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ETA y el oxígeno

PEDRO UGARTEQue los vascos tenemos muchos problemas, grandes problemas, abrumadores problemas, está fuera de toda duda, pero me permitirán subrayar la paradoja de tener al mismo tiempo tantos benefactores más allá de las fronteras del paisito, tutores, maestros, preceptores, que se obstinan en recordar continuamente lo que debemos hacer. Se ha instalado en la prensa (y en la política, y en la sociedad) de toda España una impetuosa demanda ética que, más laxa con los problemas sociales, económicos o de inmigración del Estado español, más distraída con la violencia en otras partes del mundo, pretende conseguir del pueblo vasco una especie de gigantesco acto de contrición.

Personalmente, me siendo abrumado por la responsabilidad, pero incluso observado, casi vigilado. En las manifestaciones proestatutarias se pasa lista. Trayectorias intachables, llenas de coherencia y coraje, como la de Odón Elorza, se ven de pronto cuestionadas por ineptos capitalinos que se creen con derecho a juzgar cada uno de nuestros pestañeos. Ya nos han recordado sobradamente lo perverso de nuestro sistema educativo (¿cómo será, uno se pregunta, el sistema educativo que permite fenómenos como el de El Ejido?). Ya sabemos que todos los vascos con conciencia nacional vasca somos oligofrénicos totales (quizás la Academia de Medicina presente pronto al respecto un informe propio del doctor Mengele). Ya sabemos que una presidenta del Parlamento europeo, cuyo nombre no recuerdo, se dedica a hacer campañas partidistas (exquisito respeto a la política interna de los Estados, pero leña al mono para gobiernos pequeñitos, regionales, a los que no debe su puesto). Ya sabemos que estamos dormidos, que nunca hemos despertado, que nunca hemos movido un dedo en contra de la violencia. Siempre flojos en democracia, frente al coraje, frente a la insobornabilidad indescriptible que gobierna Alcobendas, Marbella o Mondoñedo, donde a nadie le tiembla el pulso ni confunde los conceptos. "Los vascos despiertan", es el eslogan que sigue a cada manifestación democrática, sin que nadie caiga en la cuenta de que manifestaciones al respecto existen desde los años setenta. Ya sabemos, en fin, que nos inventamos una historia de mentira, y que somos cobardes, y que no nos enteramos de nada. Ya sabemos, en definitiva, que vasco que disienta del discurso oficial de La Moncloa es vasco que da oxígeno al terrorismo.

Ya sabemos, por último, que tenemos que reeducarnos. El presidente del Gobierno español pretende malear nuestras conciencias, rescatarnos de nuestra secular oscuridad. La declaración, hecha hace dos semanas, suena colonial y repugnante. Me examino a mí mismo: tienen que abrirme los ojos, explicarme la historia de mi país, de la que apenas habré leído unos cien libros, imbuirme más coraje a la hora de escribir, cambiar el nombre de mi hijo (que inventó Sabino Arana, pero que fue también el nombre de mi padre). Tienen que decirme las cosas que hago mal y las cosas que debería hacer bien.

Se me acumula el trabajo y yo no llego a tanto. Maldita sea, soy vasco y todos dicen que ni siquiera como vasco he hecho aún lo suficiente. Ni siquiera han valido tantos artículos, tantos manifiestos en contra de ETA. Ni siquiera siendo vasco tengo derecho a hablar de mi país con la misma legitimidad de un tertuliano. Ni siquiera el sudor compartido de los días de Ermua o de tantos otros días. Ni siquiera vale todo eso. Porque doy balones de oxígeno, pobres balones de oxígeno (ni siquiera mediáticos, pero sí de pensamiento u omisión). Porque no me dan alergia las ikastolas, como no le dan a José Ramón Rekalde. Porque mi opinión de ETA no difiere demasiado de la mayoría de mis conciudadanos, curiosamente al margen de que sean nacionalistas o no. A lo mejor hasta porque me creo vasco sin necesidad de demasiados adjetivos, lo cual, asombrosamente, me convierte en sospechoso de tibieza democrática.

Ante la violencia hace falta coraje. Pero ante la persecución mediática hace falta autoestima. E incluso cierto dominio de las leyes de la física: uno no entiende cómo dando tanto oxígeno a ETA la organización no ha muerto ya envenenada.

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