Los vascos y Europa
El presidente del PNV eligió hace una semana la localidad laburtana de Hendaya (fronteriza entre Francia y España) para dar la bienvenida en nombre de todos los vascos (tanto franceses y españoles como nacionalistas y no nacionalistas) a los jefes de Estado y de Gobierno de los 15 países miembros de la Unión Europea (UE). El acto, al que acudieron numerosos cargos electos del PNV, no sólo tuvo la deferencia folklórica (empleando el término en su sentido de costumbres y tradiciones populares) de bailar un aurresku y entonar el Agur Jaunak en honor de los representantes comunitarios que acudirían al día siguiente a la cumbre de Biarritz: también sirvió de marco a la lectura de una declaración nacionalista e irredentista. Arzalluz reclamó el derecho de los vascos a la autodeterminación y la independencia, en pie de igualdad con otros pueblos anteriormente "divididos o integrados en Estados ajenos" como Estonia, Eslovenia o Croacia. El presidente del PNV aludió a la prudencia y la paciencia requeridas por esos procesos decisorios y se distanció de las prisas, las pistolas y los crímenes del nacionalismo radical.La despectiva reacción de los representantes de la UE prueba, sin embargo, el fracaso de esa tentativa de tranquilizarles. El pacto secreto sellado por el PNV con ETA en el verano de 1998 y el programa común de soberanía y territorialidad acordado en Estella con el brazo político de la banda terrorista se hallan en la raíz de esa invencible desconfianza. Pese a las humillaciones y traiciones infligidas últimamente al PNV por Euskal Herritarrok (EH), cuyos diputados fueron decisivos para la investidura del lehendakari Ibarretxe a comienzos de 1999, Arzalluz sigue defendiendo la validez de los principios de Estella, anuncia su futura resurrección y exhorta a la unidad de todos los vascos independentistas frente a los vascos que apuestan por las instituciones autonómicas en lugar de emprender la arriesgada marcha hacia ese fantasmagórico Estado soberano formado por los tres territorios históricos de la comunidad autónoma de Euskadi (Vizcaya, Guipúzcoa y Álava), la comunidad foral de Navarra y las zonas francesas de Laburdi, Baja Navarra y Zuberoa.
La coartada empleada por la actual cúpula del PNV para propugnar la convergencia estratégica del nacionalismo moderado y del nacionalismo radical es que ambos sectores persiguen los mismos fines (en sí mismos legítimos) por diferente medios (las urnas y las pistolas, respectivamente). El argumento resulta insostenible: si el mismo objetivo político es perseguido de forma coordinada y simultánea a través de los votos y de los asesinatos (el fiscal Portero y el coronel médico Muñoz Cariñanos son los últimos nombres de una lista de 800 víctimas), los procedimientos democráticos quedan infectados por la violencia terrorista: resultaría inadmisible tratar de hacer compatible la persuasión pacífica de los ciudadanos por los nacionalistas moderados para que respalden electoralmente el proyecto de una Euskal Herria independiente y la violenta amenaza -real o potencial- del nacionalismo radical contra los ciudadanos que se resistan a aceptar por las buenas la propuesta del Pacto de Estella. ¿Podría ser un fin democrático la construcción nacional de Euskal Herria a través de la estrategia de convencer a los discrepantes (al menos la mitad de los vizcaínos y guipuzcoanos, la mayoría de los alaveses, los cuatro quintos de los navarros y el 90% de los vasco-franceses) mediante la ducha escocesa de la pedagogía política del PNV y el terror de ETA y de la kale borroka?
Joseba Arregi, parlamentario del PNV y antiguo consejero y portavoz del Gobierno de Vitoria, muestra en su último libro cómo el nacionalismo vasco democrático no es sinónimo de independentismo; no faltarán dirigentes, militantes, simpatizantes y votantes del PNV cercanos a los planteamientos autonomistas de La nación vasca posible (Editorial Crítica, 2000). Arregi defiende el proyecto cívico de Euskadi como una sociedad plural cuyos habitantes pueden compartir diversas identidades. Un extraterrestre que leyese el discurso de Arzalluz en Hendaya llegaría a la conclusión de que el País Vasco se halla fuera de las fronteras de la UE. Sucede, sin embargo, que los vascos, sean o no nacionalistas, defiendan la independencia o la autonomía, vivan en España o en Francia, son ya ciudadanos europeos amparados por el Tribunal de Estrasburgo, vinculados por las directivas de Bruselas y privilegiados por disponer además de otras ciudadanías complementarias: la española y la vasca en Euskadi.
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