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45ª SEMANA DE CINE DE VALLADOLID

La presencia de Rabal y Luppi dan fuerza a la endeble 'Divertimento'

Una película desenterradora de las miserias históricas del PRI mexicano, La ley de Herodes, dirigida por Luis Estrada, fue lo más relevante de la jornada de ayer, que completaron la estadounidense Réquiem por un sueño, dirigida por Barren Aronofsky, que propone una retórica incursión en el horror de la droga, y la española Divertimento, dirigida por José García Hernández, un endeble relato sostenido por las fuertes presencias de dos leyendas del cine en lengua española, Francisco Rabal y Federico Luppi.

Divertimento relata una historia de dos viejos actores que juegan a su oficio uno contra otro encaramados en el escenario único de un teatro abandonado. Tiene este intrincado juego argumental algo que ver con el de La huella, aquella magistral película de Joseph Mankiewicz, Laurence Olivier y Michael Caine, pero este lejano parentesco empequeñece a la película española, que soporta mal el cotejo.Es un largometraje primerizo de un director, José García Hernández, ya experimentado en cortos, y este origen se nota en Divertimento, que no aguanta del todo bien su hora y media, y ésta logra sostenerse gracias a la fortísima pegada profesional y fotogénica de su formidable dúo protagonista, formado nada menos que por Francisco Rabal y Federico Luppi, dos inmensos talentos, dos leyendas del cine hablado en español, que dan vigor y consistencia a un relato endeble, que sin ellos dentro se vendría abajo.

La película, en efecto, logra sostenerse gracias a ese poderoso cara a cara, que a veces roza las claves de la comedia y a veces las del drama, pero que no logra definirse nítidamente más que cuando un golpe, o un matiz, expresivo de Luppi, otro de Rabal, o, más frecuentemente, un choque entre ambos, extrae de donde no lo hay un trazo de energía y de precisión.

Más consistencia tiene la película mexicana La ley de Herodes, dirigida por Luis Estrada, que cuenta con un largo y bien conjuntado reparto, lo que dice mucho y bueno de su director. Junto con su galería de rostros, lo más relevante de esta película está en el relato que maneja y en su conversión en un excelente guión. Es un espléndido trabajo de encaje de imágenes que no procede de ninguna novela, lo que proporciona a la secuencia la libertad y agilidad de fluencia que caracterizan la escritura cinematográfica genuina. La película es trepidante y da una imagen esperpéntica, rica y sin paños calientes de la vida rural mexicana en los años cuarenta, durante la definitiva conversión del PRI posterior a Lázaro Cárdenas en una estructura de poder absoluto, envilecido y volcado a la autosucesión y a la rapiña.

Muy viva es también la película rusa Luna papa, dirigida por el magnífico Bajtiar Khudojnazarov, que da un magistral curso de ritmo secuencial vertiginoso. Es esta película una preciosa rareza, un vibrante cuento con resonancias folclóricas de la zona caucásica del Tadjikistán, entre Taskhent y Samarkanda, que combina con sabiduría y eficacia gratificantes la toma verista y la toma onírica, jugando estupendamente con dobles caricias al revés y al derecho de la sensibilidad. Magia y realidad se entrecruzan en una singularísima especie de cuento de hadas con salpicaduras negras, que se disfruta con una suave sonrisa abierta de comienzo a final del agolpamiento de sorpresas visuales y argumentales que se apodera de la pantalla.

Más interés del que tiene podría haber alcanzado la película neoyorquina Réquiem por un sueño, de la que es coguionista y director el casi novato Barren Aronofsky, que logra construir con Hubert Selby un buen armazón dramático, que luego, a lo largo del desarrollo visual, su impericia y sus continuas concesiones al prurito de originalidad termina envileciendo y convirtiendo en pompas de jabón obviamente llenas de vacío. El, sobre el papel, duro relato de la escalada hacia la drogadicción (por anfetaminas en un régimen de adelgazamiento) de la magnífica Ellen Burstyn podría haber sido un golpe de buen cine duro, pero al ablandarse con los fuegos fatuos de Aronofsky se hace cosa increíble y tediosa. No podía ser de otra manera con el empleo a destajo de mala gramática de cine publicitario.

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