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Tan vascos

IMANOL ZUBEROHay acontecimientos históricos que marcan a una sociedad como esos olores que se adueñan de nuestras ropas y que ningún lavado puede eliminar. Walter Abish ha logrado reflejar en su novela Tan alemanes la insuperable contradicción que el nazismo ha dejado en el conjunto de la sociedad germana, su constante presencia agazapada tras los más nimios comportamientos. La novela de Abish se abre con una cita de Jean-Luc Godard: "Lo que está verdaderamente en juego es la propia imagen de sí mismo". El libro finaliza con una pregunta inquietante: "¿Puede algún alemán, en la actualidad, levantar el brazo derecho, por la razón que sea, y no sentirse inundado por el recuerdo de un sueño capaz de poner fin a todos los sueños?"

He recordado la novela de Abish mientras leía la entrevista con Pasqual Maragall publicada por EL PAÍS el pasado domingo. Afirma Maragall que su partido, el Partit dels Socialistes, se diferencia del PP e incluso del PSOE en que para éstos la Constitución es el punto de llegada, mientras que para el PSC es un punto de partida. Lo dice y no pasa nada. ¿Por qué habría de pasar? Sostiene Maragall que hay cosas que cambiar y que añadir a la Constitución y al Estatuto. Lo dice desde la defensa de una Cataluña-red que interactúe con una España-red plurinacional en el marco de una Europa-red, al tiempo que explica la legitimidad del independentismo pacífico. Dice Maragall estas cosas y no pasa nada. Otro catalán, Xavier Rubert de Ventós, que hace tiempo representó al PSC en los parlamentos español y europeo, reclama directamente la independencia para Cataluña por motivos estrictamente pragmáticos (puesto que podemos y queremos, seamos) y defiende, también en este diario, que la mejor manera de amar a España es... desde fuera. Y no pasa nada. Pero claro: es que en Cataluña no hay violencia. Y es verdad que la existencia de violencia, de una violencia que asesina, amenaza y expulsa de su tierra a empresarios, periodistas, políticos, profesores o artistas, es una cuestión importante que no puede dejar de ser tenida en cuenta. Pero a fuerza de pensarla de una determinada manera, ¿no estamos construyendo una imagen de la sociedad vasca insuperablemente unida a la violencia?, ¿no estamos generando un sueño incapacitante cuyo permanente recuerdo pone freno a la capacidad misma de soñar?

Según la encuesta publicada el 8 de octubre por EL PAÍS el 60% de los vascos y el 56% del conjunto de los españoles cree que el llamado problema vasco no se reduce al terrorismo de ETA, sino que este terrorismo es "síntoma o consecuencia de un problema político más profundo". Este dato, sobre el que ningún analista se ha pronunciado, es algo muy serio. ¿O sólo importa la opinión de los vascos cuando se pronuncian sobre la continuidad del Gobierno de Ibarretxe? Entre todos, queriéndolo o no, estamos contribuyendo a la conformación de una imagen de nosotros mismos que, con el tiempo, puede acabar lastrando nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro; nuestros sueños de ayer, nuestros gestos de hoy y nuestros proyectos de mañana. Lo hace quien justifica la violencia como instrumento de lucha, pero lo hace también quien encarcela a la gente de Zumalabe o quien descalifica al conjunto del nacionalismo por "compartir objetivos con ETA". Lo hace quien convierte a la violencia (eso que nos hace tan vascos) en componente esencial de nuestra historia.

Tenemos la historia que tenemos y, sobre todo, tenemos las vivencias de la historia que tenemos. No hay vuelta de hoja. Pero yo quisiera que, por una vez, no fuéramos "tan vascos" para así dejar de estar presos del recuerdo de un sueño capaz de poner fin a todos los sueños. Todos temerosos de alzar el brazo (o de bajarlo) por si ese gesto tiene algo que ver con aquel sueño. Presos de una imagen que no refleja lo que fuimos, que no explica lo que somos, que no impulsa lo que podemos ser, pero que nos sigue haciendo, maldita sea, tan vascos.

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