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Un tiempo estúpido

JAVIER UGARTEVivimos un tiempo endiabladamente estúpido, aquí, en el paisito. Hay tiempos buenos y malos, heroicos y tiempos memorables; los hay desolados, en los que la desesperación y el aturdimiento se apodera de las gentes -como en nuestra guerra y posguerra- y también felices (o al menos así se llamaron los años veinte). Hay tiempos en que se vive en la yema de la vida misma y otros que simplemente son banales; los hay de la patata y la castaña (más bien en invierno), y otros del llamado almendro en flor. Y hay, luego, tiempos estúpidos; tiempos necios y de estupefacción (stupere). No es que abunden en la historia, pero alguno se da. Tiempos sin propósito y absurdamente difíciles. En nuestras particulares biografías, tal vez la adolescencia pueda responder a ese perfil. Aunque no exactamente, pues el tiempo de la adolescencia es también tiempo de crisis de crecimiento, y, en ese sentido, es enormemente vital. En la historia de la humanidad, no ocurre otro tanto: los tiempos estúpidos son simplemente estúpidos.En dos años, como decía bien hace poco aquí Teo Uriarte, se han dilapidado doce de colaboración y entendimiento entre partidos y entre culturas (que el PNV y el PSE son algo más que partidos). Y se han dilapidado veintidós de hacer país en el sentido laico y mejor de la expresión (que a un nacionalista no esencialista debiera satisfacer enormemente). Ese es el baldón de Ibarretxe. Pero, ahora, en dos días, los días 5 y 6 del mes, se ha dilapidado la mejor ocasión que nunca tuvo la oposición de señalar una alternativa, de generar expectativas y ofrecer un diseño de futuro diferente. Por una vez, Egibar tuvo razón: se empleó la moción de censura con el único fin de apremiar unas elecciones. Y así apareció ante el público.

Así es como nos encontramos hoy: lo tenemos todo pero nos va fatal. Tenemos una economía medianamente saneada y razonablemente repartida, un sistema político que permite un juego a muchas bandas (incluso para modificar las bases del contrato; pero hay contrato al que referirse), dos culturas dispuestas a dialogar (salvo que se las exaspere), una posición en Europa que puede resultar interesante a poco que se sepa dinamizar el eje atlántico, y un solo problema verdadero: ETA. Lo tenemos todo, pero nos va fatal. Tras la moción de censura (y un par de intervenciones del extemporáneo Aznar), no es que entremos en el "tiempo basura" de un Gobierno -que en él estábamos instalados ya-, sino que inopinadamente despertamos a un tiempo estúpido, sin presente ni futuro. Y eso que lo tenemos todo. En ese momento le tientan a uno las palabras del poeta: "Porque no tengo esperanza de volver/ deseando el don de este hombre y la capacidad de aquel hombre/ ya no me esfuerzo por esforzarme hacia tales cosas".

Lo tenemos todo pero nos va fatal ¿Por qué? Tal vez porque algo nos falte. Desde luego, nos falta asumir que ETA es un problema prepolítico o extrapolítico. Que nadie lo debe utilizar en el debate electoral. Siempre se ha dicho que el modelo en este punto era Gran Bretaña. Pero aquí nunca ni nadie lo ha seguido. Tampoco ahora. Y eso deja poco margen a la esperanza.

Pero, sobre todo, nos falta el "don de este hombre o de aquél"; nos falta liderazgo social. Ibarretxe -y su equipo- perdió su ocasión al no imponerse ante su partido y ganar talla ante la sociedad con la ruptura de la tregua. Algunos creímos que lo intentaría. Pero no lo hizo. Ahora nos convoca a una manifestación en la que ¡no quiere ser protagonista! Por Dios, encima se nos vuelve asambleario. Lo que siempre quisimos precisamente es que encabezara la manifestación. Pero también Mayor Oreja ha perdido ahora su gran ocasión. Si ha de presentarse una moción, se ha de presentar al hombre (todas las democracias lo han hecho; véase, si no, los debates americanos de estos días) y no a un propio. Resulta penoso. Así no se ganan unas elecciones: hacen falta gestos (la democracia mediática tiene algo de teatral), y todos sabemos a qué me refiero.

El PSE, sí, lo planteó bien (programa de gobierno alternativo, pacto de Estado contra ETA -aunque uno no crea en el modelo de desnazificación alemán para el paisito- y Estatuto), pero lo escenificó mal: no era el momento, se mezcló en el fárrago opositor del PP. Debió esperar una ocasión mejor.

¿Tiene esto arreglo? Ya no me esfuerzo, por esforzarme, hacia tales cosas.

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