, fueron completadas y, de paso, vieron frenado su empuje por un seudofilme alemán inédito pero de calidad infame, de ofensiva y casi humillante incompetencia.
Se titula nada menos que Amor, dinero, amor, tautológico triángulo cerrado por la pluma y la cámara de un alemán llamado Philip Gröning que ya tiene a sus espaldas cuatro largometrajes de producción humilde pero rodados, al parecer, en plena libertad que dan lo bastante de sí para enunciar en este su nuevo filme la total ausencia de voluntad de estilo y de ganas de ganarse una identidad narrativa propia y menos aún de proponernos una idea del mal rollo y del mal mundo que, según él, pisamos en la Europa actual.
De las casi tres horas que dura este penoso filme engendro, el cronista soportó malamente dos horas de su celuloide plano, insignificante, oscuro y, lo que es peor, fotográficamente opaco, pues los contenidos que filma Gröning son de tal imprecisión que no se ven, o, de verse, apenas si se entrevén.
Pozos negros
La basura fílmica residual del Proyecto Dogma y sus alrededores, ideado por el lado señorito del eminente Lars von Trier y su ladina corte de listos mediocres, comienza a dar, tras sus primeras glorias, frutos podridos y democráticos pozos negros. El más torpe de estos abismos seudocinematográficos es el de la incapacidad vestida de rupturismo y la nulidad disfrazada de insolencia.Se trata de películas pésimas realizadas sin ojo, sin mirada, sin tacto, sin medida, sin oficio, sin profesión, sin verdadero proceso de formalización, imágenes amorfas de vídeo trasladadas, tal cual entran en la dócil camarita, a oscuros celuloides mareantes y sin luz ni transparencia, de esos que crean la apariencia de realización cinematográfica en las manos del puro nada que decir, de la pura impericia y del puro vacío de elocuencia. Son éstas las manos infradotadas de los simuladores de cine como el alemán responsable de este engendro, que ayer nos aburrió hasta el límite de lo soportable, una película hecha con cuatro monedas pero cuya baratura resulta en realidad carísima a tenor de sus resultados artísticos.
De las magistrales Yi Yi y Fast food, fast women dimos cuenta en estas páginas con detenimiento en las crónicas del Festival de Cannes, pero no es inútil volver a convocarlas. Es un acierto haber logrado que estas dos obras maestras aterricen aquí antes de volar sin alas por la tierra movediza de los cines de España, demasiado alimentados por el cine facilón y predigerido. Estas dos películas están hechas con celuloide vivificador, pero frágil y quebradizo, de los que requieren el empujón fraternal del boca a oído. Son dos obras de geométrica belleza clásica, pero de signo opuesto. La película china de Edward Yang es una densa e intrincada crónica familiar con ecos del estilo genial y austero del gran Yasuhiro Ozu. Sólo con decir esto se adivina su riesgo, se entrevé su dificultad, se ve el inmenso horizonte que pretende abrir.
Cuestiones mayores
Por su parte, Fast food, fast women puede parecer fácil de ver, pero no lo es. Divierte la agilidad que Amos Kollek despliega, pero el ritmo de fondo con que remueve la zona subterránea del filme pide apretar los ojos y afilar la mirada en busca de algunas severas cuestiones mayores que transitan por debajo de las ligerezas con que se amasa la elegante y gozosa secuencia de una caricia cinematográfica penetrante y de gran calado, tras la que reposan ideas libérrimas sobre lo que nos ocurre a las gentes de ahora.El magistral recurso al azar (asunto formalmente clave en la construcción de toda verdadera comedia) es en este hermoso cuento de hadas una luz que ilumina exquisitamente algunos de los mitos de infancia que todos los adultos llevamos ahogados dentro de nuestra identidad.
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