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Los perros y la ciudad

La proliferación de mascotas en Barcelona crea graves problemas de limpieza e higiene en plazas y calles

Los perros no saben leer pero sus dueños sí, aunque a veces no lo parezca. La población canina barcelonesa no para de crecer y eso, unido al escaso sentido cívico de muchos de sus amos, explica que las calles de la ciudad y buen número de parques y jardines presenten un aspecto lamentable.No es por falta de señales que prohíban la entrada de perros en determinados lugares ni tampoco de las que invitan a respetar las plantas; ambas abundan. El esfuerzo presupuestario que la municipalidad dedica al cuidado y mantenimiento de los parques y jardines de Barcelona -6.000 millones de pesetas anuales- se estrella, en buena medida, contra la indisciplina de quienes dejan que sus mascotas anden sueltas y vacíen sus intestinos, de la manera más natural, allá donde les plazca.

De poco sirven las campañas de sensibilización -la última se realizó hace menos de dos meses- y la instalación de recipientes con bolsas, y tampoco la creación de las zonas bautizadas como pipicans destinadas a este efecto. Pese a que su limpieza y cuidado le cuestan al consistorio 12 millones de pesetas al año, con frecuencia son un foco de pestilencia que ahuyenta incluso a sus usuarios. Las madres barcelonesas advierten que si no se remedia, al final los espacios verdes que a la ciudadanía le ha costado tanto ganar sólo serán aptos para uso y disfrute de los miembros de la raza canina. Para los niños urbanos jugar con tierra y barro cada vez entraña más riesgos.

En la otra orilla se encuentran los dueños responsables. Tampoco lo tienen fácil, toda vez que las comunidades de vecinos se dividen entre los que tienen animal de compañía y los que, sin tenerlo, padecen las molestias que ocasionan. En uno de los puntos críticos del mapa barcelonés, la plaza de Letamendi, el dueño de un pastor alemán se lamentaba de que cada vez recibe más desplantes por el simple hecho de sujetar la correa de su perro. "A veces consiguen que por tener un animal me sienta tan culpable como un fumador en Estados Unidos", apostilla el ciudadano anónimo, que prefiere no identificarse por temor a sufrir represalias, harto como está de que le midan por el mismo rasero que a los otros.

El Eixample es uno de los distritos más frecuentados por una jauría que de día se comporta algo mejor pero que por la noche se desahoga y lo pone todo perdido. No es casual que la mayoría de las quejas que registra la Oficina de Atención al Ciudadano dispare contra la suciedad y los destrozos que causan en los parques los en otro tiempo considerados mejores amigos del hombre.

Pero tampoco los perros urbanos se libran del estrés. Según explica la presidenta de la Liga Protectora de Animales y Plantas de Barcelona, Anna Soronellas, no existe una cultura suficientemente desarrollada de lo que implica tener animales en casa. Se eligen cachorritos como si fueran muñecos de peluche y luego sus dueños descubren que son seres vivos que crecen y que hay que bajarlos a la calle tres veces al día. A la pregunta de por qué aumenta tanto el número de familias con mascota, Soronellas responde que es una cuestión de modas. Lo mismo ocurre con las razas: el perro de las nieves tiene gran éxito, aunque lo suyo sea arrastrar trineos y el frío.

"Se hacen barbaridades", afirma la responsable de la principal asociación protectora barcelonesa. Los datos que maneja resultan demoledores: "Aproximadamente el 80% de los perros se abandonan un año después de adquirirlos, sobre todo en verano". Así lo ha comprobado Soronellas, y por eso pide a las personas que, por equivocación, eligen un perro que luego crece demasiado, que se aguanten y lo cuiden mientras viva como si fuera uno más de la familia. El índice de adopciones fracasadas es tan elevado que llueven las llamadas a la perrera o a las organizaciones para que los recojan de las calles.

Mientras aguardan en los centros de acogida a que alguna familia los adopte, los perros se angustian y sufren estrés. Sus cuidadores dicen que es fácil notarlo: tienen la mirada triste, padecen frecuentes diarreas aunque la dieta es igual para todos y engullen la comida demasiado deprisa, conscientes de que ingerir alimentos es el único placer que les queda. Cuando al fin encuentran alguien que se los lleva a casa, su existencia mejora radicalmente, pero en muchos casos sólo de manera temporal.

Muchas personas los devuelven con argumentos tan peregrinos como que ladran mucho. Son este tipo de respuestas las que indignan a Soronellas: "Siempre les digo que el que un perro ladre es lo normal, ¿de qué se quejan entonces?".

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