Apagar el incendio
La diplomacia internacional ha redoblado su actividad para que israelíes y palestinos se paren al borde del precipicio. Pero la tremenda desigualdad estadística en la relación de víctimas (un centenar por parte palestina, un puñado por parte israelí), que responde al desequilibrio de fuerzas entre los dos contendientes, no ayuda precisamente al sector palestino más moderado. Si a ello se suman las medidas de aislamiento adoptadas por Israel sobre los territorios ocupados se obtiene un retrato fiel de las dificultades que se le plantean a un Arafat cada vez más desbordado para lograr un acuerdo que no sea una nueva humillación.En estas condiciones, la mediación del secretario general de la ONU, del alto representante europeo para la política exterior o de Moscú, puede ser útil. Pero el único que tiene verdadera capacidad de presión, y cada vez más limitada, es el presidente de EE UU, Bill Clinton, que no ha entrado de verdad en el baile público, aunque intenta un nuevo encuentro entre Barak y Arafat. Al menos estas presiones han llevado a Barak a ampliar unos días el plazo del ultimátum lanzado contra Siria, Líbano y los palestinos. A esta buena disposición contribuye el hecho de que Israel esté negociando, por intermediarios, con la guerrilla de Hezbolá la liberación de los tres soldados secuestrados en el sur de Líbano.
Con vistas a una tregua en la violencia callejera, Israel tendría que dar una mayor muestra de flexibilidad, aceptando la constitución de una comisión internacional, en la que Europa pudiera tener una función real, para investigar los sucesos que dispararon esta crisis, a comenzar por la provocación del líder del Likud, Ariel Sharon, con su visita a la Explanada de las Mezquitas en Jerusalén. Sería lo mínimo.
Pero ni siquiera ese gesto está garantizado cuando se ha hundido el centro, el partido de la paz, en ambos campos. El centro de gravedad entre los israelíes se ha desplazado hacia los que buscan enterrar el proceso de paz, dejando a Barak como una figura sumamente debilitada. Mientras, Arafat no parece controlar a los suyos, ni tiene la capacidad para imponerles una tregua, en medio del dolor por tanta muerte por disparos israelíes.
En todo caso, se habla sólo de eso: de una tregua. El proceso de paz está clínicamente muerto, y, en el mejor de los casos, no se trata tanto de reanudarlo como de reinventarlo, de su posible "renovación", una vez que haya pasado la cumbre de la Liga Árabe, el próximo día 21. La crisis ha generado una ola de protestas sociales en todo el mundo árabe, que, como en la guerra del Golfo, en 1991, supera a sus gobiernos y sus intereses geopolíticos. Detener el conflicto es la máxima prioridad hoy, antes de que sea demasiado tarde.
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